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Incorporada en la cama, con las mejillas aún sonrojadas (pero con la fiebre retirándose finalmente), Margot escucha la ardua discusión que Robert Gardener (su padrastro), tiene con su madre. Las peleas entre ellos se han hecho constantes en los últimos meses, y parece que el motivo siempre es el mismo, ya que la palabra "hipoteca" forma parte constante del vocabulario de ambos.
Margot, con su poco conocimiento en problemas legales y de cosas de la vida en si, trata de descifrar lo que significa tener problemas de hipoteca.
Se escurre entre las cobijas y alcanza el vaso de agua que esta sobre el mueble que esta al lado de su cama, cuando da un segundo trago, la puerta de la habitación se abre repentinamente y su hermana Elizabeth se asoma.
— ¿Ya cómo te sientes?
— Tan bien cómo te puedes sentir cuando estas a punto de morir.
—No seas exagerada — replica Elizabeth poniendo los ojos en blanco y luego suelta una risita. Cierra la puerta con el talón y camina silenciosamente con los pies descalzos hasta la cama de su hermana. Margot la mira expectante, aún no le perdona que la haya dejado sola en casa a pesar de su enfermedad.
—¡Vamos Margot, quita esa cara! Tampoco es para tanto, mañana saldré temprano del trabajo y te llevaré a la feria, pasaré toda la tarde contigo. Te recompensare lo de hoy.
—¿En serio? ¿Lo prometes?
—Lo prometo, sólo no le digas nada a mamá.
Margot lo piensa y dándose por vencida asiente con la cabeza; Elizabeth sonríe triunfante. Ambas hermanas guardan silencio por un instante, los gritos de sus padres aún resuenan en las paredes, solo que ahora están atenuados por el sonido del televisor (el cual seguramente había sido encendido por Louise en un intento de restar importancia a la discusión que enfrentaba con su actual marido).
—¡Casi se me olvida!— dice Elizabeth entusiasmada interrumpiendo el silencio.— Te traje algo.
Busca en el bolsillo izquierdo de su pijama y después de hurgar entre pedazos de dulces rancios, da con el objeto, lo ahueca en su mano y luego la extiende hacia su hermana.
—¿Un collar?— Margot ríe y mira despectivamente el collar que su hermana sostiene delante de ella.— ¿Para qué iba a querer yo un collar? Prefiero que me traigas dulces; además, he escuchado a papá acusándote con mamá sobre todas las cosas  que me regalas, piensa que son robadas. Robar esta mal Liz.
—¡No digas tonterías!— replica Elizabeth tratando de no parecer ofendida.— Lo he comprado esta tarde al salir del trabajo.Y no le digas "papá" a Robert, no es nuestro padre.
—Lo siento— responde Margot y toma el collar, que consta de una cadena (que parece de oro) y un dije en forma de águila la cuál en el centro tiene una pequeña piedra que parece brillar como si un rayo de sol se reflejara sobre ella. Margot nunca había visto algo tan hermoso. Hace una seña a su hermana para que la ayude a colocar el collar sobre su cuello y cuando esta lo hace, Margot siente cierta familiaridad con el dije sobre su piel.

Algo que Elizabeth no contó a su hermana menor, fue el poder casi hipnótico que había tenido ese pequeño dije sobre ella, y como de alguna manera supo que le pertenecía a Margot.
La pequeña travesía al encuentro de este dije fue la tarde de ese mismo día, cuando Elizabeth al salir del trabajo, decidió tomar un camino diferente al habitual para llegar a casa.
Mientras caminaba, le invadía una sensación que nunca había experimentado antes, o más bien que  nunca se había detenido a darse cuenta que estaba ahí, rodeándola. Se sentía atrapada, asfixiada; había pasado los últimos años tratando de cuidar a su madre y hermana (sin contarse ella misma), y ahora todo el cansancio parecía acumularse, parecía cada vez más insoportable.
Cualquier persona se hubiera dado cuenta que en sus manos tenia responsabilidades que alguien de su edad no debía tener.
Se estaba marchitando, y nadie parecía notarlo.
Elizabeth dio vuelta en la esquina de la calle Betel, cinco casas después, se encontró con un bazar hogareño. Miró la hora en su reloj, aún faltaban cuarenta minutos para las siete (hora establecida por su madre para llegar a casa); decidió que era tiempo suficiente para echar un vistazo.
Caminó y miró con curiosidad cada una de las cosas que ahí se encontraban; las cosas iban desde ropa demasiado antigua, hasta bicicletas con las llantas ponchadas.
Todo era demasiado barato, pero no había nada que llamara su atención; estaba a punto de dar media vuelta y retomar el camino a casa cuando el reflejo de algún objeto de obstruyó la vista. Cerró involuntariamente los ojos y se movió hacia el lado contrario de donde venia aquel reflejo.
Cuando abrió los ojos, esperó unos segundos a que los puntos y formas de colores desaparecieran de su visión; después de aquello, se empeño en encontrar el artefacto del cual venia el reflejo. Sabia que podía ser cualquier cosa, hasta un simple trozo de vidrio roto, pero necesitaba saciar la curiosidad que sentía.
Tardo poco en descubrir de dónde provenía ya que el lugar no era muy grande; se acercó a una esquina en la cual había distintos cacharros colocados sobre una vieja manta sucia y roída en las esquinas.
—¿Qué precio tiene ese collar?— preguntó Elizabeth a una anciana que estaba sentada detrás de lo que parecía un aparador.
La anciana levanto la vista hacia ella y sonrió con amabilidad.
—No tiene precio— Elizabeth hizo una mueca de desconcierto y la mujer agregó— Si estas buscando joyas, tengo algunas guardadas en la casa, no las tengo aquí afuera por pura precaución.
—No busco joyas, sólo fue mera curiosidad...— Elizabeth ignorando el hecho de que Marie (la anciana) negó básicamente que el collar estaba en venta, se atrevió a preguntar— ¿Puedo echarle un vistazo?
Marie la miró y termino asintiendo con la cabeza a manera de afirmación. Elizabeth extasiada tomo el collar entre sus manos y le sorprendió lo hermoso que era, podía entender porqué la mujer no quería deshacerse de el.
En el lapso en el que Elizabeth estaba absorta analizando el collar, Marie se levantó y se acercó a la joven pelirroja que estaba parada delante de ella.
—Nunca nadie se había interesado por ese collar, parecen no notarlo en lo absoluto.
—Es muy bonito, comprendo porqué no quiere deshacerse de el— dijo Elizabeth con una sonrisa y levanto la mirada hacia la anciana.
Se fijo realmente en ella por primera vez, la tenia tan cerca que pudo observar cada detalle de ella; las arrugas en las orillas de sus ojos, el cabello gris, la piel grisácea casi transparente y los ojos cansados, casi carentes de vida. Parecía muerta.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y supo que no debía estar en ese lugar, algo no estaba bien. Por unos instantes le paso la idea de que la mujer delante de ella no era lo que aparentaba, era algo más, algo fuera de lo que ella podía entender, algo fuera de lo mundano.
El lugar a su parecer, para ese punto se sentía más estrecho y le complicaba la tarea de respirar. Trató de moverse, quiso salir corriendo e ir a casa, pero su cuerpo no le respondió.
Perdió la noción del tiempo, de lo que era el ahora, de dónde venia, olvido todo su ser y quedo en una obscuridad absoluta.
«¿Quién eres y por qué estas aquí? ¿Quién te ha mandado?"
Elizabeth escuchó una voz lejana que no era la suya en esa obscuridad absoluta, supo que era la voz de Marie, ella estaba provocando todo.
Tenia miedo, no sabía cómo era posible hacer que todo desapareciera en un instante, quería regresar a casa, quería escapar, parecía estar en un infinito, pero ella se sentía asfixiada.
«¡Dejeme ir, por favor! ¡Nadie me ha mandado! ¡No sé qué es todo esto!»
Todo volvió a quedar en silencio, en ese lugar ni sus pensamientos parecían tener forma, esperó hasta que recibió una respuesta de la anciana, aunque Elizabeth tiempo después deseo nunca haberla recibido.
«Morirás»
—He cambiado de opinión, puedes llevarte el collar, dame un dólar por el — dijo Marie. Elizabeth sintió caer de repente en la realidad, como cuando despiertas de una pesadilla; parpadeo y miró a su alrededor, todo estaba en su lugar, la casa seguía siendo la misma. En la entrada se escucharon las voces de personas que recién llegaban.— ¿Lo vas a querer o ya cambiaste de opinión?
«Me estoy volviendo loca» pensó Elizabeth y tentó el bolsillo de su pantalón, tenia un dolar y veinticinco centavos.
—Yo...— tosió tratando de aclarar su garganta.— Si, esta bien.
«Todo fue obra de mi imaginación, es una simple anciana»
Le entregó el billete a Marie y a cambio recibió una bolsa de plástico que contenía el collar.
—Que tengas un bonito día Elizabeth— dijo la mujer sonriendo cínicamente y dejando a la vista los dientes ya podridos.
Elizabeth en ese momento salió casi corriendo, sin importarle cualquier gesto de amabilidad. Dos cuadras después, casi pareció olvidar aquel episodio y aceptarlo como cosa del día a día; aunque si se ponía a pensar en ello, se daría cuenta de que nunca le menciono su nombre a la anciana.

—¡Vaya! Se ve mejor de lo que creía, ahora que lo pienso debí haberlo guardado para mi— le dice Elizabeth a Margot que en respuesta se aferra al collar y murmura un "mi precioso" en un intento de referencia al señor de los anillos. Ambas ríen y dejan que las inunde ese sentimiento de tranquilidad y familiaridad; se quieren, y de alguna manera eso las ayuda a alejarse de la realidad, el mundo es de ellas, se tienen la una a la otra y mientras estén juntas, nada puede ser tan malo.
—Liz, necesito contarte algo...— dice Margot, la sonrisa ha desaparecido repentinamente de su rostro y parece bastante preocupada. Elizabeth endereza la espalda y se pone alerta, la última vez que vio a su hermana así de consternada fue cuando Robert le propició la primera paliza a su madre;  Elizabeth trata de borrar de su mente la imagen de Margot a los siete años, con las mejillas empapadas y el cabello rubio despeinado, sosteniendo la cabeza ensangrentada de Louisa.
Margot esta a punto de hablar cuando es interrumpida por el repentino azotar de la puerta contra la pared.
—Tienen que salir de aquí — dice Louisa entrando a la habitación. Margot y Elizabeth la miran con notable desconcierto; lleva el cabello castaño-rojizo en lo que parece quedar de una coleta y algunos cabellos se le han pegado a la frente a causa del sudor, esta pálida y en sus brazos huesudos hay notables hematomas de color purpura.
Ninguna de las niñas se atreve a decir algo, se levantan obedientemente de la cama y se colocan detrás de su madre; ella las mira con los ojos desorbitados llenos de lágrimas que no piensan ser derramadas, tiene una expresión suplicante «por favor no me juzguen, yo no sabia»
Louisa avanza y sus hijas, sin el tiempo suficiente para colocarse los zapatos, la siguen; se mueve ágilmente y en silencio por toda la planta alta. Bajan las escaleras y se dirigen hacia la cocina, lugar en el cual hace a penas unas horas Margot había pasado la cena en compañía de su madre.
En el trayecto, Margot visualiza el cuerpo robusto de Robert tirado sobre la alfombra de la sala, parece muerto, y esta demasiado lejos para poder comprobar lo contrario.
Elizabeth (que camina pegada al hombro de su hermana) siente cuando el cuerpo de Margot se tensa, trata de tomarle la mano para tranquilizarla pero se niega.
«No grites Margot, por favor, no grites» Súplica Elizabeth en su mente y suspira aliviada cuando siente que su hermana retoma el paso normal al lado de ella.
Cuando llegan a la cocina, Louisa abre la puerta que da al patio trasero y se detiene a mirarlas.
—Lo siento, pero tienen que irse— dice y le entrega un pedazo de hoja a Elizabeth—Ahí esta anotada una dirección, vayan, estarán a salvo; al menos por ahora.
Por un momento todo parece una broma, pero en el ambiente se nota claramente que no lo es.
—No me pidan una explicación que no puedo darles, no sean crueles conmigo— dice Louisa suplicante.
Elizabeth contiene las ganas de reírse (aunque nada le haya resultado gracioso) y toma la mano de su hermana.
—Vamos Margot, tenemos que irnos.
Ambas hermanas salen a la fría noche y dejan que sus pies se hundan en la tierra húmeda mientras caminan.
Escuchan cuando su madre cierra la puerta, pero no miran atrás y siguen caminando hacia su futuro incierto.

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⏰ Última actualización: Jun 29, 2019 ⏰

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