401.- El Filo Inmortal.

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En un lote aparentemente baldío de Ciudad Zeta, donde un puñado de pinos se elevaba por la noche, una cabaña de madera descansaba en las sombras. La negrura lo envolvía como un fondo y sólo la luz que brotaba de las ventanas de los edificios a los costados dibujaba puntos hacia el cielo. Una muralla de piedra que rodeaba el perímetro del lugar contrastaba con los modernos rascacielos a ambos lados. Afuera, una silueta con un maletín alargado en la mano estaba parada junto a la única entrada al terreno y, cada vez que inhalaba su cigarrillo, el rojo deslumbraba su cara y varios metros a su alrededor. La brisa nocturna, susurrando una nota constante y fría que se perdía con el tiempo, rápidamente alejaba el humo gris hasta desvanecerlo. En breve, esta calma se interrumpió con el mecánico chirrido de la reja al abrirse frente al individuo, invitándolo a entrar. La cabaña ennegrecida por las tinieblas se pintó de amarillo por una fosforescencia que ahora salía de la casa que lo atraía cual embrujo. Después de apagar su cigarro pisándolo y dar dos pasos adentro, de nuevo chirrió tras su espalda la cerca metálica, esta vez cerrándose. Caminó arrastrando los pies pero a un ritmo constante y apretando los músculos hasta ingresar en el lugar.

La Casa Mágica era acogedora por dentro, a pesar de lo rústico y abandonado de su aspecto exterior. Había alfombras en el piso, lámparas de aceite en las paredes e inciensos, desprendiendo sus aromas característicos y ambientando el lugar con un toque místico, colgando del techo. Un pasillo corto llevaba a la sala, en la cual fue colocada una fina mesa de madera rectangular, una silla dispuesta para el huésped y otra donde estaba sentado El Mago Rojo: Alto, cubierto por pieles de lobos y osos, portando un sombrero de alas anchas del cual se asomaban un par de cejas grises revueltas; Su barba y cabello canosos descendían casi hasta el suelo; Los bigotes se trenzaban más debajo de su cuello hasta unirse a la mitad con su barba y sus ojos no quitaban la vista del maletín que su cliente sostenía en la mano. Parado junto al sabio se encontraba su asistente y aprendiz, un joven de cuerpo delgado y lentes gruesos, que vestía, más bien, las ropas de un guerrero antiguo.

—Buenas noches— saludó cordialmente el hombrecillo del maletín— le he traído el arma del que le hablé— su voz intentaba sonar seca, pero un remolino de emociones la llenaba de matices que El Mago no dejaba escapar: La seriedad y firmeza de sus palabras sugería que el hombre no jugaba; Apretaba los dientes de la desesperación, harto y frustrado, con el ceño fruncido y lágrimas en los ojos— Otros exorcistas lo han intentado, pero ninguno ha podido y yo ya no puedo más— continuó— esta espada me atormenta en mis pesadillas, en mi casa, en mis pensamientos... No puedo más con ella, me tiene extenuado, agotado. Acaba con mi energía y mi paciencia y, de seguir así, sospecho que terminará por consumir mi alma y mi vida entera.

El individuo casi cae de rodillas por la consternación, pero el Mago ni se inmutó —Déjame ver esta arma de la que hablas— cuando el hechicero invocó dichas palabras, que tronaron de su boca gruesas y profundas, intimidaron al pobre sujeto al grado que sus piernas y manos le temblaron. Armándose del poco valor que le quedaba (o sin más remedio), colocó el maletín sobre la mesa y se alejó dando unos pasos hacia atrás, casi brincando. El sabio tomó la valija y reveló su interior sin titubear: Nadie sabe realmente la edad del viejo, pero hacía muchos años que no levantaba las cejas del asombro, tanto así que crujieron los músculos de su rostro que tenían tiempo en desuso; Su ayudante quedó estupefacto y dio medio paso hacia atrás, mientras que el cliente se retorció del miedo.

El Mago Rojo tomó el sable del mango con ambas manos y se levantó de su asiento sin decir una palabra. Entonces, comenzó a blandir el arma, agitándola y dando fuertes sablazos al aire con letal precisión, absorto, explorando los misterios de esta magnífica creación.

—Sin duda...— dijo sin soltar el artefacto, hizo pausa breve y siguió— Sin Duda, esta se trata de una obra maestra: Las sinfonías más hermosas y los dispositivos más avanzados no son más que burdas fabricaciones, barbáricas y primitivas creaciones comparadas con esta pieza; Sólo una raza, ahora extinta, fue capaz de construir un filo de esta calidad. Está cargada de energía y tenía aún más, antes de tantos exorcismos y hechizos de novatos. Pero nada le puede quitar su valor, debe ser única en el mundo: Un sable que nunca muere, un fuego que nunca se extingue. El conocimiento para quitarle su poder se ha perdido hace milenios pero, de cualquier forma, si quieres deshacerte de ella, puedes pasarle el peso a otro dueño o destruirla — El cliente al que le hablaba el hechicero tartamudeó pero rápido fue interrumpido — Yo con gusto me quedaré con esta y podrás volver a dormir en paz. Nunca más volverás a verlo o saber de él ¿Ese es tu deseo, no?

Al hombrecillo se le iluminaron los ojos de lágrimas y una sonrisa de felicidad se dibujó en su cara cuando asintió con la cabeza, pues al aceptar entregársela, sintió que se libraba de todos los males del mundo.

—...Y respecto a mis honorarios...— agregó. De inmediato, su cliente se puso serio, pero sin poder controlar su manía — por salvar tu alma y tu vida, creo que este artilugio es más que suficiente como para compensar el costo de mis servicios...

Eufórico, su cliente se puso a brincar, farfullar y salió corriendo del lugar. Todavía El Mago Rojo y su asistente escucharon los gritos a lo lejos mientras el hombre se alejaba calles a la distancia. Una vez pasado el escándalo, el alumno se acercó a su maestro, quien ahora sostenía con una mano el arma, y se puso a examinar esta última con más detenimiento, acomodando sus lentes con el dedo índice.

—No está poseída...— Observó el alumno dudoso, volteando a ver a su maestro quien le respondió: Lo estuvo, no sólo por demonios sino también por cientos de almas... quizá miles. Antes de esos rituales de exorcismo... Ahora está tan muerta como una piedra, le quitaron buena parte de vigor, pero aun así...

— Aun así, su sola presencia es intimidante. Está colmada de un gran poder— completó el aprendiz, esperando del Mago Rojo una respuesta al misterio.

El Mago Rojo blandió la espada hasta que el filo estuvo a pocos centímetros del cuello de su ayudante— Ya te expliqué por qué de su poder — por unos segundos la tensión de su brazo hacía vibrar la hoja rozando, con cada latido de su corazón y exhalar de sus pulmones, la piel sudorosa del muchacho hasta que sus músculos se relajaron y ambos pudieron respirar— Hace decenas de miles de años, existió un continente en medio del océano. Dotado de fertilidad y riquezas, los pueblos que la habitaban se unieron para formar una civilización gloriosa...

—¡Los Atlantes!

— Correcto... Esta obra de arte pasó por las manos virtuosas de al menos cien artesanos, cada uno el más diestro de su área. Le habrán dedicado miles de horas en total, con materiales únicos de la alquimia ancestral. Construida para un Rey o un Comandante... No sólo es una herramienta letal excepcional: Su estética, su belleza... el balance y el filo... está hecho para inspirar miedo en los más débiles. A lo largo de los años, habrá participado en feroces batallas y guerras. El imperio de donde nació murió, y los palacios de las civilizaciones que le precedieron no son más que tierra y escombros, enterrados en desiertos o sumergidos en el fondo del mar. Esta reliquia del pasado, es quizá uno de los objetos más valiosos del mundo, gracias a que la manufacturaron con una cualidad única: Es inmortal. Verá tu muerte y la mía, verá el planeta destruirse y el sol extinguirse y seguirá flotando en el espacio hasta el fin de los tiempos.

Al joven pupilo se le llenaron de lágrimas sus ojos: Antes respetaba a su maestro y le temía al arma, pero ahora, conociendo el poderío de ambos, comenzó a sentir más respeto por el Filo Infinito y temor por la forma tan casual con la que el Mago Rojo la empuñaba.

Continuará...

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