404 - El enterrador

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El viento soplaba entre los pinos, dejando pasar rayos de sol anaranjados conforme caía la tarde. Estos rayos iluminaban el terreno de la casa mágica que cobraba vida encendiendo sus luces. La reja metálica se abrió y una figura fornida entró arrastrando los pies. Sus brazos como troncos colgaban de sus hombros y las bolsas debajo de sus ojos no podían ser más pronunciadas. Su cabello despeinado tenía la apariencia de haber sido castaño, pero lucía opacado y canas plateadas destellaban aquí y allá, al igual que su barba mal rasurada y descuidada. Balbuceando y moviendo su cuerpo más por un impulso que por un acto de consciencia y razón pura, el olor fresco a plantas le inspiraba tranquilidad y estuvo a pocos pasos de alcanzar la puerta principal, hasta que cayó dormido en el camino de piedra. La puerta se abrió por sí sola y reveló al asistente del Mago Rojo quien con gran esfuerzo y cuidado cargó el cuerpo del hombre adentro y lo dejó reposar en una cama de ébano con pieles de oso.

El hechicero se acercó a sonámbulo con una bebida que el joven preparó con anticipación y le dio una fuerte bofetada en la cara hasta que despertó —Bebe esto, te dará energía por un rato—. Le extendió el tarro a la altura de sus manos, pero no la soltó, le ayudó a levantarla hasta su rostro para que la bebería: El líquido era helado y poseía un fuerte olor a alcohol y café; La esencia de este brebaje corrió por su sangre y sus ojos se abrieron tanto como sus pulmones se llenaron de aire al suspirar; Sintió calor en su cuerpo pero en seguida notó que sus extremidades comenzaban a responder sus órdenes sin quejarse. Sin embargo, al ponerse de pie, sus piernas tambalearon y casi cae al suelo si no fuera porque el Mago lo sujetó en el último momento.

—Me disculpo. Quise decir "un poco" de energía por un rato.

—No hay por qué, se lo agradezco. Esto es lo más vigoroso que me he sentido en días.

Trabajando en equipo, ambos alcanzaron a sentarse en la mesa principal donde Ipodemo se presentó y le explicó al brujo que trabajaba en un cementerio día y noche. Él no creía en los fantasmas ni espíritus, por eso eligió ese trabajo pues él no temía a lo sobrenatural, pero ahora pensaba que se equivocaba pues terribles gritos y gemidos espectrales lo acosaban en cuando quería descansar: Escuchaba pasos, crujidos y chillidos; Gruñidos de los cuales no sabía que existiese en el planeta un animal que los emitiera en tal manera; Agonizantes sollozos, llantos fúnebres y, a veces, escuchaba que lo llamaban por su nombre y jamás estaba en paz.

Al principio pensó que estaba loco y recurrió a diversos doctores y especialistas, pero ninguno logró curarlo de su mal y las píldoras que lo obligaban a dormir empeoraron su situación pues le provocaban horripilantes pesadillas de las cuales no podía escapar hasta que terminara el efecto de la sustancia; Solicitó entonces la intervención divina para que exorcizaran el lugar, sin embargo, sólo se topó con puros charlatanes que lo defraudaron. Ahora pedía la ayuda del Mago Rojo pues supo de buenas fuentes que su poder nunca fue superado por un ser del más allá.

—Esto que me dice es algo muy común, lo he visto muchas veces. No tiene por qué preocuparse más, conozco la solución. Usted quédese en esta casa mientras me encargo de todo. Mi asistente puede servirle algo de comer si así lo desea, pero no salga de la casa, especialmente si ya salió el sol. Cuando regrese, usted podrá irse y su problema se habrá solucionado—

Incrédulo, Ipodemo dudó de que al fin todo se solucionara y tan fácilmente, temía que fuera engañado de nuevo. Pero el cansancio y algo más que no entendía, lo impulsaron a cerrar los ojos. Sus párpados se cerraron y cayó sumido en un sueño profundo. Mientras el Mago Rojo dejó la habitación y se preparó para salir.


La luna se alzaba en el cielo estrellado, regando su luz plateada sobre Ciudad Zeta, pero los habitantes eran ciegos a su presencia pues la megalópolis irradiaba con aún más intensidad, sumiendo al firmamento en un abismo opaco, reclamando el cosmos para sí. Desde arriba, el cementerio donde trabajaba Ipodemo asemejaba a un cráter profundo cuyo fondo no se apreciaba, rodeado de millones de rascacielos. Ocupaba una manzana completa, ríos de asfalto lo rodeaban por los cuatro lados. Cuando el hechicero carmesí arribó al sitio, usó un movimiento de sus manos para quitar los candados que cerraban unas cadenas alrededor de una reja de hierro negra: Sin tocarla, esta se abrió de par en par y se cerró detrás de él al traspasar el umbral. Al estirar sus brazos, de sus ropas surgieron hojas de papel que volaron por todo el cementerio, cayendo cada una sobre cada tumba, excepto una que voló con el viento por la ciudad hasta atorarse en una cámara de video vigilancia de uno de los edificios contiguos. En uno de los monitores de la sala de informática en el área de seguridad de ese inmueble se leía claramente un panfleto que decía "ESTA NOCHE, GRAN FIESTA EN EL CEMENTERIO PARA LOS MUERTOS. NO SE ADMITEN SERES VIVOS", sin embargo, el guardia que estaba encargado de atenderlos se distraía con un dispositivo móvil en el cuál consumía una serie de calidad media, mientras otra corriente arrebató el papel de la cámara y se alejó volando.

Impulsados por el ritmo irresistible de tambores invisibles, las ánimas emergieron de sus tumbas: Una miasma cubrió el suelo, emitiendo todo tipo de destellos coloridos; Una fuente situada en el centro empezó a bombear licor de ajenjo y su olor atrajo a todos los cuerpos y espectros a beber; De las criptas salían temibles cadáveres reanimados y seres espectrales que se unían al festín; De un magnífico mausoleo en forma de piano, salió un esqueleto elegantemente vestido que empezó a tocar sus teclas de mármol con sus huesudos dedos y, de alguna forma, música surgió de este y todos empezaron a bailar como si no hubiera mañana.

El desfile de criaturas ya era de por sí impresionante cuando, atraídos por un panfleto volador y rápidamente esparcido a través de las redes de información, cientos de fantasmas y más seres sobrenaturales arribaron al lugar de todas partes de la ciudad. Entonces, subieron más y más al volumen de la música hasta que era todo lo que podía escucharse. No pudo estar más atascado y atiborrado y la fuente no dejaba de fluir: Danzaban, bebían, cantaban y se divertían, en sus caras descompuestas por el tiempo sólo se apreciaba la felicidad; Extremidades que apenas se sostenían de algunos pocos ligamentos salían volando por la intensidad de los movimientos; El piano estaba siendo tocado por cuatro manos, sin embargo nadie sabía a quién le pertenecían dos de estas; El pianista le cedió sus piernas a los despojos de un hombre que no tenía las suyas para que se uniera a los danzantes.

Aún en la muerte, algunos seres se reencontraban y se abrazaban eufóricos, otros hallaban un nuevo amor y se desataban sin límites a este; Los restos de los ricos y los pobres celebraban por igual y no había diferencia entre uno y el otro: La fiesta estalló en una enorme orgía espectral de se prolongó toda la noche. En aquella ocasión, gatos y perros, encerrados en los departamentos, maullaban y aullaban, moviendo sus colas impacientes unos y manteniéndola firme los otros, observando preocupados o curiosos lo que sucedía por las ventanas, pero sus dueños sólo les pedían que se callen o les servían comida en un fallido intento de calmarlos. A varias manzanas a la redonda no pudieron dormir bien por el ruido, pero ya estaban acostumbrados a ese estilo de vida.

El Mago Rojo nunca trabajaba gratis, siempre ganaba u obtenía algo a cambio de sus servicios, excepto por esta ocasión que, apenado por el costo de los destrozos, no sólo decidió no cobrarle sino que se aseguró de pagarle a unos duendes de las sombras para que limpiaran el lugar tanto como pudieran. Estos trabajaron las horas que consideraron justas de acuerdo al pago y se fueron sin terminar lo demás. Para dejarlo impecable no habrían acabado esa semana, así que el hechicero lo consideró un trato aceptable. El enterrador despertó hasta el día siguiente, más descansado que nunca y sólo tuvo dulces sueños durante su siesta. Sin duda no le entró en gracia descubrir las condiciones en que quedaron muchas lápidas, pero la paz que encontró en su corazón justificaban cualquier esfuerzo extra que tuviera que hacer con tal de dejarlo todo en su estado original.


FIN.

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⏰ Última actualización: Mar 11, 2019 ⏰

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