Prólogo

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El día de la boda hizo un clima fantástico. Desde las primeras horas del día, con un pronóstico que indicaba lluvia, el cielo se mostró despejado y de un color azul puro, parecido a esos que se ven en las pantallas de las computadoras con alta definición. El sol brillaba con fuerza, los rayos dorados iluminaban todo a su paso. Incluso las aves, que ya casi no solían escucharse en ciudades tan aglomeradas como aquélla, cantaron su alegre tonada. Todos lo declararon un milagro; pasaron la semana entera esperando nubarrones grises en el cielo con gotas gruesas de lluvia y calzadas llenas de agua, por lo que festejaron con más entusiasmo del que se debía.

O al menos así lo consideraba Nadia, quien sentada en la dura banca de madera, escuchaba al padre dar su perorata y hacía un esfuerzo por mantener los agudos comentarios dentro de su boca. Tenía la vista clavada en el vestido blanco de la novia, cuyo intrincado bordado formaba hermosas figuras que resplandecían con la luz de la iglesia y hacían lucir el rostro de la mujer frente al altar. Se veía hermosa, Nadia se aseguró de decírselo en cuanto le permitieron ver el trabajo de los maquillistas y el elaborado peinado coronado por una delicada tiara plateada y un velo que caía elegantemente por su espalda. Los aretes perlados hacían juego con el collar y la pulsera que portaba, regalo de alguna de las muchas tías en la familia. El anillo de compromiso, dado por el novio siete meses atrás, adornaba su dedo corazón.

Siete meses desde que aquélla pesadilla comenzó.

Normalmente una boda se realiza para celebrar la unión ante los ojos de Dios de un hombre y una mujer que juran amarse por el resto de sus día y permanecer fieles el uno al otro sin importar qué, pero Nadia no veía cómo era posible que la unión fuese sagrada si la novia era viuda, si el novio había engañado a su esposa y si ambos tenían hijos.

Siete meses, repitió una voz en su cabeza. Parecían un abrir y cerrar los ojos, como si hubiese sido apenas ayer cuando Evelyn le dijo que iba a casarse; y es que hubiera celebrado como se hace con un anuncio de ese tipo si Evelyn en cuestión no fuese su madre y si no estuviera próxima a convertirse en la mujer de nada más y nada menos que el padre de Damián Osuna Montesinos. En otras palabras, su novio...o su antiguo novio...o...

Nadia aún no terminaba de explicarse cómo aquello podía ser real, como era...siquiera posible. Repitió en su cabeza el último año, desde el momento en el cual conoció a Damián hasta cuando estuvieron a minutos de decirle a sus padres acerca de su relación. Recordaba con claridad cómo él se había acercado a explicarle un problema que no entendía, después había preguntado por su nombre y se descubrió a si misma buscando al desconocido la siguiente vez que acudió a la regularización de matemáticas. Su mente viajó a aquél tiempo antes de que fuese consciente de lo que sucedía.

– Hola–dijo y ella por poco tiró todos los libros en su mesabanco–. ¿Qué? ¿Te asusté?

– No– respondió Nadia con sarcasmo–. Así es como yo saludo.

Una carcajada brotó de su garganta y sin saber porqué hizo a Nadia sonreír. Su enojo se desvaneció tan rápido cómo había llegado y recordó haber alzado la vista sólo para toparse con dos orbes chocolate que la miraban con interés. Sus orejas ardieron y rápidamente volvía a ocultarse bajo la cortina de su pelo deseando que el desconocido al que había cometido la estupidez de darle su nombre se marchase ya.

– Olvidaste esto la clase pasada, Nadia.

Sorprendida de que aún lo recordase volvió de nuevo la vista. El muchacho, quien debía ser mayor que ella por uno o dos años, sostenía un bolígrafo rosado con motivos dorados y un par de orejas de conejo en la punta. Nadia quizo que la tierra se la tragase. Suficiente tenía con tratar de controlar su desbocado corazón y descifrar que sentía en el estómago como para que ahora también él supiera lo infantil que era. Una vez más sus mejillas adquirieron un tono muy leve de rojo.

La Ecuación PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora