Llovía a mares. Alicia estaba sentada en el sillón de la ventana, donde solía pasar las horas muertas mirando la gente pasar por la “Avenue des Champs-Élysées”. Había echado las cortinas, creando así un pequeño rincón privado y personal. Escondía las manos en el jersey de lana, que solía llevar siempre encima del pijama largo de invierno, del cual solo sobresalían un poco los dedos. Llevaba, también, unos calcetines gordos que se le arrugaban en los tobillos debajo del pantalón. Estaba encogida sobre sí misma, en el rincón derecho del sillón, que estaba repleto de mullidos cojines. Cerca del mismo había una mesita de té, encima de la cual había una taza de chocolate caliente y un par de croissants.
Alicia abrazaba uno de sus cojines favoritos, estaba sentada con las rodillas a la altura de la barbilla, observando la lluvia. ¡Se sentía tan a gusto allí sola! Saco un brazo del interior de las cortinas, para alcanzar la taza con el chocolate de la mesita. Palpó a tientas hasta que logró encontrarla. Cuando lo hizo, la asió bien, teniendo cuidado de no derramar el interior en la moqueta de estilo inglés, a juego con el resto de la estancia, que tan a menudo le había repetido su tía Brigitte, que era algo así, como una reliquia de tiempos remotos.
Una vez que hubo metido la taza dentro del “lugar secreto”, la tomó con ambas manos y dio un largo sorbo disfrutando de la sensación de calidez en el esófago y cerrando los ojos para saborear aún con más intensidad el delicioso sabor del chocolate. Dejó de beber y miró la taza, en la que aún quedaba chocolate, y sonrió al comprobar que podría disfrutar de otro sorbo. Se relamió de gusto. Volvió a mirar hacia la calle, no había ni un alma bajo la lluvia. De vez en cuando algún coche rompía el silencio, pero nada más, todo era paz.
De repente un rayo partió el cielo, acabando con la calma, y en la ventana apareció una cara de ojos rojos, como la sangre, y sonrisa maléfica que la aterrorizó por completo. Del susto cayó hacia atrás, al suelo, llevándose consigo una de las cortinas que se descolgó por la acción de su peso, la taza cayó a la moqueta derramando el chocolate que en ella quedaba, y quebrándose con un tremendo estrépito.
Se cortó en la palma de la mano derecha, con un trozo de la porcelana rota de la taza, Alicia gimió de dolor y se agarró la herida con la mano izquierda. La luz parpadeó un momento para apagarse después, y con ella toda la avenida de los Campos Elíseos quedó a oscuras. Alicia se levantó del suelo, teniendo cuidado para no cortarse de nuevo, justo cuando su tía entraba en la habitación, llamada por todo el alboroto que se había formado, a tiempo de que ambas escucharan una siniestra risa que venía de ninguna parte.
La tía Brigitte vio el chocolate derramado en la moqueta y la taza echa añicos en la penumbra. Contrariamente a lo que pensó Alicia no dijo nada sobre ello, pero entonces recordó que le dolía la mano y se la apretó con más fuerza, a la vez que gemía. Brigitte lanzó una maldición en francés por lo bajo, que Alicia no entendió, y se apresuró a mirarle la mano.
-¿Estás bien muchacha?- le dijo en español, pero con el típico acento francés que a Alicia le parecía de película.
-Si, gracias,- le respondió, no sin esfuerzo para no llorar, volviéndose a girar hacia la ventana
-No, no, no, ¡esto habrá que vendártelo de alguna manera!,- le dijo casi enfadada. Al ver la sangre, exclamó- ¡Sacrebleu! Iré a por el botiquín - después salió de la estancia.
Alicia volvió a quedarse sola, ante la ventana. Se acercó poco a poco, con mucho sigilo, la cortina que quedaba colgada tapaba casi todo el ventanal. No se lo había imaginado, estaba segura. Volvió la luz, la de toda la calle, pero no la del interior de la casa. Se soltó la mano dolorida y vacilante alargó la mano hacia la cortina, pero volvió a atraer el brazo hacia sí, asustada por un relámpago. Al final hizo acopio de todo su valor y descorrió la cortina. Pero no vio absolutamente nada. Solo las gotas de lluvia repiqueteando contra los cristales.