Corazón Inerte

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Muchos piensan, que los seres inanimados no sentimos, por el hecho de no movernos, o más bien por el hecho de que los humanos corrientes no ven nuestro movimiento sigiloso y casi imperceptible, pero no es verdad, somos tan capaces de sentir como cualquier ser de carne y hueso. Y para el que no lo crea aquí va mi pequeña e insignificante historia.

- ¡Ey! ¡Ey!, ¡estoy aquí!, ¡nunca reparas en mi presencia, pero estoy aquí!

No hacía más que aporrear el cristal de mi hábitat, mi bola de nieve, y gritar eso a todas horas del día, pero la humana que vivía en aquel cuarto, donde yo estaba, jamás me hacía caso, me sentía sola. De vez en cuando sí cogía un poco mi bola y la agitaba, pero nada más. Ni una miserable conversación.

Me situaba en una estantería a bastante distancia del suelo. Me senté en el fondo, en la peana de madera de mi bola, en mi posición de costumbre, y observé. Era lo único que podía hacer. Yo soy una pequeña figura de madera, de unos 2 cm y medio como mucho, vestida con un magnífico vestido de princesa y una tiara de flores alrededor de mi cabello pintado, oscuro y ondulado. Para el que se pregunte como se esto, tengo ojos, me puedo ver en el cristal de mi bola.

Después de años sola sobre la estantería, aquel día todo cambió. La madre de la humana de mi habitación, llegó con un paquete, me acerqué al cristal, y mientras lo desenvolvía todos los peluches, juguetes, y demás cosas inanimadas de la habitación hacían sus apuestas sobre que era lo que podía ser aquello. Vi que se trataba de una bola de nieve, exactamente igual en proporciones a la mía, pero en ella no había una princesa como yo, al principio no supe vislumbrar a ciencia cierta qué era, pero me pareció un muchacho, ¡y lo era! Escuché las lamentaciones y suspiros de todos mis compañeros de habitación cuando lo vieron, porque muchos de ellos deseaban parejas propias para ellos, pero yo no pude más que regocijarme de alegría. El extraño era un príncipe, ataviado con maravillosos ropajes, y todo lo guapo que se puede ser siendo una miniatura en una bola de cristal, no llevaba corona pero tenía un porte regio.

La niña, feliz, colocó a mi nuevo compañero junto a mí en la estantería. En cuanto la madre y ella dejaron la habitación corrí al cristal de mi habitáculo y lo golpeé hasta que mi compañero me miró, se acercó al cristal, y me quedé en blanco. “¿qué me pasa?” me dije “¿por qué estoy tan nerviosa?”. Entonces, viendo mi cara de boba, seguro, me saludó con la mano, y le devolví una amplísima sonrisa. ¡Al fin no estaba sola! Ideamos un sistema de comunicación basado en pegar bolitas de nieve artificial al cristal y escribir mensajes con ellas. Me parecía tan guapo, elocuente, educado… era perfecto, y parecía que el sentimiento era recíproco.

Ya apenas hablábamos, después de un mes nos conocíamos como si hubiéramos salido de la fábrica juntos, es decir, podría decirse que ya éramos como amigos de toda la vida. Nos pasábamos el día mirándonos el uno al otro, embobados, separados por 3 cm y dos cristales. Mas, en aquel momento se levantó, y a su vez yo, me dio la espalda, y pude apreciar que estaba haciendo algo con una de las bolas de nieve artificial. Lo que fuera lo escondió. Cogió un puñado de bolitas de las que usábamos para escribir y las fue poniendo en el cristal una detrás de otra, en orden, formando así letras, y estas a su vez formaban palabras, que se unieron en la siguiente frase:

- “Te quiero, ¿me quieres?, quiero que pasemos el resto de nuestra vida artificial juntos.

Se me saltaron las lágrimas de la emoción, en seguida, y temblando un poco, recogí bolitas para escribir un enorme y rotundo SI, y luego:

- “¡Yo también quiero estar contigo para siempre!”

Entonces sacó lo que había escondido. ¡Había fabricado un anillo! ¡Para mí! El único problema era que no podía dármelo. Me encantó de todas formas e hice otro igual, me lo puse y él se puso el que había hecho. Podría decirse que estábamos algo así como “casados”, mas nunca llegaríamos a tocarnos, maldije mi suerte en aquel momento, pero no sería lo peor. Lo peor estaba por venir, e ingenua de mí no me lo imaginé.

Nos pasábamos el día entero diciéndonos cuanto nos queríamos. Esa noche tocaba reunión familiar de nuestros poseedores y venían a la casa a pasar la tarde-noche. Había un bebé. No sabía hasta qué punto podía llegar a temérsele a esa criatura tan linda e inocente. Había oído historias pero no pensé que fueran ciertas.

Nuestra dueña trajo al bebé en brazos a la habitación, lo acercó a nuestra estantería y ¡horror! Le dio un golpe a la bola de mi amado. Grité, y sin importarme que nadie me viera u oyera corrí al cristal. Vi sin remedio como la bola se había hecho añicos contra el suelo y mi amado yacía sobre el, boca abajo, inconsciente, y con una pierna separada del cuerpo, rota. Todos mis compañeros de habitación se estaban moviendo ligeramente, para ver lo que sucedía, incluso escuché suspiros de consternación y algún que otro reprimió un grito. Quise morir. Corrí hacia el fondo de mi bola y con todas mis fuerzas y rabia, volví a correr para colisionar con la parte delantera de la bola, la parte que quedaba cerca del vacío. En aquel momento mi dueña ya no estaba en la habitación, se había llevado al niño para protegerlo de los cristales. ¿Y quién había protegido a mi amado? Nadie. Los peluches murmuraban a cerca de lo que yo misma estaba haciendo. Con el impacto mi bola avanzó hacia el abismo. Las murmuraciones aumentaron. Lo hice repetidas veces hasta que la bola se tambaleó al borde de la estantería. Me dije: “ya está, despídete del mundo que conoces” y, sin pensármelo dos veces, me lancé por ultima vez contra el cristal.

Mi bola se suspendió en el aire por unas milésimas de segundo y me permití pensar “ahora estaremos verdaderamente juntos, y sin cristales mi amor”. También pude escuchar ahora suspiros y gritos como << ¿¡qué hace esa loca?!>> Pero ya todo daba igual. No podía concebir mi vida sin mi príncipe. Choque contra el suelo. Mi ama y su madre entraron después, solo les dio tiempo a ver el estropicio. Había agua por el suelo, las bolas de nieve, y los cristales alrededor de nuestros cuerpecillos de madera pintada y barnizada artesanalmente. Salieron de la estancia para ir a por escobas, recogedores y fregonas. En cuanto salieron aproveche para moverme. Me había cascado el vestido y ahora faltaba la mitad de la falda, no me importó, repté como pude hasta mi amado, y cuando llegué, le cogí la mano que tenía el anillo y después perdí el conocimiento.

Cuando desperté volvía a estar en la estantería, como si nada hubiera pasado. Pero sí que había pasado. Miré a mi derecha, mi bola parecía mas grande que de costumbre, es más era enorme. Eche un vistazo a mi espalda. ¿Un castillo? En mi antigua bola solo estaba yo. ¿Qué estaba pasando? Miré por último a la izquierda y allí estaba mi amado, seguía con su anillo en la mano y su mano asida a la mía, me miró y nos incorporamos casi a la vez. Su pierna estaba reparada al igual que mi falda, mientras dormía había estado todo el rato mirándome. Me sonreía, y con su voz, la que tanto había soñado oír, me dijo:

- Hola princesa, ¡al fin despiertas!

Le abracé tan fuerte como pude y casi le tiré a la peana de madera cubierta de nieve artificial. Le pregunté por lo que había pasado, sin dejar de abrazarle. Al parecer cuando nos recogieron del suelo, él, volvió a recuperar la consciencia. Según creí entender, como nuestra ama nos apreciaba tanto, nos llevaron al fabricante, quién le dio a elegir a nuestra dueña entre una bola individual para cada uno o una bola grande para ambos. Y entonces nuestra dueña eligió la bola grande. El fabricante la diseño a modo de un palacio con sus jardines y allí nos colocó a ambos arregladitos y como nuevos. Agradecí a aquel niño inocente aquel gesto, que en un principio me pareció lo más horrible del mundo, porque así me había hecho infinitamente más feliz. No aguanté más, abracé a mi príncipe con quien ya podía estar realmente para siempre y nos fundimos en nuestro primer beso, que marcó el fin de mi soledad y el inicio de una nueva y próspera vida, que se basaría en nuestra felicidad, porque los seres inertes, también tenemos corazón.

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