CAPÍTULO ÚNICO

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¡Hola estrellitas!

Espero que os guste muchísimo mi historia tanto como me ha gustado a mi escribirla. Es mi segunda historia corta y me encantaría saber que os parece, dejádmelo en los comentarios por favor. ¡Ala! Ya os dejo leer tranquilos.

ESTRELLAS


Volvíamos a la ciudad, después de varios días de vacaciones en un complejo. Me lo había pasado genial con mi madre y Nate en la montaña, me volvía a sentir cercana a ellos, después de pasar tantos meses separados.

Estaba hablando con María por WhatsApp de lo que haríamos al llegar, pensábamos ir al Several Café a tomar algo para más tarde estudiar antes de que la semana de exámenes llegase. María tenía entrenamiento a la mañana siguiente y tenía que ir a dormir, así que en cuestión de media hora me volví a quedar sin distracción. Bostezaba mientras miraba por la ventana, estaba muy cansada. Ví como Nate se desataba de manera disimulada y se levantaba para observar a través del techo de cristal que tenía el coche.

-Nate, átate.

-No quiero, si lo hago no puedo ver bien las estrellas ¡y yo quiero verlas!

- ¿Eres tonto? ¡Átate!

- ¡Es que... como tenga que parar el coche, os enteráis! ¡¿Qué te cuesta hacer caso a Selene ?! - por fin mamá me da la razón, pensé - Además, ya te lo he dicho yo mil veces, ¡estás castigado! Cuando lleguemos a casa me das todos los juguetes. -seguidamente murmuró para sí- Siempre está haciendo lo que quiere, es que este este niño, este niño me volverá loca.

-Pero míralas! ¡Mira las estrellas y dime que no valen la pena mamá! ¡No pienso atar-me!

Mamá se levantó para abrocharle.

Ruido. Confusión. Gritos. Sangre. Demasiada sangre.

- Mira las estrellas Selene, mira las estrellas... mira las estrellas.

- ¿Nate?¡Nate!
No respondió, ni volvió a hablar de las estrellas.

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Me desperté entre sudores, temblorosa por el recuerdo. Observé mi habitación provisional. Una habitación sobria, fea, en la cual me sentía inquieta, completamente fuera de lugar. Mis ojos acabaron fijándose en el único y triste reloj de la habitación. Las cuatro de la mañana. Ya no conseguiría dormir ni gracias a un milagro.

Al no tener nada que hacer por las vacaciones obligadas, mi mente divaga demasiado y repite el momento constantemente, para exprimirlo hasta el último segundo, nuestro último segundo.

¿Que sentí al recuperar la conciencia el primer día? Nada. Los médicos creían que por el momento estaba en shock y con el tiempo mejoraría, se equivocaban. Con el paso de los días empeoraba y acabé llegando a la conclusión de que había desaparecido con ellos.

Nada fue igual después de ese seis de noviembre. Estaba sola, en un lugar en el cual nunca hubiese pensado estar, un orfanato.

Sé que todos quieren ayudar, pero me ahogo y ya no quiero nadar. Me siento perdida y aun habiendo pasado tres largos meses no sé qué hacer. Mi vida era común, con altibajos, una familia y amigos, no necesitaba más, pero tampoco deseaba menos. Todos los planes, ilusiones y metas que ansiaba, en menos de dos minutos, rotos.

Si a mi hermano no le gustasen tanto las estrellas, si no se hubiese quedado embobado mirándolas, si el techo hubiese estado cerrado, si no le hubiese gritado y mamá no hubiese intervenido, nada de esto hubiese pasado.

Cuando las veo las maldigo, les grito y les reprocho no poder estar con la familia con la que me reencontraba, un hermano al que quería molestar y tomar el pelo, una madre a la que me hubiese gustado hablar de todo aquello que no me había dado tiempo. Al acabar de descargar mi ira en ellas, lloro. Lloro desconsoladamente hasta quedarme dormida.

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