cualquiera a seguir hablando del tema. No tenía necesidad alguna de que le recordaran aquel detalle, cuando se había pasado la vida consciente de sus responsabilidades.
Efectivamente, no había conocido ni una hora de libertad de la pesada carga de las expectativas que acompañaban a su privilegiado estatus social y a su gran riqueza. Se le había educado en las mismas tradiciones que a sus antepasados: el deber, el honor y la familia eran lo primero. Sin embargo, por fin una excepcional chispa de rebeldía estaba prendiendo dentro de él.
—Conozco perfectamente esos hechos, pero no estoy listo para volver a casarme otra vez —replicó secamente.
—Me pareció que te ayudaría si nosotros redactáramos una lista de posibles candidatas para ayudarte —respondió doña María con una amplia sonrisa.
—No creo que eso me ayudara en nada. De hecho, me parece una idea descabellada—le espetó fríamente Louis—. Cuando decida casarme, y eso si quiero hacerlo, seré yo quien elija a mi esposa.
Su tía Isabel decidió no guardar silencio. Propuso una candidata de una familia tan rica e importante como la suya. Louis le lanzó una mirada de desprecio, pero su madre no se achantó. Fue aún más rápida que su hermana a la hora de sugerir el nombre de su candidata, una joven viuda con un hijo y, por lo tanto, y según sus propios términos, de «fertilidad demostrada». Una expresión de profundo desagrado recorrió los hermosos rasgos de Louis. Sabía exactamente lo que su madre quería decir con eso. Estefanía, su hermana mayor, no se rindió tampoco y sugirió el hombre de la hija adolescente de una amiga íntima como candidata a ser la perfecta esposa. Louis estuvo a punto de soltar la carcajada. Como él bien sabía, el matrimonio podía ser una relación llena de desafíos, incluso para aquellos que parecen ser la pareja perfecta.
—Celebraremos una fiesta e invitaremos a algunas mujeres adecuadas—anunció doña María, siguiendo con el tema con la obstinada insensibilidad de una mujer acostumbrada a salirse con la suya—, pero no invitaremos a tu candidata, Estefanía. Realmente no creo que una muchacha tan joven pudiera ser apropiada. La esposa de un Márquez tiene que ser una mujer madura, buena conocedora de la etiqueta, educada y socialmente aceptable, además de provenir de una familia adecuada.
—No pienso asistir a esa fiesta —declaró Louis sin dudarlo—. En estos momentos, no tengo intención alguna de volver a casarme.
Julia tomó la palabra.
—Pero si al menos fueras a la fiesta, podrías enamorarte de alguien.
—Louis es el duque de Sandoval —replicó doña María en tono desafiante—.
Por suerte, sabe quién es y sabe que no debe pensar en esas tonterías.
—No habrá fiesta —decretó Louis. Una ira implacable había ido prendiendo poco a poco dentro de él. Apenas si se podía creer que su propia familia pudiera estar tratando de dirigir su vida de aquel modo.
—Tan sólo estamos pensando en ti y en lo mejor para ti —murmuró doña María dulcemente.
Louis observó a su madre, que lo había enviado a un internado en Inglaterra cuando sólo tenía seis años y que había permanecido impertérrita ante las cartas suplicantes que él le enviaba para que le permitiera regresar a su casa.
—Sé lo que es mejor para mí, mamá. Un hombre debe actuar por sí mismo en un asunto tan personal.
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Mañana seguire espero que les este gustando
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