Era un gran tipo Gastón

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Había pasado ya un año desde que Bella consiguió romper el poderoso hechizo bajo el que estaba aquél castillo en Francia. Todo había vuelto a la normalidad y por fin, después de diez años en la piel de una bestia, el príncipe Adam consiguió la paz de volver a ser el hombre que fue alguna vez.

Desde aquella fecha en la que ambos consumaron matrimonio, se celebra cada año en el pueblo con banquetes y música una nueva era de felicidad para todos.

O bueno, para la mayoría...

Para cuando esa fecha significaba una nueva era de alegría para todo el pueblo de Francia, había un individuo que tan sólo deseaba que pasase lo más rápido posible para poderse embriagar durante todo el año y evitar el dolor que le causaba recordar su pérdida. Su más grande pérdida.

—Otra, Alice.

—LeFou, has bebido toda la noche, creo que ya es hora de-

—¡Cállate, Maldita sea! ¿Acaso no es tu trabajo atender el bar? ¡Dame otra jodida botella! —Se levantó enfurecido de su taburete mientras daba un fuerte golpe a la barra de madera, haciendo a las botellas vacías sacudirse.

—Calma, LeFou, no querrás ser llevado a juicio de nuevo.—Trató con un tono más suave Alice a la par que destapaba otra botella y se la pasaba.

LeFou no pudo evitar girar su cabeza y ver cómo todo el bar estaba mirándolo fijamente, mientras se emborrachaba una vez más. Retomó su posición en el gran taburete y cabizbajo tomó un gran sorbo de su bebida.

—Lo siento, sólo... Odio esta fecha, ¿sabes?—Tomó otro sorbo más pequeño y continuó—Odio ver como todos están tan contentos, celebrando a ese par de escorias que cometieron asesinato de un verdadero héroe.

Su mirada se posó automáticamente en ese cuadro lleno de polvo en la chimenea, frente al gran sillón de piel de oso y cuero negro que había construido para su compañero.

—Gastón...—Sin despegar su mirada de aquel cuadro, alzó su botella y terminó de un sorbo el contenido de ésta.

—Ya ha pasado más de un año, LeFou, debes superarlo ya.

—¿Oh, tu crees, Alice? Porque recuerdo perfectamente cuando tu y tus dos hermanas hubiesen dado todo por estar con él en la cama.—Dijo enfurecido.

—LeFou...—Bastó nada para que él continuara.

—¡¿Y sabes que también recuerdo?! ¡Exacto! ¡Cuando aprovechaste para embriagarlo para que accediera a acostarse contigo! ¡Maldita zorra!—deslizó su mano con fuerza y velocidad, tumbando todas las botellas que había bebido haciéndolas estrellar contra el suelo.

El bar quedó en absoluto silencio, cada mirada dirigida hacia la escena que LeFou había causado. Éste miraba a todos lados y, en pánico y furia, salió corriendo del bar hacia un rumbo desconocido.

Llegó lo suficientemente lejos como para salir del pueblo antes de causar un alboroto más grande. Se acomodó debajo de un puente de roca cubierto de nieve y sacó una carta doblada del bolsillo de su abrigo.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me abandonaste?—susurraba a aquella carta en la que Gastón le decía que luego de casarse con Bella, irían al bar a festejar.—Sabias que no era nadie sin ti y... Me dejaste, ¿Cómo puedes ser tan cruel? —Le hablaba ahora a la firma de Gastón, mientras pasaba sus dedos cuidadosamente por este. No tardó en ver como cayó una lagrima, arruinando el aspecto de la tinta, haciéndolo enfurecer.

—¡Te odio, Gastón!—Gritaba a todo pulmón mientras arrugaba la hoja con furia y la arrojaba en la nieve.—¡Sabias lo que sentía por ti! ¡Lo sabías Gastón! ¡Te odio!

No pasaron más de cinco minutos para cuando levanto su mirada, llena de lágrimas por sus mejillas y aturdida por el frío, dándose cuenta de su error.

Con prisa y gateando, buscó aquella carta por toda la nieve hasta encontrarla de nuevo, dándole un beso a ésta y acomodandola en su lugar de inicio.

Levantó su mirada y se encontró con el castillo de Bella y el príncipe Adam, donde se podía escuchar la música desde afuera. Al parecer a LeFou ya no parecía importarle, pues se dio cuenta de que el odio que tenía por aquellos asesinos, no le devolvería a su gran amor.

Su mirada, que siempre estuvo apagada desde aquel día, por fin se volvió a encender al tener una idea que, según él, lo reuniría con el amor de su vida de nuevo.

Corrió como nunca hacía su vieja casa, aquella que compartía con Gastón, pues él no tenía los medios ni el valor para vivir sólo.

Rompió una ventana trasera y entró por ésta rápidamente para que nadie lo viera. Ignorando todo aquello que lo hiciera recordar a Gastón, se dirigió hacia el armario que compartían buscando un par de cinturones. Luego de un par de minutos los encontró y salió en dirección al bar.

Eran ya horas de la madrugada, las celebraciones habían terminado y los último borrachos ya se iban a sus casas. El bar al que se dirigía LeFou estaba cerrado, pero eso no le impidió entrar, como hizo en su hazaña anterior, por una ventana atrás del local. Al hacerlo con éxito, se tomó un minuto para entender todo lo que estaba sucediendo. Tomó entonces entrada a la barra y se embriagó como nunca antes lo había hecho. Tomándose todo el licor que encontró antes de que le dieran náuseas suficientes para detenerse.

Se dirigió ya muy mareado hacia la chimenea que yacía apagada, pero la luz de la luna le daba la iluminación que necesitaba y como no, se posaba en el cuadro de Gastón. LeFou tomó los cinturones y comenzó a hacer un nudo, cómo Gastón le había enseñado a hacerlos para que el con su cuello los pudiese romper en frente de todos y estos aplaudieran. Una diminuta sonrisa se posó en sus labios, pero esto fue efímero; cuando vio que el nudo de los cinturones ya estaba lo suficiente mente bien realizado, se subió en un taburete alto para poder colgarlo en el techo, justo encima del sillón de piel de oso.

—Nadie es hábil como él...—entonó mientras aseguraba el

nudo en el techo del bar, para poder bajarse del taburete.

—Nadie es ágil como él... —frotó sus manos contra su cara y dio un fuerte suspiro, mientras se subía al sillón de cuero rojo, mirando hacia el cuadro.

—Nadie escupe tan lejos como el gran Gastón... —llevó el cinturón a su cuello y este encajaba a la perfección, pero al no estar confiado del todo, lo apretó un poco más.

—No hay hombre en el pueblo tan macho... —entonó con lágrimas en sus ojos, mirando la imagen de éste justo al frente de él. Sus pies tambaleaban y el sillón bailaba. Con firmeza, cerró sus ojos mientras aún las lágrimas caían por sus mejillas, retiró un pie del sillón. Dio un suspiro. Retiraba el otro pie y susurró:

—Seré siempre tuyo, Gastón.

Fin.

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⏰ Última actualización: Dec 06, 2017 ⏰

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