No sé si sentirme agradecida o desafortunada por haber estado encerrada en el armario. Llorando en silencio, sin lágrimas ni gemidos. Pálida, sintiendo que mi corazón no latía, con el vómito por salir de mi garganta hacia mi boca y de allí al exterior con fuerza brutal, como un golpe seco, causado por el espanto. Sumida en la sombra de la ropa, con la luz del cuarto en mi ojo izquiero por un agujero del clóset. Mi respiración gélida secando mi párpado...
Quería sorprenderlo, dos horas antes de que llegara yo estaba cocinando, carne a la cacerola, como la primera vez. Por alguna razón el vino de esa misma nocha no estabapor ningún lado y me conformé con el más caro que encontré. no prendí velas, ese estereotipo nunca le gustó. <<Todo listo. Me baño>>. Ya cambiada, con el cierre del vestido hasta el final de el cuello por la espalda y los tacos sujetos me dirigí al cuarto. Para matar el tiempo prendí la tele, baja por si entraba, ya que no sabía que iba a estar en casa. Pasaron diez minutos y escuché la puerta, apagué el aparato y me metí en el armario que se enfrentaba con la puerta. Atenta reconocí dos voces, y antes de sacar conclusiones abrí un poco la puerta de mi escondite. Los escuché acercarse. Fue ahí que reconocí la primera frase: "¿Dónde está la plata, pibe?" provino de una boca sucia y de una voz ronca y alterada. Ahí escuché la voz familiar de Thiago "No me apures, ya voy" acompañado de un gemido de dolor y una tos seca. Yo ya no sentía mi respiración. Con los pies pesados entraron en la habitación donde me escondí, me acerqué a un huequito de la pared del armario y esperé. Thiago estaba empapado en su transpiración, con las manos alzadas, el cuello estirado para atrás apoyando su cabeza en el hombro del otro hombre, quien presionaba un arma contra la cintura de mi prometido. El intruso llevaba camisa y pantalones blancos, claramente joven y arreglado. Desde mi posición no veía su cara. Éste le susurraba al oído cosas que no supe descifrar.
Thiago lloraba. Se acercó a la cómoda y tomó una caja de madera con candado. Antes de que el invasor reaccionara, mi novio partió la caja en su brazo, en un intento desesperado por matarla al darle en el pecho, asustado se cayó cerca de mi refugio. Histérica e impotente me golpeé contra la pared ahuyentandome de la escena. Ignorando mi ruido, el desconocido sacó un cinto del cajón próximoj a la cama y rodeó al dueño de la casa por el cuello. Presionaba el accesorio con fuerza inhumana, cruzó sus puntas y tiró. Thiago no tenía aire. yo tampoco. La finura de esa tira de cuero empezaba a cortar su garganta. Hoy me odio por no haber podido reaxionar ante tal acto de homicidio. Con el cuello debilitado Thiago perdió la razón y con ella la vida. Y fue en ese instante que el asesino abrió el armario donde me escondía y me miró. Intenté familiarizar sus cejas pobladas, sus ojos claros y el brillo repugnante de su piel, pero su mirada me petrificó. Me dirigió la palabra dejando que su risa irónica escapara de sus labios nerviosos:
-Princesa, asustada estás divina-
Se miró la mano y con su pulgar me pintó los labios con la sangre de mi novio ya inexistente. Luego golpeó ferozmente mi cara con la soga y caí desmayada.