Había un demonio en el McDonald's.Y tenía muchísima hambre de BigMacs.La mayoría de los días, meencantaba mi trabajo de después delinstituto. Identificar a los desalmados ya los condenados normalmente meprovocaba un cosquilleo cálido yagradable. Incluso me había impuestouna cuota mínima por puro aburrimiento,pero aquella noche era diferente.Tenía que planear un trabajo para miclase de Inglés Avanzado.—¿Vas a comerte esas patatas? —me preguntó Sam mientras tomaba unpuñado de mi bandeja. El pelo castaño yrizado le caía sobre las gafas de monturametálica—. Gracias.—Mientras no le quites el té dulce...—dijo Stacey, que le dio un golpe en elbrazo a Sam, provocando que unascuantas patatas cayeran al suelo—.Perderías el brazo entero.Dejé de dar golpecitos en el suelocon el pie, pero mantuve los ojos fijosen la intrusa. No sabía qué les pasaba alos demonios con las hamburguesas,pero, joder, les encantaba ir allí.—Ja, ja.—¿Qué estás mirando tan fijamente,Layla? —Stacey se giró en el reservadoy miró a nuestro alrededor, al local decomida rápida abarrotado de gente—.¿Hay algún tío bueno? Si es así, serámejor que... oh. Vaya. ¿Quién sale a lacalle vestida de esa manera?—¿Qué? —Sam también se giró—.Vamos, venga ya, Stacey. ¿Qué más da?No todo el mundo se viste de Prada deimitación como tú.Para ellos, el demonio parecía unainofensiva mujer de mediana edad conun sentido de la moda espantoso. Supelo, de un apagado color castaño,estaba recogido con uno de esosantiguos broches de mariposas colorpúrpura. Llevaba pantalones de chándalverdes con deportivas rosas, pero loverdaderamente épico era su jersey. Enla parte delantera había un perro bassethound tejido, y sus ojos grandes ybobalicones estaban hechos de hilomarrón.Pero, a pesar de su aparienciacorriente, la señora no era humana.Aunque yo no era la más indicadapara hablar.La mujer era un demonio Impostor;su apetito voraz era lo que delataba laraza a la que pertenecía. Los Impostorespodían comerse de una sentada la raciónde comida de una nación pequeña.Puede que los Impostores tuvieranaspecto humano y actuaran como tales,pero yo sabía que aquella mujer podríaarrancarle la cabeza a la persona quehabía en el reservado de al lado conmuy poco esfuerzo. Sin embargo, sufuerza sobrehumana no era la auténticaamenaza. El verdadero peligro eran losdientes y la saliva infecciosa de losImpostores.Eran mordedores.Bastaba con un mordisquito paratransmitir la versión demoníaca de larabia a un humano. Era totalmenteincurable, y en cuestión de tres días lavíctima del Impostor se parecería a algosalido de una película de zombis, contendencias caníbales incluidas.Obviamente, los demoniosImpostores suponían un gran problema,salvo que consideres que un apocalipsiszombi es algo muy divertido. La únicaparte buena era que los Impostoresescaseaban, y cada vez que mordían aalguien, su esperanza de vida se reducía.Normalmente podían dar unos sietemordiscos antes de que hicieran puf. Unpoco como las abejas con sus aguijones,solo que peor.Los Impostores podían adoptar elaspecto que desearan, así que no lograbacomprender por qué aquella llevaba unconjunto como ese.Stacey hizo una mueca mientras laImpostora comenzaba a devorar sutercera hamburguesa. No se había dadocuenta de que estábamos observándola.Los Impostores no eran conocidos porsus sagaces poderes de observación,sobre todo cuando estaban ocupados condeliciosas salsas secretas.—Qué asco —dijo Stacey, y volvióa girarse.—Yo creo que ese jersey es muysexi —replicó Sam, sonriendo con laboca llena de otro puñado de mis patatas—. Oye, Layla, ¿crees que Zayne medejaría entrevistarlo para el periódicodel instituto?Alcé las cejas.—¿Por qué quieres entrevistarlo?Me lanzó una mirada astuta.—Para preguntarle cómo es ser unGuardián en Washington D. C., cazandoa los malos, impartiendo justicia y todasesas movidas.Stacey soltó una risita.—Hablas como si los Guardianesfueran superhéroes.Sam encogió sus huesudos hombros.—Bueno, en cierto sentido lo son. Osea, venga ya, los has visto.—No son superhéroes —dije,repitiendo el discurso estándar quellevaba dando desde que los Guardianesse revelaron al público hacía diez años.Después de un incremento cada vezmayor del índice de criminalidad, queno tenía nada que ver con la crisiseconómica a la que se enfrentaba elmundo, sino que era más bien una señaldel Infierno diciendo que ya no queríanseguir cumpliendo las reglas, los Alfashabían ordenado a los Guardianes quesalieran de las sombras. Para loshumanos, los Guardianes habían salidode sus caparazones de piedra. Despuésde todo, las gárgolas que adornabanmuchas iglesias y edificios habían sidotalladas para asemejarse a un Guardián.Más o menos.Había demasiados demonios en lasuperficie terrestre como para que losGuardianes siguieran actuando sinexponerse.—Son gente —continué—. Igual quetú, pero...—Lo sé. —Sam levantó las manos—. Mira, yo no soy como esos fanáticosque piensan que son malvados y esaschorradas. Tan solo pienso que mola, yque podría ser un artículo genial para elperiódico. Así que, ¿qué te parece?¿Crees que Zayne aceptaría?Me moví en mi asiento, incómoda.Vivir con los Guardianes a menudo meconvertía en una de estas dos cosas: unapuerta trasera para obtener acceso aellos, o un bicho raro. Porque todo elmundo, incluidos mis dos mejoresamigos, creía que yo era igual que ellos:humana.—No lo sé, Sam. No creo que sesientan cómodos con ninguna clase depublicidad.Parecía alicaído.—¿Se lo preguntarás al menos?—Claro. —Jugueteé con mi pajita—. Pero no te hagas muchas ilusiones.Sam se reclinó sobre el respaldoduro de la silla, satisfecho.—¿Pues sabéis qué?—¿Qué? —preguntó Stacey con unsuspiro, intercambiando una mirada deaflicción conmigo—. ¿Con quéconocimiento irrelevante vas aimpresionarnos?—¿Sabíais que se puede congelar unplátano hasta que esté tan duro comopara clavar clavos con él?Dejé mi té dulce sobre la mesa.—¿Cómo sabes esas cosas?Sam se terminó mis patatas.—Simplemente las sé.—Se pasa la vida delante delordenador —dijo Stacey, y se apartó elespeso flequillo negro de la cara. Noentendía por qué no se lo cortaba;siempre se estaba peleando con él—.Probablemente busca mierda irrelevantepara pasar el rato.—Eso es exactamente lo que hago encasa —asintió Sam, enrollando suservilleta—. Busco hechos pococonocidos. Soy así de guay.Le lanzó la servilleta a Stacey a lacara.—Me corrijo —replicó ella condescaro—. Lo que te pasas buscandotodas las noches es porno.Las mejillas hundidas de Sam sevolvieron de un rojo brillante mientrasse colocaba bien las gafas.—Lo que tú digas. ¿Estáis listas?Tenemos que hacer el trabajo de Inglés.Stacey gruñó.—No me puedo creer que el señorLeto no nos deje hacer una reseña sobreCrepúsculo. Es un clásico.Me reí, olvidando momentáneamenteel trabajo que tenía pendiente.—Crepúsculo no es un clásico,Stacey.—Pues para mí Edward esclaramente un clásico. —Se sacó unagoma para el pelo del bolsillo y serecogió el cabello, que le llegaba hastalos hombros—. Y Crepúsculo es muchomás interesante que Sin novedad en elfrente.Sam negó con la cabeza.—No me puedo creer que acabes deutilizar Crepúsculo y Sin novedad en elfrente en la misma frase.Ella lo ignoró, y sus ojos fuerondesde mi cara hasta mi comida.—Layla, ni siquiera has tocado tuhamburguesa.Quizá, de algún modo, había sabidode forma instintiva que iba a necesitaruna razón para quedarme allí. Solté unsuspiro.—Id vosotros primero, chicos. Nosvemos en un par de minutos.—¿Seguro? —dijo Sam, poniéndoseen pie.—Sip. —Tomé mi hamburguesa—.Enseguida salgo.Stacey me observó con airesospechoso.—¿No vas a dejarnos plantadoscomo haces siempre?Me ruboricé a causa de la culpa.Había perdido la cuenta de todas lasveces que había tenido que dejarloscolgados.—No. Te lo juro. Tan solo voy aterminarme la comida y enseguida salgo.—Vamos —dijo Sam, y rodeó loshombros de Stacey con el brazo paraconducirla hasta la papelera—. Layla yahabría terminado de comer si tú nohubieras estado hablándole todo el rato.—Claro, ahora échame a mí laculpa.Stacey tiró los restos de su comida ala basura y se despidió de mí con ungesto de la mano mientras se dirigían alexterior.Dejé la hamburguesa sobre mibandeja, observando a la señoraImpostora con impaciencia. De su bocacaían trozos de panecillo y carne que sedesperdigaban por la bandeja marrón.Perdí el apetito por completo encuestión de segundos, aunque enrealidad no me importaba. La comidasolo calmaba el dolor que me roía pordentro, pero nunca lo detenía porcompleto.La señora Impostora terminó por fincon su festín de grasa, así que agarré elbolso mientras ella salía sin prisa por lapuerta. Se chocó contra un hombremayor, y lo derribó mientras él tratabade entrar. Vaya. Era una auténtica joya.Su risa, semejante a un cacareo, seoyó en el ruidoso restaurante, aunquesonaba tan ligera como el papel. Porsuerte, un tío ayudó al hombre alevantarse, mientras este agitaba el puñoen dirección al demonio que se alejaba.Con un suspiro, tiré mi comida y laseguí hasta la brisa de finales deseptiembre.Había distintos tonos de almas portodas partes, zumbando alrededor de loscuerpos como si se trataran de camposeléctricos. Unos rastros de un rosapálido y de un azul como el del huevo deun petirrojo seguían a una pareja quecaminaba de la mano. Tenían almasinocentes... pero no puras.Todos los humanos tenían un alma,una esencia que podía ser buena o mala,pero los demonios no tenían nadaparecido. Y dado que la mayoría de losdemonios parecían humanos al primervistazo, la falta de alma a su alrededorhacía que mi trabajo de encontrarlos eidentificarlos fuera fácil. Además delfactor desalmado, la única diferenciaentre ellos y los humanos era la extrañaforma que tenían sus ojos de reflejar laluz, como los gatos.La señora Impostora bajó la callearrastrando los pies, cojeandoligeramente. Fuera, bajo la luz natural,no tenía buen aspecto. Probablemente yahabría mordido a unos cuantos humanos,de modo que debía identificarla paraque se ocuparan de ella lo antes posible.Un folleto en una farola verde mellamó la atención. Fruncí el ceño confuria y un sentimiento de protección meinvadió mientras lo leía. «Advertencia.Los Guardianes no son los hijos deDios. Arrepentíos ahora. El final estácerca».Debajo de las palabras había undibujo muy mal hecho de lo que supuseque sería un coyote con la rabiamezclado con un chupacabras.—Patrocinado por la Iglesia de losHijos de Dios —murmuré, poniendo losojos en blanco.Genial. Odiaba a los fanáticos.Una cafetería al otro lado de lamanzana tenía los folletos pegados a lasventanas con un cartel que proclamabaque se negaban a servir a losGuardianes.La furia se extendió por mi interiorcomo un fuego descontrolado. Aquellosidiotas no tenían ni idea de todo lo quelos Guardianes habían sacrificado porellos. Inspiré hondo, y después solté elaire con lentitud. Necesitabaconcentrarme en la Impostora en lugarde zapatear mentalmente sobre unatarima imaginaria.La señora Impostora dobló unaesquina y echó un vistazo por encima delhombro. Sus ojos vidriosos no sedetuvieron en mí, desestimándome porcompleto. El demonio que había en ellano sentía nada anormal en mí.El demonio que había en mí teníaprisa por terminar con todo aquello.Sobre todo después de que alguienme llamara al móvil, que comenzó avibrar contra mi muslo. Probablementefuera Stacey, preguntándose dóndediablos estaba. Tan solo quería terminarcon aquel asunto y volver a ser normaldurante el resto de la noche. Sin pensar,levanté la mano y tiré de la cadena quellevaba al cuello. El viejo anillo que sebalanceaba de la cadena de plataparecía caliente y pesado en mi mano.Mientras caminaba junto a un grupode jóvenes que tendrían más o menos miedad, sus miradas me pasaron de largo,para después detenerse y volver a mí.Por supuesto que me miraban. Todo elmundo lo hacía.Tenía el pelo largo. No es que esefuera el problema, pero era de un rubiotan pálido que casi parecía blanco.Odiaba que la gente me mirara; me hacíasentir como si fuera albina. Pero eranmis ojos lo que de verdad captaba laatención de la gente, pues eran de un grisclaro, casi desteñidos.Zayne decía que parecía la hermanaperdida del elfo de El Señor de losAnillos. Aquello sí que me aumentaba laautoestima. Solté un suspiro.El crepúsculo había comenzado acaer en la capital del país mientrasrodeaba Rhode Island Avenue y medetenía en seco. Todo y todos a mialrededor desaparecieron en un instante.Ahí, bajo el parpadeo suave de lasfarolas de la calle, vi el alma.Parecía como si alguien hubierametido un pincel en pintura roja paraesparcirla después por un suave lienzonegro. Aquel tío tenía un alma mala. Nose encontraba bajo la influencia deningún demonio, simplemente eramalvado por cuenta propia. El dolorsordo de mis tripas cobró vidaardientemente. La gente pasaba junto amí dándome empujones y lanzándomemiradas de enfado. Algunos inclusomurmuraban, pero no me importaba. Nisiquiera me importaban sus almas de unrosa claro, un color que normalmente meresultaba muy bonito.Finalmente me centré en la figuraque había detrás del alma; un hombremayor vestido con un traje de negociosordinario con corbata, y que aferraba elasa de un maletín con una mano carnosa.No parecía nada de lo que salirhuyendo, nada de lo que asustarse, peroyo sabía la verdad.Había pecado a lo grande.Mis piernas se movieron haciadelante, a pesar de que mi cerebro megritaba que me detuviera, que me dierala vuelta, incluso que llamara a Zayne.El hecho de oír su voz bastaría paradetenerme. Evitaría que hiciera lo quecada célula de mi cuerpo exigía quehiciera, lo que resultaba casi naturalpara mí.El hombre se giró ligeramente, y susojos recorrieron mi cara y bajaron pormi cuerpo. Su alma giró con rapidez,volviéndose más roja que negra. Era lobastante mayor como para ser mi padre,y aquello era asqueroso, muy asqueroso.Me sonrió de tal forma que deberíahaber hecho que saliera corriendo en ladirección contraria. Y necesitaba ir enesa dirección, porque, sin importar lopodrido que estuviera aquel hombre, sinimportar cuántas chicas me darían unamedalla de oro por cargármelo, Abbotme había criado para reprimir aldemonio que tenía dentro. Me habíacriado para ser una Guardiana, paraactuar como una Guardiana.Pero Abbot no estaba allí.Miré al hombre a los ojos, lesostuve la mirada y noté cómo mislabios se curvaban en una sonrisa. Elcorazón me latía a toda velocidad, y mipiel se estremeció y se sonrojó. Queríasu alma, la anhelaba tanto que mi pieldeseaba desprenderse de mis huesos. Lasensación era como la de esperar unbeso, cuando los labios están a punto deunirse, esos segundos de expectación sinaliento. Pero a mí nunca me habíanbesado.Todo lo que tenía era aquello.El alma de ese hombre me llamabacomo la canción de una sirena. Me poníaenferma sentirme tan tentada por el malen su espíritu, pero un alma oscuraservía tanto como una pura.Sonrió mientras me observaba, y susnudillos se pusieron blancos al tensarseen el asa del maletín. Y esa sonrisa mehizo pensar en todas las cosas horriblesque podía haber hecho para ganar elvacío que se arremolinaba a sualrededor.Un codo se clavó en la parte baja demi espalda. Aquella pequeña descargade dolor no era nada comparado con laexquisita expectación. Tan solo unospasos más y su alma estaría muy cerca,ahí mismo. Sabía que la primera vez quela probara sentiría el fuego más dulceque pudiera imaginar; unembriagamiento que no tenía ningúnequivalente. No duraría demasiado, perolos breves momentos de puro éxtasispermanecían ahí, con una potenteatracción.Sus labios ni siquiera tendrían quetocar los míos. Tan solo un par decentímetros y saborearía su alma;aunque nunca se la quitaría porcompleto. Quitarle su alma lo mataría, yeso sería malvado, pero yo no era...Aquello era malvado.Retrocedí de golpe y rompí elcontacto visual. El dolor explotó en miestómago y salió disparado a través demis miembros. Apartarme de aquelhombre era como negarle el oxígeno amis pulmones. La piel me quemaba, ysentía la garganta en carne viva mientrasme obligaba a poner una pierna delantede la otra. Supuso un gran esfuerzoseguir caminando, no pensar en elhombre y volver a encontrar a laImpostora, pero, cuando finalmente lavi, solté el aliento que había estadoconteniendo. Centrarme en el demonio almenos me servía como distracción.La seguí hasta un callejón estrechoentre una tienda de todo a cien y una decobro de cheques. Solo necesitabatocarla, cosa que debería haber hecho enel McDonald's. Me detuve a mitad decamino, miré a mi alrededor y despuéssolté una maldición.El callejón estaba vacío.Había bolsas de basura negras querecorrían las paredes de ladrillocubiertas de moho. Los contenedoresestaban rebosantes de más basura, yhabía criaturas que correteaban sobre lagrava. Me estremecí, mirando las bolsascon cautela. Probablemente fueran ratas,pero había otras cosas que se ocultabanentre las sombras; cosas que eran muchopeor que las ratas.Y endemoniadamente másespeluznantes.Seguí avanzando, examinando elpasaje que se oscurecía mientras hacíagirar distraídamente el collar entre misdedos. Deseé haber tenido la previsiónde guardar una linterna en la mochila delinstituto, pero aquello habría tenidodemasiado sentido. En lugar de eso,aquella mañana había puesto un brillode labios nuevo y una bolsa de plásticollena de galletas. Cosas que iban aservirme de mucho.Una repentina sensación deintranquilidad bajó por mi columna.Solté el anillo y dejé que rebotara en micamiseta. Algo no iba bien. Metí lamano en el bolsillo delantero de losvaqueros y saqué mi móvil hecho polvomientras me daba la vuelta.La Impostora se encontraba a un parde metros. Cuando sonrió, las arrugas desu rostro le agrietaron la piel. Teníaunos pequeños restos de lechugapegados a los dientes amarillos. Toméaliento y deseé de inmediato no haberlohecho: olía a sulfuro y carne podrida.La Impostora inclinó la cabeza haciaun lado y entrecerró los ojos. Ningúndemonio podía sentirme, ya que yo notenía suficiente sangre demoníacafluyendo por mis venas como para quela captaran, pero me estaba mirandocomo si de verdad viera lo que seocultaba en mi interior.Su mirada bajó hasta mi pecho ydespués sus ojos volvieron a subir,encontrándose con los míos. Solté unjadeo sobresaltado. Sus iris azulesdesteñidos comenzaron a rotar como unremolino alrededor de unas pupilas quese retrajeron en un punto estrecho.Maldita sea. Aquella señora no era una Impostora ni de broma.Su forma ondeó y después serevolvió, como un televisor tratando dereconstruir digitalmente una imagen. Elpelo gris y el broche desaparecieron. Lapiel agrietada se suavizó y se volvió delcolor de la cera. Su cuerpo se estiró y seexpandió. Los pantalones de chándal yel horrible jersey se esfumaron y fueronreemplazados por unos pantalones decuero y un pecho ancho y musculoso.Los ojos tenían forma ovalada y seagitaban como un mar infinito, sinpupilas. La nariz era plana; en realidadno era más que dos rendijas por encimade una boca ancha y cruel.Maldita fuera una y otra vez.Era un demonio Buscador. Tan solohabía visto uno en los libros viejos queAbbot guardaba en su estudio. LosBuscadores eran como los Indiana Jonesdel mundo demoníaco, capaces delocalizar y conseguir prácticamentecualquier cosa que les pidieran susclientes. Sin embargo, a diferencia deIndy, los Buscadores eran malvados yagresivos.El demonio sonrió, mostrando unaboca llena de dientes terriblementeafilados.—Ya te tengo.¿Ya te tengo? ¿A quién? ¿A mí?Se lanzó hacia mí y yo me apresuré aapartarme a un lado, mientras mi miedocrecía con tanta rapidez que las palmasde las manos se me cubrieron de sudormientras le tocaba el brazo. Unosestallidos de luces de neónresplandecieron alrededor de su cuerpo,convirtiéndolo en un borrón rosado.Pero no reaccionó a la identificación,nunca lo hacían. Solo los Guardianeseran capaces de ver la marca que dejabayo.El Buscador me agarró un puñado depelo, y tiró de mi cabeza hacia un ladomientras trataba de sujetarme la partedelantera de la camiseta. El móvil se meresbaló de la mano y se estampó contrael suelo. Una sensación punzante bajódisparada por mi cuello y subió por mishombros.El pánico me inundó como si sehubiera reventado un dique, pero elinstinto me hizo lanzarme a la acción.Todas las tardes que había pasadoentrenando con Zayne hicieron efecto.Mi tarea de identificar demonios podíavolverse peliaguda de vez en cuando y,aunque no tenía habilidades ninjas, ni debroma iba a dejar que me derrotaran sinoponer resistencia.Me eché hacia atrás, levanté lapierna y clavé la rodilla justo donde másdolía. Gracias a Dios que los demonioseran anatómicamente correctos. ElBuscador gruñó y retrocedió,arrancándome varios mechones de pelo.Sentí como si unas agujas al rojo vivome quemaran la cabeza.A diferencia de los otrosGuardianes, yo no podía despojarme demi piel humana para dar grandes palizas,pero que me tiraran del pelo hacía quemi lado zorra se activara como ningunaotra cosa.Un dolor agónico explotó en misnudillos cuando mi puño golpeó alBuscador en la mandíbula, y su cabezase inclinó hacia un lado. No era unpuñetazo de niña pequeña; Zayne estaríamuy orgulloso.El demonio volvió a girar la cabezahacia mí con lentitud.—Eso me ha gustado. Hazlo otravez.Abrí mucho los ojos.Corrió hacia mí, y entonces me dicuenta de que iba a morir. Un demonioiba a hacerme pedazos o, peor todavía,meterme por uno de los muchos portalesque había ocultos por toda la ciudadpara llevarme «abajo». Cuando la gentedesaparecía inexplicablemente sin dejarrastro, normalmente era porque tenían unnuevo código postal, algo así como el666, y la muerte sería una bendicióncomparada con esa clase de viaje. Mepreparé para el impacto.—Basta.Ambos nos quedamos paralizados enrespuesta a la voz profunda ydesconocida, que rezumaba autoridad.El Buscador respondió primero, y seapartó a un lado. Me giré, y entonces lovi.El recién llegado superaba conmucho el metro ochenta, y era tan altocomo cualquier Guardián. Su pelo eraoscuro, del color de la obsidiana, yemitía un reflejo azulado bajo la escasaluz. Unos mechones perezosos le caíansobre la frente y se rizaban justo pordebajo de las orejas. Las cejas searqueaban sobre unos ojos dorados, ysus pómulos eran anchos y altos. Eraatractivo, muy atractivo. De hecho, eraincreíblemente guapo, pero la muecasarcástica de sus gruesos labios enfriabaun poco esa belleza. La camiseta negrase estiraba sobre su pecho y su estómagoplano. Un enorme tatuaje de unaserpiente se enroscaba alrededor de suantebrazo; la cola desaparecía bajo lamanga y la cabeza con forma dediamante descansaba sobre su mano.Parecía tener mi edad, y habría estadomuy bien liarme con él... de no ser porel hecho de que no tenía alma.Di un paso hacia atrás atrompicones. ¿Qué era peor que undemonio? Dos demonios. Las rodillasme temblaban tanto que pensé que iba acaerme de cara en el callejón. Nunca mehabía salido tan terriblemente mal unaidentificación. Estaba tan jodida que nisiquiera era gracioso.—No deberías intervenir en esto —dijo el demonio Buscador, y sus manosse cerraron en puños.El recién llegado avanzó sin hacerningún ruido.—Y tú deberías besarme el culo.¿Qué te parece?Eh...El Buscador se quedó muy quieto,respirando pesadamente. La tensión seconvirtió en una cuarta entidad en elcallejón. Di otro paso hacia atrás,esperando tener el camino despejadopara huir. Estaba tan claro que aquellosdos no se llevaban bien que no queríaverme metida en medio. Cuando dosdemonios luchaban, eran capaces dederribar edificios enteros. ¿Cimientosdefectuosos o tejados mal hechos? Sí,claro. Más bien épicas batallas a muerteentre demonios.Dos pasos a la izquierda y podría...La mirada del chico me golpeó.Tomé aire y me tambaleé a causa de laintensidad de su mirada. La correa de mimochila cayó de mis dedos entumecidos.Él bajó la cabeza, y sus espesaspestañas le abanicaron las mejillas. Unasonrisita tiró de sus labios, y cuandohabló su voz era suave, aunque profunday poderosa.—En menudo aprieto te has metido.No sabía qué raza de demonio era,pero, a juzgar por la forma que tenía deestar allí como si hubiera creado lapalabra «poder», supuse que no sería undemonio inferior, como el Buscador o unImpostor. Oh, no, probablemente fueraun demonio de Nivel Superior, como unDuque o un Dirigente Infernal. Solo losGuardianes se ocupaban de ellos, y esonormalmente acababa en un desastre conmucha sangre.El corazón me golpeaba lascostillas. Tenía que salir de allí, yrápido: ni de coña iba a enfrentarme aun demonio de Nivel Superior. Misescasas habilidades harían que meganara una paliza digna de recordar. Yel demonio Buscador se estaba poniendomás furioso con cada segundo quepasaba, abriendo y cerrando suscarnosos puños. Las cosas estaban apunto de liarse, y de liarse bien gordas.Tomé la mochila llena de libros y lasostuve frente a mí como el escudo máscutre del mundo. Por supuesto, no habíanada, aparte de un Guardián, quepudiera detener a un demonio de NivelSuperior.—Espera —dijo—. No salgashuyendo todavía.—Ni se te ocurra acercarte un pasomás —le advertí.—No se me ocurriría hacer algo queno quisieras que haga.Ignoré aquello, significara lo quesignificase, y continué rodeando aldemonio Buscador para dirigirme haciala entrada del callejón, que parecíaincreíblemente lejana.—Estás huyendo —señaló eldemonio Superior con un suspiro—. Apesar de que te he pedido que no lohicieras, y creo que lo he hecho muyamablemente. —Echó un vistazo haciael Buscador y frunció el ceño—. ¿No hesido amable?El aludido gruñó.—No te ofendas, pero me da igual loamable que seas. Estás interfiriendo enmi trabajo, imbécil.Tropecé al oír el insulto. Aparte delhecho de que el Buscador le hubierahablado a un demonio de Nivel Superiorde ese modo, había dicho algo tan...humano.—Ya sabes lo que dicen —contraatacó el otro—. A palabrasnecias, tortas como panes.A la mierda. Si conseguía regresar ala calle principal, podría darlesesquinazo a los dos. No podían atacardelante de los humanos; las reglas y todoeso. Bueno, si es que aquellos dos ibana jugar siguiendo las reglas, algo que meparecía dudoso. Me giré con rapidez ycorrí hacia la entrada del callejón.No llegué muy lejos.El Buscador me golpeó como unmaldito linebacker de fútbol americanoy me estampó contra un contenedor.Unos puntos negros me oscurecieron lavisión, y algo peludo que chillaba cayósobre mi cabeza. Gritando como unabanshee, levanté los brazos y sujeté elcuerpo que se retorcía. Unas garraspequeñas se enredaron en mi pelo. Ados segundos de que me diera underrame cerebral, me arranqué la ratadel pelo y la lancé hacia las bolsas debasura. El animal chilló mientrasrebotaba, y después corrió hacia unagrieta en la pared.Con un gruñido grave, el demonio deNivel Superior apareció detrás delBuscador y lo agarró por la garganta. Unsegundo más tarde, lo tenía sujeto a unmetro del suelo.—Vale, eso sí que no ha sido muyamable —dijo con voz baja y ominosa.Giró y lo lanzó como si fuera unapelota de goma. El Buscador se estampócontra la pared de enfrente y golpeó elsuelo con las rodillas. El demonio deNivel Superior levantó la mano... y eltatuaje de la serpiente se alzó de su piel,dividiéndose en un millón de puntosnegros. Flotaron en el aire entre él y elBuscador, permanecieron allí durante unsegundo, y después cayeron al suelo. Acontinuación se unieron y formaron unamasa negra y espesa.No... No era una masa, sino unamaldita serpiente. Era enorme, de almenos tres metros de largo y tan anchacomo yo. Me puse en pie de golpe,ignorando la oleada de mareo, y la cosagiró hacia mí, alzando medio cuerpo.Sus ojos ardían con un rojo impío.Un grito se quedó atrapado en migarganta.—No tengas miedo de Bambi —dijoel demonio—. Tan solo sientecuriosidad, y tal vez un poquito dehambre.¿Aquella cosa se llamaba Bambi?Oh, Dios, la cosa me estaba mirandocomo si quisiera comerme.Pero la serpiente gigante no trató deconvertirme en su aperitivo. Cuando sevolvió de nuevo en dirección alBuscador, casi me caí al suelo por elalivio. Pero entonces salió disparadapor el pequeño espacio, y se alzó hastaque su cabeza monstruosa quedó porencima del petrificado demonio inferior.La serpiente abrió la boca, revelandodos colmillos del tamaño de mi mano y,más allá de ellos, un enorme agujeronegro.—Está bien —murmuró el demonio,sonriendo con suficiencia—. A lo mejortiene un montón de hambre. —Interpretéaquello como una señal para largarmedel callejón—. ¡Espera! —gritó eldemonio, y cuando en lugar dedetenerme seguí corriendo más deprisade lo que nunca lo había hecho, sumaldición reverberó en mi cabeza.Crucé las avenidas que rodeabanDupont Circle y pasé junto a la tiendadonde planeaba encontrarme con Staceyy Sam. Solo cuando llegué al lugardonde iba a recogerme Morris, nuestrochófer y una docena de cosas más, medetuve para respirar.Las almas de tonos suaves vibrabana mi alrededor, pero no les prestéatención. Adormecida por dentro, mesenté en un banco que había junto a lacuneta. Me sentía rara, como si mepasara algo malo. ¿Qué diablos habíaocurrido? Lo único que quería hacer eraempezar el trabajo sobre Sin novedaden el frente aquella noche, no estar apunto de devorar un alma, conseguir quecasi me mataran, conocer a mi primerdemonio de Nivel Superior o ver cómoun tatuaje se convertía en una anaconda,por el amor de Dios.Bajé la mirada hasta mi mano vacía.O perder mi teléfono móvil.Mierda
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el beso del infierno
Teen Fictionhola amiguillos, les vengo a traer una novela de Jennifer l. Armentrut me leí este libro y quede fascinada, espero que les guste..... queda a aclarar que esta novela no es mía todos los derechos a la autora. Layla, de diecisiete años, solo quiere se...