Primera parte.
París. La ciudad que más había deseado conocer Caroline desde que tenía memoria.
Y por aquella misma razón ni ella misma era capaz de creer que había estado viviendo allí durante meses.
"Lo que sea por la mujer que amo" ,le había dicho Klaus al ver cómo reaccionó al bajar del avión.
Desde que se encontraban allí, además de llevarla a todos los lugares posibles de conocer y de consentirla de regalos, el híbrido había estado pintando más de lo normal.
Caroline sabía que él conocía su talento a la hora de expresarse con un pincel y un poco de pintura, pero que sin embargo pensaba que nadie más sería capaz de comprender lo que intentaba decir con cada trazo dibujado. Después de todo, nadie podría estar así de roto y repleto de demonios.
Se equivocaba rotundamente.
Los humanos están llenos de complejos y problemas; de inseguridades y miedos...De demonios. La Caroline humana, e incluso la Caroline vampiro, era el perfecto ejemplo.
Quería recompensarlo y motivarlo. Quería simplemente decir gracias.
Luego de tomar su decisión, prácticamente no permaneció en la mansión Milkaelson. Incluso el mismo Klaus no reparó en hacérselo saber y preguntarle si algo andaba mal. Caroline sólo evadió todo tipo de interrogatorio asegurando que estaba mejor que nunca gracias a él.
Sintió vergüenza al invadir su privacidad, pero se intentó convencer de que dejaría de sentir culpa en el preciso momento en el que viera sonreir a su novio.
Revisó cada uno de sus cuadernos y blocks de dibujos. Habían cientos de bocetos y borradores de todo tipo de dibujos y pinturas. Tenía cerca de diez cuadernos dedicados exclusivamente a ella. Y otros cuantos más para recrear cada uno de los momentos que pasaron juntos. Los buenos y malos. Los crueles y los colmados de sonrisas. Aquella compilación no la tomó para su objetivo principal. La tomó porque quería volver a mirar su historia, pero a través del hermoso talento de quien resultaba ser el hombre-vampiro-lobo-hibrido al que tanto amaba.
Finalmente dio con lo que más le interesaría a la mujer que pronto conocería: Los centenares de obras terminadas. Cada una de ellas tenía en un costado la firma que le había escrito en el primer dibujo que le regaló a la rubia, después de que esta fuera quizás demasiado sincera. "Klaus", escrito de una manera simple pero elegante. Justamente como ella creía que era su novio.
Armó una carpeta juntando varios proyectos: Borradores, bocetos, acuarelas, óleos. Y apenas creyó que estaba completa, salió a encontrarse con Raquel Flament. La curadora de arte más admirada de toda Francia. Y no era para menos. Gracias a ella habían salido a la luz centenares de artistas nuevos. Y aunque pareciera irónico por lo antiguo qie resultaba ser Klaus, Caroline estaba dispuesta a todo para conseguir que él pasara a ser parte de aquel grupo, pero además, de aquellos que quedan inmortalizados por lo increíblemente talentosos e innovadores que son.
Durante la última semana de Septiembre, la exquisita Raquel se encontraría en varias exposiciones preparadas por ella misma. En todas ellas presentarían a artistas desconocidos.
Caroline obtuvo su agenda por medio de hipnosis. Y sintió demasiada culpa una vez más, pero tal como lo había hecho antes, intentó tranquilizarse al pensar en lo orgulloso que estaría Klaus al ver cuánto había estado trabajando y posponiendo por cumplir uno de sus sueños.
Caroline se presentó en cada una de los eventos vistiendo como una verdadera admiradora del arte: Sobria, pero intensa.
Y fue por ello y por el para nada normal hecho de encontrarse con ella prácticamente en cada pasillo, que no pasó desapercibida para Raquel.
-Señorita Forbes -le habló en la penúltima exposición de las programadas.
-Señorita Flament -pronunció Caroline, intentando imitar su tono formal.
-Estaba segura de que la encontraría hoy por aquí.
-¿De verdad? -preguntó halagada.
-¡Por supuesto! Ha estado en todas las exposiciones de las que estoy a cargo. Debo decir que hasta me siento agasajada.
-He aprendido a admirar mucho el arte con el pasar de los años. Y en mi llegada a París, me enteré de que usted estaría presentando a varios artistas nuevos -sonrió-. Sería un completo orgullo si conseguía encontrarme en el mismo salón que usted. ¡Y míreme ahora!¡Hasta estoy tiritando.
La preciosa pelirroja la estudió con gracia. Pensó en lo mismo en lo que pensaba cualquiera que la viera: Era hermosa, elegante y muy entusiasta.
-¿Podría preguntarle algo, señorita Flament?
-Lo que quiera.
-¿Cómo sabe quien soy?
-¡Oh, eso! -expresó-. Tal como usted tiene contactos, yo también. Como le dije antes, me impresionó que alguien mostrara tanto interés en mí y quise saber de quien se trataba.
Caroline sonrió.
Juntas recorrieron todo el salón repleto de preciosos retratos de mujeres hechos por Bernard Clever, un guapo inglés de dieciocho años a quien Caroline ya había visto mientras recorría la ciudad por enésima vez.
-¿Talentoso, no lo cree?
-Demasiado -respondió Caroline, con absoluta sinceridad.
Y una vez que la exposición estuvo a punto de acabar y Raquel debió dar un pequeño discurso de agradecimiento a los asistentes, Caroline desapareció, pero no sin antes dejar en un lugar estratégico la carpeta repleta de talento que ella misma había preparado.
Solo le restaba esperar la llamada de la inteligente curadora.