Capítulo 4

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—Atención señor Evans, estamos a punto de despegar, por favor apague todos los aparatos electrónicos que posea y póngase el cinturón de seguridad.

La voz de la linda piloto Manson me saca de mis pensamientos; la escucho atentamente y me dispongo a obedecerla. Unos minutos después empiezo a sentir el movimiento del avión al iniciar el despegue y me estremezco un poco.

Nunca me han gustado estos odiosos aparatos voladores, prefiero viajar cómodamente en mi coche, pero estos artefactos antinaturales son la manera más rápida así que no me queda más opción que resignarme.

Cuando el avión ya está estable en el aire me relajo un poco y me dispongo a encender mi teléfono celular, la piloto Manson aún no ha dado instrucciones de hacerlo, pero soy un hombre de negocios demasiado ocupado como para permitirme hacer todo un viaje sin comunicación, además ¿qué puede hacer, arrojarlo por la ventanilla? aunque algo me dice que si sería capaz de hacerlo.

Mientras checo mis mensajes echo un vistazo por la ventanilla y descubro que el clima está cada vez peor; el cielo está totalmente nublado y la lluvia empieza a caer desmesuradamente. Vuelvo a cerrar la ventanilla tratando de ignorar la lluvia.

No es momento de ponerse paranoico, estoy en un avión seguro y la piloto es una experta, supongo.

Termino de revisar mis mensajes, guardo el teléfono en mi bolsillo y busco una almohada en el pequeño buró; cuando al fin la consigo reclino al máximo mi asiento y la coloco detrás de mi cabeza, una buena siesta de seguro calmará mis nervios.

Al cabo de unos veinte minutos una fuerte turbulencia me despierta, con mi cabeza soñolienta y confundida miro a mi alrededor tratando de ubicar el problema, pero no logro captar nada. Otra fuerte sacudida me saca de mi ensoñación, miro por la ventanilla y descubro que la lluvia está aún peor, incluso hay relámpagos.

¡Demonios!

Cierro la ventanilla y siento una tercera sacudida que me eriza los vellos del cuerpo.

¿Qué diablos está pasando aquí?

—Señor Evans —escucho la voz de la piloto—, el avión ha sido impactado por un rayo, causando un grave daño en el motor y los controles, por este motivo me veré obligada a realizar un aterrizaje improvisado. Le suplico que no se altere, manténgase en su asiento, abróchese el cinturón y apague los aparatos electrónicos que posea en caso de tenerlos encendidos.

¡¿Que no me altere?! ¡¿Que me quede sentado?! Pero esta mujer se ha vuelto loca, ¡¿y cómo que un rayo impactó el avión?! No, esto no me puede estar pasando a mí, es imposible, pero claro, ¿qué se puede esperar cuando una chiquilla insolente decide jugar a los avioncitos y justamente conmigo como pasajero?

Me levanto del asiento y voy directo a la cabina de controles. Cuando abro la puerta lo primero que veo es el panorama más escalofriante que haya presenciado en mi vida a través del cristal. El cielo está totalmente negro solo iluminado por unos rayos espectrales que aparecen de la nada, haciéndome sentir como si estuviera en una película de terror.

De espaldas a mí la piloto Manson manejando los controles. Una nueva y fuerte sacudida hace que pierda el equilibrio, me aferro a su asiento para no caer al suelo provocando un sobresalto en la piloto al percatarse de mi presencia.

—¿Pero qué diablos está haciendo aquí? ¿Qué no oyó mis instrucciones por el altavoz?

—Pues vine a comprobar con mis propios ojos su ineptitud, ¿cómo es eso de que va a realizar un aterrizaje forzoso, donde vamos a aterrizar? ―Sé que estoy comportándome como un patán pero no me importa, quiero respuestas y las quiero ahora.

—No sé en dónde vamos a aterrizar, apenas y puedo mantener el avión en el aire, el rayo averió casi todos los controles y el motor; la neblina no me deja ver absolutamente nada, la radio está completamente muerta así que no puedo dar ni recibir coordenadas de nadie, tengo que aterrizar el avión en el primer lugar que encuentre

—¡¿Cómo que en el primer lugar que encuentre?! Yo pagué para ir a las Bahamas no al país de nunca jamás.

Estoy empezando a sentir náuseas, ¡esta mujer ni siquiera sabe dónde estamos!

—Señor Evans por favor cálmese y regrese a su asiento, estoy haciendo todo lo humanamente posible por salir bien librados de esta situación —me dice en un tono condescendiente.

—¡¿Y cree que eso me va a calmar, acaso me cree idiota?! Es usted una incompetente, una niñita que no sabe ni donde esta parada, debí imaginarme que algo así pasaría con una adolescente al mando del avión.

Me paso la mano por el pelo como un acto reflejo de la frustración que se ha apoderado de mí mientras desahogo toda mi ira y desesperación.

Tal vez estoy siendo injusto, pero no puedo pensar en ser amable cuando estoy a punto de morir

—¡Óigame pedazo de imbécil! ¿Qué diablos le pasa? —me suelta ella de repente con un tono tan autoritario e imponente que ejerce en mí el mismo efecto de una cachetada en el rostro—, ¿es que no ve que estamos a punto de estrellarnos? —Puedo ver la furia en su mirada y es mucho más atemorizante que el panorama de la ventanilla—. Si en verdad quiere salir vivo siéntese, cállese y rece.

Y eso es justamente lo que hago. Me siento en el asiento del copiloto justo a su lado, lo cual no sé si es una buena idea, Cierro mi boca y rezo, rezo como lo hacía cuando era un niño pequeño.

Veo a la piloto a mi lado dirigiendo el avión, en el frente veo desplegada toda una gama de luces tintineantes que hacen que me empiece a doler la cabeza. Cierro mis ojos y me aferro al asiento, clavando las uñas en él, cuando siento el rápido descenso del avión ligado a la fuerte turbulencia que me eriza todos los vellos del cuerpo.

Voy a morir, lo sé; puedo ver toda mi vida pasando frente a mis ojos: mis primeros pasos, el primer día de escuela, mi primer beso, mi primera vez, la universidad, sexo, la graduación, sexo, mi primer Ferrari, sexo, sexo, sexo.

Bueno, al menos tuve una buena vida.

El impacto del avión en tierra firme me saca de mis pensamientos. Puedo sentir cómo nos desplazamos en el suelo mientras mi corazón está a punto de sufrir un paro cardiaco y mis ojos empiezan a doler por la fuerza innecesaria que aplico en ellos.

Cuando al fin nos detenemos abro mis ojos temeroso, incapaz de creer que aún sigo con vida, y justo a tiempo para presenciar como todas luces tintineantes del panel de control se apagan al unísono al igual que todo el avión, quedándonos en un absoluto e insoportable silencio.

Me volteo para mirar de frente a la piloto, quien está aferrada a su asiento respirando violentamente y ambos nos miramos fijamente a los ojos. Puedo ver el su rostro el pánico y el shock por lo sucedido y estoy seguro de que ella puede vislumbrar la misma expresión en mí.

Hay tantas cosas que quiero decir, o gritar, no estoy seguro, pero al mover mis labios para romper aquel silencio sepulcral e insoportable solo logro pronunciar una frase casi coherente.

—¿Sabes que voy a demandar, cierto?

Las nubes no son de algodón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora