El sonido de su pluma rasgando el pergamino que tenía al frente era el único ruido que la acompañaba. No solía poner música en su oficina, con suerte respiraba, y en ese minuto, hasta las moscas no zumbaban para no desconcentrarla de su tarea. Podía decirse que Hermione Granger estaba teniendo una tarde muy productiva, hasta que lo sintió llegar.
No tenía que saludarla para saber que ya estaba ahí. Su clásico olor a café de grano y a perfume caro rápidamente se infiltró por sus fosas nasales, advirtiéndole su presencia. Escuchó sus pasos y supo que avanzaba lentamente hacia ella. Podía imaginar el ondear de su capa y la mueca de superioridad que siempre, religiosamente, plasmaba en su afilado rostro. Y es que podrían pasar varios años, y ella podía apostar toda su fortuna, sin temor a equivocarse, que él no cambiaría nunca.
Draco Malfoy se desplomó con elegancia en una de las sillas que se encontraban al frente de su escritorio, cruzando una pierna y apoyando la espalda atrás, mientras la nueva directora del Departamento de Regulación de Criaturas Mágicas seguía escribiendo, sin levantar la vista, como si no hubiera reparado en su llegada y como si su mano poseyera vida propia.
–Granger –esbozó, a la vez que emitía un suspiro repleto de fastidio–. Estoy empezando a pensar que esto de que me cites tan seguido a tu diminuta oficina, prácticamente dos veces por semana, dejó hace rato de deberse a los elfos domésticos... ¿Me estás tratando de seducir?
Hermione apretó la pluma entre sus dedos y dejó transcurrir unos segundos antes de responder. Terminó de escribir el párrafo que le faltaba, firmó el documento, y lo dobló pulcramente para introducirlo en un sobre, que con un simple toque de varita salió disparado en dirección desconocida. Sólo entonces elevó su mirada hasta posarla en su visita.
–Malfoy –dijo en el mismo tono, apoyando ambos codos sobre su escritorio–. Estoy empezando a pensar que esto de que te niegues a cumplir el decreto número ochocientos noventa y cinco sobre liberación y remuneración de elfos domésticos, dejó hace rato de deberse a tus estúpidos prejuicios sobre la superioridad de los magos respecto a su especie... ¿Tanto me extrañas que infringes la ley a propósito?
"Touché" pensó la castaña al verlo fruncir el ceño con suma molestia. No necesitaba usar legeremancia en él para saber lo que estaba pensando, lo conocía demasiado bien.
–Si te hace feliz, sueñalo –escupió, cruzándose de brazos, enfurruñado.
Ella negó con la cabeza y suspiró profundamente. "¿Qué había hecho para merecer esto?" Tenía veintiocho años, un gran trabajo, y varios galeones ahorrados en Gringotts. Hace poco había decidido sentar cabeza, y ahora, la única piedra en el zapato para su completa felicidad seguía siendo él, aunque en esta ocasión se trataba de un asunto distinto.
Malfoy era el único expediente que estaba pendiente en su escritorio; el único mago sangre pura que aún no cumplía con la ley, y por el único mago que aún no se podía cerrar esa división del Departamento.
–Vamos, Malfoy, hemos pasado por esto un millón de veces. ¿Qué te cuesta regularizar tu situación? Las multas cada vez son más altas en caso de reincidencia, y si sigues así, acabaré con la fortuna de tu familia. Sale más barato que cumplas y ya, ¿no crees?
Él rodó los ojos en un gesto de exasperación y desestimó las palabras con un movimiento de manos.
–Mira, no sé en qué mundo vives, Granger, pero hacer lo que tú me pides está resultando especialmente complicado. Mis elfos se niegan a ser liberados, lloran como si el mundo se fuera a acabar, y cada vez que he intentado sugerirles una modesta remuneración por sus servicios, se sienten ofendidos, piensan que no están haciendo bien su trabajo y se machacan la cabeza contra la pared más cercana. Son un caso perdido, y para más remate, terminan ensuciando mi papel tapiz.
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La tercera no será la vencida
Fanfiction"Pero, Granger, no seas terca. ¿No será una señal para que no te cases?" dijo él , aparentando desinterés. Poco sabía ella que sus dos intentos fallidos, no tenían ninguna relación con el destino, ni tampoco eran una casualidad.