Capitulo 1

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Apago el despertador antes de que suene, como todos los días lo he hecho desde que empezó la escuela, este año. Me siento en la cama, me pongo las zapatillas de dormir y me dispongo a ir al baño. 

Me ducho con agua tibia. Papá ha puesto el calefont antes de empezar las clases, por lo que nunca tengo problemas y no paso frío. Me costó bastante convencerlo de que arreglara el aparato. Antes no funcionaba. Ahora, gracias a mí, todos pueden utilizarlo. 

Me pongo la camisa blanca, la corbata, el jumper negro, mis calcetas largas de color gris, mis zapatos y por último, mi suéter, también gris. En resumen, el uniforme. Luego me dispongo a cubrir mis ojos con un par de capas de rimel. Veo si mis cejas lucen perfectamente depiladas, y como lo están, abro la puerta, me dirijo a mi habitación a tomar mi celular y voy directamente al primer piso, a preparar mi desayuno. 

Abro la nevera y saco la caja de leche. Busco mi tazón en el sector de los platos. Lo tomo orgullosa. Es precioso. Color rosa con pequeños puntos blancos. Sin duda mi favorito. Así que lo llevo a la mesa que está en la misma cocina y me echo en él un poco de leche junto con el cereal que está a un lado. Es de zucaritas. ¡Me encantan, me fascinan!

Las mañanas son el momento más relajado de todo mi día. Nadie que hable, nadie que me moleste, y sobretodo, nada de hermanos pequeños que me estropeen todo. La tranquilidad me llena. Ni siquiera hay ruido afuera. ¡Es la perfección!

- ¡Cristal! -alguien me grita. Se me cae la caja de cereales de las manos, al suelo. Eso basta para hacerme enojar.
- ¿Qué es lo que quieres, Alejandro? -le pregunto molesta- ¡Vete a tu habitación!
- ¿Qué estás comiendo? -se acerca a mi tazón, mete la mano y saca un cereal.
- ¡Iugh! -me quejo- ¡No toques mi comida! Que asco, por Dios.

Si hay algo que no tolero, es que toquen mi comida. Nunca, pero nunca, ¡Nunca! deben tocarla. Sobretodo si es el ser más asqueroso en todo el mundo como mi hermano Alejandro. Ni siquiera sé cómo puede tener mi misma sangre.

- Deberías de ser como yo -le recomiendo, sin que me lo pida- Ducharte todos los días, arreglarte bien, cepillarte los dientes tres veces al día o más, y ser limpio. Si sigues así, jamás le gustarás a una chica.

Recojo la caja de cereal del piso y con cuidado la limpio, revisando por si hay algo de suciedad que no quiero tocar. Dejo la caja en la mesa, me lavo las manos en el lavaplatos y me siento en la mesa a desayunar, no sin antes sacar los cereales que mi hermano pudo haber tocado, o rozado.

- No quiero ser como tú -me dice- No le gustas a nadie. No eres divertida, Cristal. Todos te odian. ¿Segura que tienes amigos?
- Tengo amigos -me pongo a la defensiva- ¿Qué es lo que has venido a hacer?
- Me ha dado hambre.
- ¿Hola? ¿Estás hablando enserio? -le pregunto- Son menos de las siete de la mañana, bicho raro. Tú entras más tarde que yo. Lo que deberías hacer es dormir, si no quieres tener unas enormes ojeras en un rato.
- ¿A quién le importan las ojeras? -me dice, poniendo cara de desagrado- ¿Ves? Hablas cosas que no tienen sentido. Tengo doce años, ¿Lo olvidas? Ustedes las mujeres son raras.
- ¿Tienes doce? Creí que tenías siete -me burlo de él, fingiendo que me da mucha risa.
- Piérdete -dicho eso, estira la mano hacia la mesa y saca un pastelillo que anoche ha comprado mamá. Se va y luego lo escucho subiendo las escaleras.

Mi relación con Alejandro jamás ha sido buena. ¡Es un hostigoso! Para ir a la escuela, mamá lo levanta a las siete y quince, cinco minutos antes de irme yo. Su voz chillona me retumba en los oídos cada vez que lo escucho. A veces no aguanto y debo taparme con las manos para no oírlo. Hay que hacer milagros para que se duche, apesta a trasero todo el tiempo, y no hace más que estar en ese celular que mis padres le han dado, viendo vídeos de cualquier cosa. No es más que una rata.

Fresa Con ChocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora