La población de Aguascalientes, solo podía concentrarse en destruir su reputación cuando caminaba por las estaciones del ferrocarril por las mañanas. Ella tenía el total conocimiento sobre ello, más no le tomaba importancia por sus anhelos de ser una buena señorita, al fin y al cabo, eso demostraba la educación que ella poseía. Su padre le había enseñado todo lo que ella conocía, y sobre como las personas la envidiaban tanto por su fortuna, como su fortaleza. Padre le había enseñado que alguien no era superior a otro por insultarla, era superior por no permitir que los insultos que se contaran sobre ella, proveniente de las calles, no le afectarán en absoluto.Antes de salir el sol, se despertaba con los haces de luz que se lograban escapar a través de su ventana. Al principio no tenía demasiados ánimos para levantarse, sin embargo, recordó sus objetivos del día, por lo tanto, se giró mirando al techo y sonrió, esperaba con ansias que el día pasara, únicamente para comenzar con sus planes. La joven mandó a llamar a una doncella para que le ayudara a vestirse. Con pasos apresurados, se guió hasta la alcoba de su pequeño Luciano. Abrió la puerta cuidadosamente, no obstante, el crujido llegó hasta sus oídos, y también a los de Luciano, puesto que abrió sus ojitos color miel.
—¿Mamá?— preguntó con su voz suave y somnolienta.
—Mi niño, vuelve a dormir. Tengo que irme, pero regresaré en algunas horas.— le indicó ella acercándose a él para entregarle un beso en la frente.
El niño se aferró a la mano de su madre, la cual ya se alejaba. Ella regresó a él solo para despedirse de su ángel. Besó su pequeña manita regordeta, puesto que ella también quería aferrarse.
Estaba a punto de retirarse, cuando escuchó una voz grave e imponente, gritando su nombre.
—¡Abigail! ¿Se puede saber a dónde irás?
—Padre, yo solo iba a dar un paseo. Una de las criadas cuidará a Luciano.
Padre se acercó a ella, no de una manera alegre, sino disgustada, como lo hacía en cada ocasión.
—No me parece adecuado que tú, siendo madre y mujer, no te dediques a tu hijo, y en vez de ello, lo dejes con unas inexpertas.
Padre estaba frente a ella, por lo tanto, tuvo una mejor vista de él. Un hombre mayor, alto, arrugado, de contextura endomorfa, de cabellos castaños volviéndose blancos. De mirada prepotente y fuerte. Su padre era la persona a la más le temía.
—Es por eso que voy yo, padre. Las criadas no saben que medicina comprarle al niño, solo yo sé, es por eso, que debo ir yo.
Su padre quedó resignado a otorgarle el permiso, y ella feliz se marchó. A pasos lentos, para disfrutar el camino, llegó hasta la estación del ferrocarril. Disfrutaba caminar junto a los arbustos y con su mano acariciarlos, pensando en su hijo, Luciano. Estaba adaptada a escuchar los susurros de los aguascaletenses cuando cruzaba por ahí. El cotillero era una de las actividades favoritas de las personas.
Solo algunas horas habían transcurrido desde que partió de su hogar, y después de una larga caminata desde la mansión Limantour, su residencia, hasta los límites de Aguascalientes, logró llegar a su objetivo, el Herbolario de los Robles. Era un local bastante rural, no había mucho por decir respecto a este. Entró sin más preámbulos, Abigail estaba ansiosa por obtener lo que ella deseanba. La combinación de varios olores inundó su alrededor, al igual que varios colores inundaron su vista, predominado el verde. El interior lucía aún más rural que el exterior, sin embargo, no se podía esperar más de un lugar del estilo, era casi un mercado negro, de plantas.
—¡Bienvenida, señorita! ¿En que le podría asistir?— preguntó una voz grave dirigida a ella.
Al levantar la mirada, observó a un hombre que parecía estar ebrio, además era gordo, de altura baja, barbudo y con ropa arapienta. Sintió asco de tener que convivir con el.
—Soy Abigail Limantour, usted debe ser Mateu Robles.
—¡Ah! Ha escuchado hablar de mi, pues si, soy el.– dijo muy orgullosamente Mateu.
Él le ofreció su mano como muestra de saludo, no obstante ella lo ignoró por la repugnancia del hombre.
—En realidad he oído hablar del apellido Robles, señor— Abigail lo miró con superioridad—, en cambio, me supongo que usted si ha escuchado mi nombre—dijo en referencia a las difamaciones que se hablaban sobre ella—. Bueno, para no llevarme más de su preciado tiempo. Estoy buscando cierta hierba, una que yo estoy consiente que usted posee.– comenzó a decir en voz más baja.
—Adelante, yo le puedo ofrecer lo que desee.
—Aconitum.
—¡No! No está en venta.— dijo serio.
Se sobresaltó por la reacción del nombre y su negación, más no se dió por vencida.
—Entonces admite que la tiene en existencia.— el hombre se alejó ignorándola.
—Si usted no me complace, no me quiero ver en la situación de tener que advertirle a las autoridades sobre su negocio. Sería una pena que usted, siendo un hombre de "bien", lo atraparan vendiendo plantas ilegales ¿sabe cuánta gente ha muerto por lo que usted vende?
La expresión del hombre se tornó más seria, y volvió a acercarse a la muchacha por preocupación.
—No lo haría. No le creerían por ser mujer, y su ignorancia sobre el tema.
—Claro que si. Además me creerían por mi posición social, mi padre es de los más influyentes en la política. Y respecto a lo de ser mujer, lo único a lo que me dedico es a leer, tengo un alto conocimiento en botánica.
El hombre se colocó guantes en sus manos para tomar la planta que ella solicitaba, se ausentó durante algunos minutos y cuando regresó, observó lo que anhelaba en sus manos. Una flor azulada y hermosa, en forma de casco.
—Le dicen hábito del diablo. Sobre el dinero, le costará caro.
—No me imagino porque, tengo más dinero del que necesito.
—Es usted una niña rica y mimada.
ESTÁS LEYENDO
La loca que viene cada mañana
Historical FictionCuando el machismo estaba a todo su esplendor en México, ninguna mujer tenía permitido opinar, ninguna mujer podía ser más que una mujer. Eran débiles, solo servían para procrear niños. Su único deber era complacer a su marido. A ella le enseñaron a...