Failure Report

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Todo el trabajo que me había tomado el maldito reporte. Toda la noche despierta dándole los últimos retoques. ¿Todo para qué? Para que tu materialista cara de pepino jefe te diga: “Sí, Sydney, el reportaje estuvo… bien. Deberías haber buscado más información. La empresa requiere de investigaciones más amplias ¿sabes?” ¿Investigaciones más amplias? Estuve un mes, ¡un mes!, buscando las texturas y los colores de la próxima estación. Pero no. Al señor se le ocurre que las texturas existen de a montones y que todavía hay colores que no han sido descubiertos.

Ser pasante en una revista de modas es un trabajo arduo. Debes dedicar tu cuerpo y alma a ella, y más si quieres ser parte de esta de por vida. Ser “una permanente” en la jerga del trabajo.

Esa mañana al salir de la oficina del Sr. Bucket, mis tacos casi dejaban marcas en el lustrado quinto piso. El sudor de mis manos arruinaba la carpeta del “fallido” –cómo él lo había llamado- reporte, gracias a la rabia que corría por mis venas. Mis músculos estaban tensos y no te aconsejaría cruzar miradas conmigo sino querías llevarte una buena sarta de insultos. Es que… Era mi tercer reporte rechazado desde que había comenzado a trabajar aquí. Todos sabemos que por ser pasantes se nos exige mucho más, pero no es justo lo que este hombre está haciendo conmigo. Muchas personas de la oficina me habían dicho que mi trabajo estaba correcto y que el jefe debería tenerlo en cuenta. Pero por una razón, que no tengo idea de cuál puede ser, mis trabajos jamás son suficientes. Ni siquiera les presta la atención adecuada. Los lee allí mismo cuando se los entrego. Esa es la peor parte.

Llegué a la puerta del ascensor, y tuve que esperar. Los golpecitos de mis tacones resonaban en el pasillo. Habían pasado treinta minutos de la hora del almuerzo, de modo que no había nadie más que la recepcionista y algunos ejecutivos en la oficina. La puerta se abrió y marqué el botón de planta baja. Una vez absorbida por el silencio del aparato –por suerte habían desistido de ponerle música de fondo- me apoyé en una de sus paredes y me deslicé suavemente por ella, hasta que el piso me detuvo.

“Los colores no son suficientes y las texturas son… Sydney, debes esforzarte si quieres ser parte de esta gran empresa” Ojalá no quisiera tanto serlo… —bufé mientras ojeaba mi reporte—. No tiene absolutamente nada de malo. Los colores son perfectos para la primavera y los diseños que entran están aprobados por prestigiosos diseñadores. Desearía saber qué le habré hecho en mi vida pasada para ahora tener que pagarlo de esta manera—me lamenté arrojando las hojas a un lado. Mi piso se aproximaba así que me puse en pie, recogí mi trabajo y me aseguré de que mi atuendo estuviera correcto.

—Buen provecho Sydney.

—Gracias Maggie—mi amistad con la recepcionista nunca había pasado más allá de buenos días y buenos provechos.

El aire, y bullicio de la ciudad, me abrumaron cuando estuve fuera del edificio. Mi horario había terminado, pero no quería ir a casa, ya que la depresión “post-reporte despreciado” se apoderaría de mí. De modo que decidí caminar y tener un saludable almuerzo en algún restaurante. Mis pies caminaron sin rumbo por unas cuantas cuadras, hasta que recordé la existencia de ese acogedor negocio familiar, por el cual pasaba siempre que iba al trabajo. Debería buscar trabajo en otra editorial, pero es tan difícil que te tomen en esta época del año. Me tiene harta tanto desprecio, el Sr.Bucket no valora mi trabajo, no debería seguir trabajando para él. No ganaré nada haciéndolo. Llegué al pequeño restaurante y lo primero que hice fue buscar una mesa libre, lejos del poco número de clientes. Estaban esparcidos por los rincones, de modo que el lugar que buscaba tanto no ocupar, fue con el que me tuve que quedar. Me distraje por un momento gracias a la música que ambientaba el lugar; miraba el paisaje de autos y personas corriendo por las calles sin parar.

—Buenas tardes, ¿puedo tomar su orden?—me limité pensar por unos segundos y a responder sin dirigirle la mirada.

—Un café por favor—sin negar el hambre que tenía, no podía probar bocado todavía. Mi estómago estaba revuelto por la rabia, y la decepción. Debía relajarme.

—Aquí tiene su café, ¿desearía algo más?—otra vez su voz masculina interrumpió mis pensamientos.

—Gracias. Por ahora no—escuché sus pasos alejándose y tomé la tasa con ambas manos. No había nada mejor que el aroma del café recién hecho para relajar y aclarar tu mente.

Al fin y al cabo el almuerzo había sido muy pequeño. Una ensalada y un delicioso jugo de naranja se habían ocupado de satisfacer a mi estómago; que a cierto punto había comenzado a hacer mucho ruido.

Con la cuenta pagada y el estómago lleno, me levanté para dirigirme a mi hogar y comenzar con mi búsqueda de un nuevo trabajo. Quizás internet o el periódico me ayuden. Tenía que realizar otra hoja de vida y pedirle recomendación a mi actual jefe. ¡Sí, claro! De seguro sería mejor no tener ninguna recomendación, a tener una que dice: “Reportes insuficientes.” Lo mejor iba a ser que simplemente renunciase y dejara mi lugar de trabajo con la frente alta.

Ya cerca de la puerta, yo y mi distraída mente, obstruimos el paso de alguien que quería ingresar al lugar, y cómo consecuencia  chocamos con el camarero.

— ¡Cuánto lo siento!—me dijo luego de derramar todo el vino tinto de algún cliente sobre mi blanca camisa. Yacía en el piso, con mi traje, peinado y maquillaje arruinados.

— ¡¿Sabes lo que cuesta sacar el vino de la ropa?!—bufé mientras limpiaba mi camisa en vano, y pasaba la mano por mi rostro y cabello intentando arreglaros.

—Lo siento, de verdad lo siento—el camarero me otorgó su ayuda ofreciéndome su mano. La tomé e intenté levantarme.

—Es que… no te disculpes. Fui yo la que estaba un poco distraída—me disculpé. Y tomé la servilleta que me ofrecía.

—A decir verdad… es cierto. Eres tú la que debería disculparse—percibí un tono pícaro en su respuesta. Miré la placa en su pecho.

—Mira—toqué su placa con mi dedo índice—Joseph…

—Dime Joe—me interrumpió.

—Joseph… —insistí—No estás en posición de exigirme una disculpa, soy el cliente y tú el personal, así que…—puso un dedo sobre mis labios.

—Calla. Tuviste la culpa, debes admitirlo—murmuró, para que la conversación quedara entre nosotros dos, pero dudo que alguien nos estuviese escuchando. El local estaba casi vacío.

— ¡¿Pero cómo te atreves a hablarme así?!—hoy no era exactamente un buen día para jugarle bromitas a Sydney. La rabia que había logrado despejar, volvió a mí de forma inmediata. Colocó su mano derecha en mi mejilla y se acercó un paso. Mis instintos no hicieron caso a mis órdenes y me dejaron parada como un poste frente a él.

—Tranquila. Hoy no ha sido un buen día ¿no es así?—volvió a murmurar muy cerca de mi rostro. Por primera vez lo miré a los ojos, y me arrepentí de no haberlo hecho antes. Eran hermosos, brillantes, y su almendrado color era hipnotizante. Suspiré.

—No, no lo ha sido. Todo lo contrario. Y lo acabas de empeorar—no me iba a dejar vencer por su seductora mirada.

—No te enojes—sonrió—. De todas formas, te ves mejor mojada—agregó mientras movía un mechón de mi cabello que estorbaba mi vista. Comencé a sentir calor en mis mejillas. ¡Oh no! Tenía que irme, no podría dejarle ver lo mucho que me había gustado su comentario.

—Eh… si gracias. Debo irme—. Me solté de su agarre y levanté las pertenecías que aún yacían en el piso.

—Te ayudo—y me ayudó a recogerlas. Sin dirigirle otra palabra giré sobre mis talones y prácticamente corrí a la salida.

Cuando puse un pie afuera recapacité y volví.

—Joseph—lo llamé asomando mi cabeza en el negocio. Él se giró y clavo sus ojos en mí – volveré para cobrarme tu torpeza de hoy—una sonrisa apareció en su rostro.

Increíble. Un camarero, mi torpeza y una copa de vino habían hecho de un mal día, un gran día. 

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