Argumento para un trágico final

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   Una ciclista

Los pies giraban frenéticamente, el viento chocaba contra sus mejillas, el camino delante suyo cambiaba a medida que iba avanzando, sin retroceder, nunca lo hacía. Montada sobre ese vehículo que era impulsado por la fuerza de sus músculos, así iba. No importaba qué tan malo hubiera sido el día. Que se le haya enfriado el café de la mañana, que su gato haya orinado en la entrada de su departamento, que la del 9 "D" le reclamase una vez más una sábana que se le "salió volando por el balcón" y que otra vez tuviera que responder '' Yo no la vi, disculpe'', que en su trabajo tuviese que aguantar el ruido de las máquinas, el ruido de las apuestas, de las quejas de la misma pareja de viejos todos los fines de semana. No importaba qué tan cansada estaba si las 20 cuadras que había hasta su departamento lo podía hacer pedaleando, porque de esa forma se volvería a sentir como cuando era niña. Cuando no había más preocupación que el que no la atrapara el viejo de la bolsa. Cuando jugaba a la pelota con sus primos y volvía a casa toda embarrada. O como cuando fue la primera vez a la granja La Esmeralda y se subió a un caballo. Cuando se fue de campamento junto a su papá y su hermano y vieron las estrellas, bellas estrellas junto a una gran luna hermosamente brillante y redonda, casi tan brillante como la que había esa noche en el cielo. Casi tan brillante como la luz que se acercaba velozmente hacia ella. Impacto. Silencio absoluto. Volvió en sí. Abrió los ojos, lo más que pudo. Intentó reponerse pero no lo logró. Analizó su situación pero no entendía lo que sucedía. Lo primero que recordó fue su bici. La bici, no la veía por ninguna parte. ¿Dónde habría ido, o mejor dicho, dónde habría ido ella? Inmediatamente lo sintió. El dolor en su cuerpo se expandía rápidamente antes de que pudiera terminar de entender qué era lo que había pasado. Justo en ese momento la vio. La luz. Esa luz encandilante que ahora recordaba, se había acercado a ella antes de esta confusión. Estaba allí, estacionada sin signos de movimiento. Aun así ella vio en esa luz una línea estrecha de esperanza e intentó gritar aunque le fuera imposible, ya que sus pulmones no podían inhalar más aire. Notó que la luz parpadeaba ligeramente y acto seguido comenzó a alejarse al mismo tiempo que empezaba a alejarse el calor de su cuerpo. Y comenzó a sentir frío, el mismo frío que transmitía el brillo de la luna amplia y redonda de esa noche.

   El conductor 

''Tal vez deberíamos alejarnos por un tiempo''. No. No. Y previo a eso un ''No siento que esto vaya bien''. Lo primero que vio en su celular antes de despertar fueron esas palabras que lo consumieron durante todo el día. Sentado en la barra veía a su amigo que venía siendo rechazado una y otra vez por cada chica a la que se le acercaba. Lo que podía ser cómico para muchos, a él no le despertaba ni una pizca de interés, ya que sus pensamientos estaban ocupados con otra cosa. Otra vez lo había arruinado todo. Él nunca había sido una persona a la que se le dieran muy bien esas cosas del amor. Si hasta estaba acostumbrado a que las chicas se terminaran cansando de él y se alejaran. Aunque con ella era diferente, la quería más que a ninguna otra. No le gustaba la idea de estar lejos de ella. Pero le había dado el trato que le daba a cualquier otra. Sabía que había actuado mal. Quería arrodillarse ante ella y pedirle perdón, pero sentía que ya era muy tarde, que ya la había lastimado lo suficiente. No quería hacerle más daño. Ya no había nada más que hacer. Trago tras trago iba hundiéndose con el peso de sus acciones. Sentía que quería llorar, pero ahogaba llantos con más alcohol. No podía llorar, no iba a hacerlo. Comenzó a sentirse inestable, cansado, le pesaba la cabeza, como si lo hubieran girado y sacudido más de cien veces. Su amigo se acercó a proponerle que volvieran a casa y él no vio otra opción mejor que aceptar. Fueron a la salida a buscar el auto, las piernas le temblaban, no podía dar un paso con firmeza. Su amigo lo notó y le ordenó que se subiera al asiento del acompañante porque así no podría manejar, pero él tomó esas palabras como una agresión, no iba a dejar que lo trataran de inútil. Reaccionó con furia, lo empujó con fuerza quitándolo de la puerta del conductor y se subió al auto. Encendió el motor y esperó a que su amigo se subiera también. No hubo una sola palabra que mediase y puso el auto en marcha. Sonrió, como burlándose de su amigo por haberlo subestimado. Él estaba en perfecto estado. No importaba cuánto hubiera tomado si podía manejar perfectamente, no importaba cuántas veces hubiese tenido problemas con las chicas si podía encontrar una nueva cuando se lo propusiese. Pero entonces comenzó a ver borroso. Sintió puntadas en la cabeza; se sintió cada vez más mareado. Pestañeó. Escuchó cuando se encendió el reproductor y comenzó a sonar ''Boys don't cry''. No, los hombres no lloran. Pestañeó. La puerta se cerró. Pestañeó. Se percató de que iban muy rápido. Pestañeó. Sintió un golpe seco. El auto se frenó bruscamente. El silencio fue absoluto. Quería mirar hacia atrás, quería comprobar si había sucedido lo que su razón tanto temía. Pero no pudo, no se volteó, y su mirada quedó clavada en aquella gran luna brillante y redonda que iluminaba esa oscura noche.

   El amigo

Solo observaba sin decir nada aunque tendría varias cosas para decirle. Verlo en ese estado por algo tan insignificante era un fastidio para él. Si siempre era lo mismo ¿Cuándo es que cambió su manera de percibir las cosas? ¿Cuánto tiempo se supone que va a estar así? Realmente era un fastidio para él. Ya lo había invitado varias veces a que se acercara a bailar un poco, a conocer gente nueva, a olvidarse de toda esa porquería que lo aquejaba para que saliera del pozo en el que él mismo se había metido, pero se negaba. Lo veía quedarse sentado tomando como si intentara ahogarse y terminar con todo: descubrir eso era verdaderamente un fastidio para él. Y más fastidio le provocaba saber que luego tendría que hacerse cargo de ese borracho, totalmente una molestia. Para ese entonces ya estaba arrepentido de haberlo invitado a salir. Su amistad no era mucho más que eso. Se habían conocido así. Ninguno de los dos se sentía atado a nada ni a nadie, por lo que salir todos los fines de semana no era difícil. Además tenía auto, una ventaja para querer invitarlo a él por sobre cualquier otra opción. Pero hoy no lo aguantaba. Cada vez que miraba para ver si el otro seguía vivo, lo descubría sentado, tomando del mismo modo una y otra vez. Así, hasta que se cansó. Fue a preguntarle si quería irse, agregando que su cara de traste estaba espantando a todos. Su compañero aceptó, pero él se sintió molesto porque esa había sido la única propuesta que el amargado había aceptado en toda la noche. Fueron a buscar el auto cuando notó que el amigo no podía más de borracho. No quería problemas así que le propuso que él manejaría, que solo se sentara en el asiento de acompañante. La reacción que este otro tuvo lo sorprendió por completo: en un segundo se había abalanzado hacia él, provocando que trastabillara y cayera al suelo. Estaba turbado, pero se levantó cuando vio que trepaba al asiento del conductor y encendía el motor. Ardía de furia, pero lo dejó pasar y de igual modo se subió al vehículo. Solo lo veía manejar, mientras nacía muy dentro suyo la desconfianza. Cada vez que veía a su compañero cerrar los ojos, su corazón se detenía por un segundo y sudaba producto del nerviosismo. No podía quitar su mirada de las acciones del otro. De pronto la velocidad del vehículo bajó drásticamente hasta detenerse, y él pudo ver cómo una manifestación de náuseas, de querer vomitar, se hacía evidente en su compañero. Inmediatamente atinó a bajarse para socorrerlo, lo cargó en sus hombros para sacarlo del auto y llevarlo hasta un poste de luz que se levantaba justo delante de la puerta. Allí lo abandonó hasta que terminara. No podía dejar que manejase estando en ese estado de ebriedad, así que decidió que ahora él tomaría el volante. Su padre le había enseñado a manejar cuando era joven, pero no tenía mucha práctica. Aún así pensó que sería mejor eso a que el otro condujera el borracho. Lo cargó en el asiento del acompañante y se subió al del conductor. Puso en marcha el motor y se aferró fuertemente al volante. Encendió el reproductor de música para borrar los malos pensamientos de su mente. Aceleró. 40, 60, 80. La adrenalina producto de la velocidad se apoderó de él. Quería más. 90, 100, 120. Mientras giraba por la Avenida Alem, algo se le cruzó. Reaccionó tarde. La distancia no le dio para frenar a tiempo. La arrolló. Él se quedo inmóvil. Shockeado. Notó que el compañero que tenía a su lado se había despertado del sueño. Su cara no reflejaba más que terror. Silencio absoluto. Dudó, de muchas cosas dudó. Podría bajar a ayudarla, podría llamar a una ambulancia, podría subirla al auto y llevarla al hospital. Inhaló aire, profundamente, y suspiró. Puso en marcha el auto otra vez. Primera, y arrancó. Pisó el acelerador con firmeza. Nunca miró hacia atrás. Manifestó acciones egoístas y cobardes rogándole a aquella brillante y redonda luna que no desapareciera nunca. Para que nunca le diera paso al día. Para que nunca fueran escritos sus nombres con los de los homicidas.

Argumento para un trágico finalWhere stories live. Discover now