Tardes monótonas, casi sin sentido alguno. Algunas, sin tener mucho que hacer. Otras, bastante ocupadas. Pero nada hacía que lo haga olvidar de su rutina, que rompa con esa monotonía desgastadora.
Es la historia de un adolescente, Julián. A simple vista, era uno más. Es más que obvio que todas las personas son diferentes, pero digo "uno más" en el sentido de que las personas ven lo exterior, lo físico de los demás. Y de esa manera sacan conclusiones sobre la totalidad de esa persona, conclusiones incompletas, y en muchos casos, bastante erradas.
Julián era un chico bastante cerrado, tímido. Le costaba ganar confianza con las demás personas. Por eso, sus pocos amigos eran sus mejores amigos, con los que pretendía hacer todo; salir, jugar un partido o simplemente juntarse un fin de semana.
Pero tampoco salía mucho. La razón era tan sencilla como que sus padres eran estrictos. Y él, cada vez que quería juntarse o salir con sus amigos, tenía miedo que sus padres no lo dejaran o que después, cuando llegara a casa, lo regañen por haber salido y no haber hecho otras "cosas más importantes". Esa razón bastaba para suspenderles muchas propuestas a sus amigos, inventándoles excusas. No les contaba la verdadera razón para no quedar mal frente a ellos y no dejar una mala impresión de sus padres.
Era verano, diciembre para ser exactos. Julián recordaba la muerte de su primo, que había fallecido un par de meses antes, en un accidente automovilístico. Tenía casi su misma edad. Julián tenía 16, su primo 18. Es por eso que le costaba entrar en su cabeza que semejante hecho haya pasado, aunque lo sobrellevaba, por lo menos sin ayuda psicológica.
Los días pasaban. Al estar de vacaciones, no tenía demasiadas cosas para hacer, por lo que pensaba mucho. Sus noches consistían en usar las redes sociales y escuchar música. Su favorita era el reggaetón romántico. Dicen que cuando uno tiene la mente ocupada, es feliz. Y por el contrario, uno no tiene la mente ocupada, termina pensando mucho, quizás de más.
Pensaba sobre él, su futuro, si le iría bien. También suponía, en sus pensamientos, que en el futuro le iba mal y decepcionaba a todo el mundo. Eso le bajaba el ánimo, y ya de por sí era sensible. Más sensible de lo que todos creían que él era.
El era responsable, tranquilo, educado. Por eso cualquiera que lo veía pensaba que era un chico sin problemas y feliz, pero no veía lo que Julián veía, no sabían lo que él pensaba. A eso me refiero con que las conclusiones de los demás son incompletas y erradas.
Las noches, que antes eran su mejor momento del día, el momento que más esperaba, ahora ya no la esperaba tanto, porque sabía que su ánimo cambiaba. Cosas a las que antes no les daba tanta importancia, como que su padre le dijera que en el futuro "no iba a andar" o que "no servía para nada", ahora le afectaban más.
En las tardes, se miraba al espejo y pensaba:
<<Si ni mis padres me quieren, ¿quién va a querer a esta persona? Es verdad que no sirvo para nada>>
Afirmaba los regaños de sus padres y se hundía más en sus pensamientos, que se convertían en autocríticas. Empezó a sentirse solo y sin apoyo. Buscaba apoyo en sus amigos, tratando de estar tiempo con ellos, pero ni así se sentía bien. Sus amigos pensaban que la tristeza que sentía Julián era por el fallecimiento de su primo y que tarde o temprano volvería a la normalidad.
Pero estaban equivocados. Era ya febrero y seguía igual, incluso más desganado. Julián había cambiado sus gustos musicales y escuchaba música más "triste", referida a las muertes o a los sentimientos. Se ponía los auriculares en las noches, y se hundía en sus pensamientos, que en algunos casos terminaban en llanto. Ocultaba todo eso. Ni siquiera haciendo lo que le gustaba, como viajar a ciudades cercanas con amigos, le levantaba el ánimo.
Llego a un punto donde el desgaste ya no era solo mental, sino que no tenía fuerzas para hacer las cosas, le costaba más. Un día, levantando una pesada caja en su casa, cayó desplomado y sin fuerzas. Pero no porque le faltara azúcar, tuviera baja la presión o a caja fuera muy pesada para él, sino que no tenía fuerzas, literalmente. Fue en ese momento en el que empezó a tomar conciencia de la gravedad de su situación.
Sospechó que podía ser y buscó en internet, que le confirmaron sus sospechas. Ya no era una simple tristeza lo que tenía, sino que sus síntomas coincidían con depresión. Rechazaba su figura, se autocriticaba constantemente, lloraba muy seguido en solitario, empezó a odiar las noches porque sabía que empeoraba en ese momento. Pero no se lo contaba a nadie. Por lo menos a su círculo cercano. A sus padres menos, porque pensaba que no lo entenderían y sería una molestia para ellos.
Seguía en contacto por redes sociales con sus amigos constantemente. Así, un día se armó de valor. Le contó a su mejor amigo lo que le pasaba. Y su amigo, buscando una justificación y tratándolo de un problema menos grave, pensó que la causa era el fallecimiento de su primo y que pronto se le pasaría. Aunque en el fondo sabía que el problema más grave que eso, por lo que trató de ayudarlo invitándolo a salir más seguido. Pero ni así lograba levantarle el ánimo.
Luego se lo contó a su mejor amiga, con la que no se juntaban demasiado pero se mantenían en contacto. Esta, quizá lo entendió más, o quizá solo tratando de buscar una solución lógica, se tomo más enserio la cuestión y le recomendó que vaya a un psicólogo.
Julián ya había pensado eso, e incluso lo veía como la mejor forma para encontrar una salida a su problema. Pero era casi imposible lograr ir a un psicólogo sin que alguien de su familia se dé cuenta. Y no quería que se den cuenta, para que no lo vean como una carga. Constantemente resalta su pesimismo para todo. Descartó esa posibilidad, aunque le hubiera gustado llevarla a cabo, y buscó, ya rendido, otra posible solución.
Otra vez, buscó en internet. Esta vez, medicación para la depresión. Anotó el nombre de unas pastillas que eran muy recomendadas y de fácil acceso. Se dirigió a la farmacia más cercana a su casa, a unas 8 cuadras, que parecían eternas. Pero la farmacéutica le dijo que la venta de esas pastillas y todo medicamento para problemas psicológicos era bajo receta médica, y miró a Julián con una cara no muy de contenta. Seguramente pensó que las pedía para otro fin, quizá drogarse.
Eso fue un golpe bajo para él, que ya no veía solución a esa tortura psicológica, interminable, eterna. Le era difícil de describir en sus pensamientos lo que sentía, aun así, lo hacía de dos formas. La primera, con una palabra: horrible. La otra: no encontrar lugar en el mundo.
Su sufrimiento era tal que muchas veces veía como una solución el suicidio. Estaba en su peor punto, literalmente tocando fondo. Pero su amor por su familia y sus amigos era mayor que el valor que tenía para llevar a cabo tremenda decisión. Se imaginaba a él, sin vida en un ataúd, en el cementerio, y su familia y sus dos mejores amigos llorando desconsoladamente. Se imaginaba el comienzo de clases en su secundaria, y el director anunciando que un alumno no estará ya en la escuela porque tomó la decisión de quitarse la vida y ahora está en un lugar mejor. Esos pensamientos lo destruían, pero a la vez, lo incitaban a seguir adelante y dar lucha. Era como si tuviera dos voces en su mente; una "egoísta" que pensaba solo en él y le decía que se quite la vida para terminar con su sufrimiento, y la otra que lo alentaba a seguir adelante, luchar y salir de esta.
Y fue así. Una decisión ganó y, totalmente sin ayuda, por iniciativa propia, pasaron varios meses y logró recuperarse. No le fue fácil. Ni tampoco de un día para otro. Fue gradual y lento e proceso, Conllevo un cambio de pensamientos, actitudes, que lo fortalecieron y le ayudaron a construir más su identidad, a sentirse más seguro. En sus pensamientos, lo definió como "sentirse más fuerte". Siempre en sus pensamientos, porque a nadie más se lo contó, y su familia nunca se enteró.
Su cambio en su forma de pensar lo llevo a prestarle más atención a cosas que antes ignoraba, como las estrellas, el atardecer, los arboles, los monumentos, los edificios, las nubes, la naturaleza y los paisajes.
Y es que dice el refrán: "Lo que no te mata, te fortalece". Y en el caso de Julián fue así, ni más ni menos. Ahora es más feliz. Aprendió que solo uno es capaz de salir adelante y que no siempre te van a ayudar. Pero también aprendió que los problemas como la depresión se deben contar, a personas cercanas o a la familia, para recibir ayuda y sufrir menos. Así que sabés, si tenés problemas, buscá ayuda, contalos, no te quedes callado. No te hagas problemas por pequeñeces y sobre todo, sé feliz con tu familia y amigos, y disfrutá de la vida.
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NO CAIGAS
Short StoryDías sin encontrarle sentido a la vida. Historia de un chico como cualquier otro.