Tú eres mi héroe, a tu manera

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Castillo del Reino de Lorule...

Para muchos sería extraño apreciar algo tan sencillo como el amanecer de un nuevo día. Pero para la Princesa Hilda, cada nuevo amanecer desde aquel fatídico día era un verdadero regalo. Después de siglos y siglos de ir cayendo lentamente en la oscuridad y acercarse cada vez más al borde de la destrucción, no podía sentirse más feliz de ver que la luz y la esperanza regresaban lentamente tanto al reino como a su pueblo.

En retrospectiva, Hilda no pudo creer lo cerca que estuvo de caer en un abismo sin retorno, al cometer un acto tan terrible o más que aquellos que sus antepasados habían cometido en su búsqueda por hacerse con la Trifuerza de Lorule. En lugar de buscar una solución a su crisis, simplemente quería arrojársela a otros. Con ese motivo, se aprovechó del joven héroe del otro reino para que encontrase los fragmentos de la Trifuerza y completara la pieza que le faltaba. Cegada por su desesperación, se dejó manipular por Yuga y sus ambiciones, y no se dio cuenta de ello sino hasta que fue demasiado tarde y este se apropió de los fragmentos para él, revelando que todo ese tiempo ella no fue más que un simple peón de su juego. Si el héroe de Hyrule no lo hubiese derrotado, habría permanecido como una pintura viviente, fusionada con Yuga y Ganon por toda la eternidad. Un destino peor que la muerte, si acaso había tal cosa.

No entendió hasta dónde habían llegado sus acciones realmente sino hasta que supo lo que había sucedido. Ravio, ese joven alegre aunque algo asustadizo que la había servido durante tanto tiempo, pero al no tener el valor para detenerla directamente, simplemente desapareció y buscó a alguien que pudiera detenerla de cometer un terrible error. Se consideraba a sí mismo un cobarde, pero ella se atrevería a discrepar. Quizás no fuese un luchador, pero tuvo que tener mucho valor para encontrar la manera de enfrentarla y decirle sus verdades en la cara. Y a pesar de todo, no lo hizo por nadie más, solo por ella...

...

Después de enviar a Link y Zelda a través del portal en el antiguo reino sagrado de Lorule para que se salvaran, Hilda y Ravio no pudieron hacer otra cosa que quedarse en el punto más alto del reino, viendo como el cielo cada vez se oscurecía, y la tierra se hundía y se agrietaba. Su destino estaba sellado. Lorule y todos sus habitantes, incluyéndolos a ellos, estaban condenados.

- Hicimos lo correcto, Princesa Hilda. - le aseguró el joven mirándola con compasión. - No valía la pena.

- Ya lo sé. - dijo ella con tristeza. - Aun así, me duele pensar que les fallé a todos. A mi pueblo, a mi reino... y también a mí misma.

- Condenar a otro reino a la destrucción no nos haría mejores que sujetos como Yuga. - le dijo él. - Eso nos habría convertido en algo peor que él.

Hilda desvió la mirada, y vio a lo lejos como mucha gente había decidido afrontar su destino con dignidad. Sabían que no tenían salvación, así que simplemente se agruparon para pasar sus últimos momentos con sus seres queridos. Ella, siendo la única sobreviviente de la familia real de Lorule, no tenía a nadie, y todos sus sirvientes ya se habían ido, fuese porque los echó al no estar de acuerdo con sus planes, o porque se fueron por voluntad propia al no querer tomar parte en ello. Ravio era el único que se había quedado. De hecho, era el único que jamás la abandonó, aunque ella no lo supiera.

- Ravio... ¿puedo pedirte algo? - le dijo mirándolo a los ojos.

- Lo que usted ordene, Princesa. - replicó él, inclinándose.

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