Prólogo: ¿Insolencia o elocuencia?

87 7 3
                                    

La copa que sostengo es rellenada con vino por segunda vez. Le doy un largo trago mientras observo a los invitados de la fiesta. El gran salón del Hotel Plata está completamente lleno de gente. Personajes de la nobleza e incluso algún que otro marqués se pasean haciendo gala de sus ropajes de alto copete. La decoración es imponente. La más exquisita cubertería y vajilla está colocada sobre las mesas con manteles bordados.

— Mmm... tanto donde elegir —murmuro mirando a los hombres que fuman, beben y ríen frente a mí.

Mi madre ha sido clara. El futuro de los Merino depende de que encuentre un buen marido. Cuanto más dinero tenga, mejor.

— La mayoría están casados, señora. Y los buenos partidos escasean —responde Mateo con tono serio un paso tras de mí.

Ruedo los ojos.

— Siempre tan optimista

Mateo no responde. No suele hacerlo. Así es él, correcto en todo momento. Me levanto de mi asiento y le tiendo la copa para que la sujete mientras recoloco la pesada falda de mi vestido. La suave tela de color amarillo con ribeteado cobrizo cae a mi alrededor.

— Bien —suspiro —. ¿A quién tenemos?

Mateo me devuelve la copa y da un paso hacia delante. A tan solo unos centímetros de distancia de mi espalda comienza a hablar.

— El Conde de Alameda, posee abundantes tierras repartidas por España

Observo al susodicho.

— No gracias —su tripa es tan grande que si cayese sobre mí moriría aplastada antes de poder llegar a pedir ayuda.

Varios sorbos y me doy cuenta de que mi copa está vacía de nuevo. Por la derecha se acerca un camarero vestido con traje negro y pajarita característicos. Estoy a punto de llamar su atención para que vuelva a servirme algo más de vino cuando, de repente, la copa desaparece de mi mano.

— Creo que es suficiente, señora —responde Mateo a mi mala mirada dejando la copa vacía sobre una pequeña mesa cercana.

Sabiendo que tiene razón vuelvo a mi labor de buscar marido. Desde mi posición observo las anchas escaleras que conducen al piso superior. Por ellas baja un joven alto, rubio y apuesto.

— ¿Quién es él? —pregunto sin perderlo de vista.

Serpentea entre los invitados sin dudar y con una sonrisa de superioridad en la cara. Me cae mal inmediatamente.

— Es el único hijo de la familia Rosales, dueños de este hotel, señora.

Eso explica su actitud.

— ¿Único hijo? Entonces es el heredero total de todo esto —comento con interés.

El Hotel Plata es uno de los hoteles más importantes y lujosos. Por todos es conocido que ningún otro puede hacerle frente. Si eres acaudalado y estás de paso, no te puedes plantear hospedarte en otro lugar que no sea este.

— Así es, Pedro Rosales —asiente Mateo, también sin quitarle el ojo —. Pero le advierto, señora, de que su fama es bien conocida.

— Mujeriego... ya veo —en su paseo se ha parado varias veces a charlar con mujeres de buen aspecto y generosos atributos. Miradas por aquí, sonrisas por allá. Es fácil identificar a hombres como él.

Por suerte, este hecho solo hace mucho más fácil mi objetivo: atraer su interés. Es un buen partido. Tiene dinero, es guapo y entre los demás invitados de la fiesta, al menos no es un hombre mayor con bigote.

Todo por el nombre de la familiaWhere stories live. Discover now