La Doncella y el Lobo

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Primavera

El lobo regresaba solitario a su lugar de relajamiento. Una colina, alta y algo deforestada. El animal buscaba alejarse de los lugares con multitud de gente. ¿Niños? No los soportaba. Esa colina era el lugar perfecto para él, a pesar de ser fea y sin mucha vida, la gente no se acercaba allí, ya que preferían los sitios con buen césped para sus picnics y arboles grandes para la sombra. Odiaba a la gente y solo quería alejarse lo más lejos posible de ellos, la colina.

Avanzaba poco a poco mirando a los alrededores por si veía a un extraño, para prepararse bien e ir a asustarlo, buscando que se alejasen de su sitio sagrado. Llego a la cima, no había nadie. Busco su lugar de siempre y se acostó. Veía debajo los campos de flores y los arboles de cerezos. La primavera era su estación favorita solo por ellos. Si tan solo en su colina hubiera un árbol de cerezos, el fuera feliz, pero había algo en ella que no estaban en los alrededores.

En el único sitio con algo de césped, crecían unas flores de color azul, habían siete de ellas en total. El lobo las veía y las cuidaba celosamente, era lo único hermoso del lugar, lo único con vida.

Sentía la cálida brisa en su grisáceo pelaje mientras veía el gran cielo azul, se relajó. Podían verse cicatrices por todo su cuerpo, sobre todo en su pecho. No apartaba la vista de las siete hermanas, así las consideraba. El tiempo pasaba y ya casi anochecía, podía apreciar el equinoccio, su momento del día favorito, cuando de pronto sintió un olor diferente en el aire, algo dulce. Se levantó y miro a ambos lados, al voltearse la vio.

Una mujer, de piel blanca, con ropajes largos color crema, parecía una doncella, ojos almendra, grandes y hermosos y una cabellera larga y castaña. El lobo se puso en guardia y empezó a ladrarle, con la intención de que se fuera.

—Son hermosas estas flores —Decía la mujer mientras las veía.

El lobo receloso ya mostraba los colmillos, como señal de advertencia por si llegaba a tocar una flor.

—Son hortensias, ¿sabes? —Comentaba la mujer, esta comenzó a acercar sus manos a ellas pero el lobo tiro a morderla, ya la había advertido mucho. —Oh... ya veo, tú las cuidas.

—Tranquilo señor Lobito, no voy a arrancar ninguna —Le decía la mujer con una sonrisa, aun así el lobo no bajo su guardia. —Es lo único bonito de esta colina, pero no sabía que también había un lindo Lobito cuidando de ellas.

—Es extraño —El rostro de la mujer reflejaba una expresión de extrañada. —Están en una posición algo peculiar.

Ya era casi de noche, se podían apreciar las estrellas, faltaban solo minutos para que el último brillo del sol desapareciera en el horizonte. La mujer se sentó al lado de las flores, las observaba bien, por otro lado, el lobo caminaba alrededor de ella, cualquier intento de arrancar alguna flor él le arrancaría la mano y se la comería. La mujer termino de observarla, miro al cielo buscando algo y señalo.

—¿Ves esas estrellas que están allí? —Le decía al lobo señalando al cielo, el lobo no quería mirar pero su curiosidad le gano. Siguió la dirección que señalaba la mano de la mujer y vio a siete estrellas muy juntas una de la otra, efectivamente su forma de posicionamiento eran igual a las de las flores de la colina. —Es la constelación de Pléyades, también llamadas Las siete hermanas. Estas flores son muy iguales a ellas, ¿no crees?.

Verdaderamente eran iguales, azules y brillosas, no había visto de esa manera a las flores nunca, extrañamente hoy las vio más brillantes y azules que de costumbre. El lobo no mostraba sus colmillos, se calmó un poco pero su guardia no bajo. La mujer se levantó.

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⏰ Última actualización: Dec 18, 2017 ⏰

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