Siempre es conmovedor vivir las experiencias de los triunfos, debilidades y fracasos que se producen en cada campeonato mundial de fútbol. Y esa vivencia con la globalización de las comunicaciones, constituye además de un sano espectáculo, el fortalecimiento del sentimiento de confraternidad y divulgación de las costumbres de los distintos países. Todo ello, en un ámbito de sana competencia.
Me encontraba solitario frente al televisor, mirando el partido final de fútbol en la que se definía el campeón mundial, a la que había logrado llegar el equipo de mi país. Contábamos con un equipo de jugadores hábiles, con buena preparación física y motivados mentalmente para esta final, por lo que alentaba la esperanza de verlos subir al podio como vencedores, conquistando la copa del mundo.
Pero el rival era muy bueno y el partido muy disputado y parejo, resultaba bastante tedioso por las pocas llegadas al arco. Aún se mantenía empatado sin goles, faltando cinco minutos para terminar el tiempo reglamentario y se venía el alargue.
Allí sentado y ante la parsimonia del juego, estaba ya sintiendo alguna somnolencia, cuando de pronto, surgió sorpresivamente de la nada, una jugada sorprendente de nuestro delantero mas hábil, que como un ensueño se salió del libreto del partido. Tomó la pelota en el círculo central y comenzó una danza diabólica, dejando atrás uno por uno a los rivales, con la magia sustentada en su par de botines.
Era como un vínculo invisible que unía la pelota con los pies. Una jugada que dejó con la boca abierta a todos los espectadores del partido final del mundial, que no podían creer lo que estaban viendo. Allí en el estadio, en ese partido tedioso, había aparecido de golpe un artista amante de la pelota y la pelota de él.
Fue en ese momento, que luego de eludir al último defensor y decidirse entrar en el área para patear, cuando el cuerpo de un rival le cayó encima como una mole. ¡Penal! gritaron todos nuestros hinchas en el estadio, junto con el relator de la televisión. Por un instante que me pareció un siglo, el árbitro dudó, pero luego de una mirada al juez de línea lo convalidó. El jugador caído se levantó del suelo y corrió a celebrar con sus compañeros, mientras se veía por la pantalla que nuestro público adicto rugía de entusiasmo y los jugadores contrarios prácticamente cercaban al juez.
El entrenador dio una orden y fue allí que nos enteramos que él mismo debía patear el penal, porque el compañero especialista designado para este menester, tenía un tirón en el pie. Se notó que esa decisión no la esperaba y que lo tomó de sorpresa. Se notaba que la confianza que había tenido hacía sólo unos instantes en esa jugada sensacional, se había desvanecido ahora como por un encanto.
El había pateado muchos penales, pero ahora, se veía claramente que no era el mismo. Era evidente que pensaba en su país, en su ciudad natal, en la gente, en sus padres, en sus hermanos, en su familia, que estarían todos pendientes de él. Una sensación de impotencia lo había invadido y se lo observaba sumamente nervioso. Las medallas de oro de todo el equipo dependían en ese momento de él, sólo de él y era indudable que esta responsabilidad lo estaba superando.
Por un momento, se notó que cruzó por su subconsciente la idea de negarse, inventando una excusa, porque se tomó las piernas y pareció que iba a pedir la asistencia del preparador físico. Pero luego se ve que recapituló, porque era innegable que era ridículo oponerse. No tenía excusa, no tenía salida y para colmo de males, se observó que el capitán del equipo contrario se le acercó y le dijo algo al oído, para tratar de ponerlo nervioso.
Terminadas las protestas, el juez adoptó los preparativos del caso, ordenando a los jugadores que no invadan el área y al arquero que ya estaba ubicado en el arco, que no se adelante. Todos sabíamos que tenía una gran fama de atajador de penales. Él tomó la pelota y parecía que el estadio mundialista y todos los televidentes del mundo habían enmudecido de golpe. Cuando trató de ubicarla en el punto de los once pasos ya marcado, el arquero le señaló con picardía el palo derecho para desorientarlo.
Se escuchó el silbato del referí y allí estaba él tomando carrera y fue a último momento que decidió patear fuerte y bajo al palo izquierdo. Pero el tiro, efectuado sin mucha convicción salió débil y justo allí, exactamente allí, el arquero con la punta de los dedos, en una estirada espectacular la sacó al corner. La tribuna adicta de nuestro país se quedó muda y la del equipo contrario rugía de alegría, mientras él estaba paralizado como una estatua. El mundo se le había caído encima. Parecía que no escuchaba nada, ni que ya nada le importaba y se veía claramente que quería desaparecer y que la humillación lo envolvía...
Tal vez sea por eso que no escuchó el silbato del referí, ni las protestas de los rivales. El arquero se había adelantado, porque cuando él tomó carrera, había dado dos pasos hacia adelante y con esa ventaja había sacado el penal. Poco a poco, fue volviendo del profundo letargo en que se encontraba sumergido y finalmente, otra vez estaba en el mundo real.
De pronto, se notó por su actitud como rápidamente se iba recobrando de la apatía, como volvía a renacer la confianza que había perdido. En cuestión de segundos, allí estaba nuevamente él para mostrar al mundo su valía, porque le había resurgido la seguridad en sí mismo. El destino le había concedido una segunda oportunidad y con el espíritu recuperado, no la desaprovecharía…
Fue en ese momento, que repentinamente me desperté sobresaltado y con gran sorpresa y alegría, observé que el equipo de mi país, estaba dando en ese preciso instante la vuelta olímpica.