PROLOGO

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Fueron creados, no nacieron

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Fueron creados, no nacieron. Fueron entrenados, no criados. No estaban destinados a ser libres, reírse, jugar o amar. Eran hombres y mujeres cuyas almas habían sido forjadas en los fuegos del infierno.


Jonas Wyatt contempló los archivos delante de él, los informes de las castas y sus compañeros; los hombres y mujeres que habían encontrado algo único. Un Acoplamiento diferente a cualquier cosa que la mayoría de la gente pudiera llegar a conocer o a entender. Una que quizás ahora bien podía volver la opinión mundial contra ellos.

Ellos eran castas. Modificaciones genéticas que habían encontrado de alguna manera la gracia de Dios, o cualquiera de las deidades existentes. Habían sobrevivido, no sólo a las modificaciones genéticas sino también a las crueldades que sus creadores habían amontonado sobre ellos durante décadas.


El Consejo de Genética.

Se pasó los dedos por su pelo corto de corte militar y exhaló ásperamente mientras el tatuaje en su cuero cabelludo zumbaba bajo los cortos filamentos de su pelo. F2-07. Su designación de laboratorio y nacimiento, la clasificación que el Consejo de Genética le había adjudicado.

El Consejo de Genética había sido creado hacía casi un siglo, un grupo de los por entonces mayores expertos científicos, biólogos, fisiólogos y genéticos en el mundo. Ellos habían financiado el primer Laboratorio, comenzado con los primeros experimentos. Monstruos sin conciencia, ningún remordimiento y ninguna compasión.

Hizo una mueca mientras se alzaba de su silla y caminaba con paso majestuoso a la amplia ventana al otro lado de su oficina. Allí fijó la vista en el césped perfecto y preciso del edificio federal en el que estaba localizada la Oficina de Asuntos de las Castas.

Hundió sus manos en los bolsillos de sus pantalones, contemplando la imagen que proyectaba en el cristal. Totalmente militar, sus hombros echados hacia atrás, los pantalones grises de seda y la camisa de etiqueta blanca colgaban cómodamente en su amplio cuerpo. No parecía fuera del lugar. Y, durante un buen día, no se sentía fuera de lugar.

Hoy no era un buen día.


Abajo, el tráfico menguó a lo largo de la calle al lado del césped perfectamente recortado y la cerca de hierro labrado. Árboles cuidadosamente atendidos punteaban el césped, había pequeños bancos de cemento blancos en la sombra perezosa que estos daban. El verano florecía a través del paisaje, originando ondas del calor que manaban de las aceras y calles más allá.

La capital era tan enérgica como siempre, el lodo político que él había estado cruzando con tanta eficacia en los meses pasados no era más grueso de lo que lo había sido. Pero podría sentirlo tirando de él ahora de modos en que antes no lo había hecho, tirando de su lealtad, recordándole sus limitaciones. No le gustaba que se las recordasen.

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