Estaba en la avenida siete de New York, tomándome un delicioso capuchino en la pastelería de Teresa y leyendo las noticias del periódico, que publicaban los mismos aburridos sucesos: que a un famoso se le había muerto su perro, alguien se había suicidado y como siempre nada bueno porque claro sino no sería noticia.
Todo el local tenía el mismo característico olor, que hace cinco años sentí nada más entrar y me cautivo. Ese olor a antiguo, procedente de las páginas de textos que nunca fueron hechos para que yo los leyera. No obstante eso no era lo más podría decir que me maravillaba del local, lo que más me maravillaba eran sus ventanas amplias y cristalinas que no podían ser opacadas por nada en los días de lluvia como hoy.
Tome otro lento sorbo de mi capuchino y disfrute con la espuma que se quedo en mis labios, aprovechando para poner una pausa a mi lectura desinteresada y así contemplar a los viandantes caminar por las calles en busca de su destino, sin el menor interés en las personas de su alrededor, todos sumidos en sí mismos y en sus cotidianas vidas. La palabra exacta que describiría este panorama sería común, o al menos en mi vida ese panorama siempre había sido común, hasta yo formaba parte de él, era una de esas personas que no se fijaba más que en su trayectoria y intentaba ignorar las grandes masas de gente que se cernían sobre ella.
Por eso este se podría considerar mi lugar favorito era el momento en el que yo intercambiaba papeles con la sociedad y en lugar de ser una de esas personas con un destino fijo, era un observador de los demás que sí lo eran. Pero esa tarde se podría decir que algo fuera de lo común sucedió en mi aburrida vida que nunca se salía de la línea que yo misma había trazado. Miraba a todos los viandantes fijándome en algún detalle que pudiera descubrirme su personalidad, algo ajeno a la vista de una persona que sólo contemplan de largo, analizando solamente su peinado y la marca de cada prenda que llevaba; cogiendo datos sin importancia como su cantidad de dinero o si tenía estilo o no. Y algunos idiotas decían que el dinero no lo era todo, venga por favor eso ya nadie se lo cree ahora; vale es seguramente verdad que en el amor no importa el dinero casi siempre pero estoy segura de que es en una cosa de las que primero te fijas en ¿quién sabe? el chico que viste por tu trabajo, que está cañón; o tu viejo amigo de años pasados... Claramente te fijas en su ropa y lo analizas meticulosamente para saber cualquier mínimo imperfecto que guarde y su clase social.
Pero bueno eso no viene al caso, lo que pasa es que estaba contemplando a las personas cuando una se detuvo entre todas ellas, pero eso fue lo extraño lo extraño era que nadie se fijaba en él, un chico medio desnudo con un tatuaje de dos alas en su espalda y dos argollas de metal en su oreja derecha. "¿Policía, debería saber que hay un loco en la ciudad que pasea medio desnudo no le interesaría arrestarlo?" Venga por favor quién no podría fijarse en una persona como él. Era el típico chico del que las chicas populares se pelaban y intentaban a toda costa acostarse con él para luego comentar como hacía el sexo y hacer que las demás se muriera de envidia y imaginarán como sería darle un beso o acariciarle los músculos. Alto, cabello rubio, con ojos verdosos muy intensos y con unos labios completamente comestibles, demasiado bueno para una chica como yo. Siempre mi carácter dominante y mi estiló poco femenino y más bien practico asía que los hombres me huyeran como la peste.
Ese carácter tal vez se podría decir fue el que me hizo entrometerme en algo que no me incumbía en general, ese chico. Doblé lentamente mi periódico y con un pequeño suspiro me levanté de mi silla. Camine con paso decisivo hasta dónde se encontraba y le toque el hombro fuertemente. Luego espere a que volviera la cara asía mi dirección acomodándome las manos en mis caderas en gesto defensivo y más bien fiero.
-¡He tu podrías dejar de pasearte por la ciudad como el rey de Roma medía desnudo!- le grite
El se volvió un tanto irritado y me contemplo, mirando unos instantes mis ojos traspasándolos más de lo necesario como sí pudiera ver a través de ellos algo que ni siquiera yo conocía de mi misma. Después siguió bajando por todo mi cuerpo hasta sentirse completamente saciado y satisfecho y me miro de nuevo a la cara con los ojos llenos de una expresión de deseo y lujuria que parecía que me desnudaba por completo. Ese simple gesto hizo que sintiera un gran asco hacía ese tipo y un tanto vulnerable ante su mirada.
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No juegues conmigo Aquirius
PoesieEsta es mi primera obra y espero que la disfrutéis como yo he disfrutado en escribirla.