Historia corta navidad

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Salamanca, 25 diciembre 2002

La nieve caía con suavidad creando un manto blanco en aceras, árboles y edificios. Las calles estaban iluminadas por algunas farolas y un sinfín de luces de colores que adornaban las casas de todos los vecinos, intentaban enviar una «sobredosis» de espíritu navideño que en mi interior era imposible albergar.

Mientras engullía los últimos trozos de pollo que tenía en mi plato, contemplaba por la ventana cómo algunas familias salían al exterior para hacer un muñeco de nieve y lanzarse bolas entre ellos. Giré la cabeza para no ver esos rostros sonrientes, frente a mí estaban mis entristecidos padres, observando con el mismo anhelo la escena.

Este año tanto mis progenitores se habían quedado sin trabajo, la empresa donde los dos trabajaban había quebrado, el dinero no llegaba a casa y las facturas se apilaban día tras día en el buzón. Una soleada mañana de primavera nos quedamos sin hogar. Ahora vivíamos con mis abuelos y cada día acudíamos a un comedor social.

- Marcos, ¿por qué no sales un rato a jugar con la nieve? – preguntó mi madre mientras me daba un apretón en la mano.

No tenía ganas de juegos, pero tampoco quería preocuparla, así que con una sonrisa forzada me levanté y salí afuera.

El aire gélido golpeó mi cara, provocándome un escalofrío, me crucé de brazos para protegerme del cruel tiempo. Decidí andar para entrar en calor, sin alejarme mucho del centro.

Cuando estaba llegando al final de la calle, atisbé una figura arrebujada en un abrigo de piel con un gorro que le tapaba el rostro, algunos finos cabellos rubios lograron desprenderse del agarre y ondeaban al son del viento. Sabía perfectamente de quién se trataba, por un momento pensé en huir, pero me quedé parado apenas unos metros de ella como si fuese tonto.

La muchacha tardó unos instantes en notar mi presencia, se dio la vuelta y posó sus ojos color zafiro en mí. No dijimos nada durante un rato, ella fue la encargada de romper el extraño silencio.

- ¿Harto de tantos villancicos? – bromeó mientras se frotaba las manos para entrar en calor.

- Me aburría y decidí dar una vuelta – contesté con un encogimiento de hombros.

De nuevo la mudez se apoderó de nosotros, intenté decir lo que llevaba mucho tiempo ensayando mentalmente.

- Oye, respecto a lo de este verano... No quería dejarlo así, ni marcharme, pero pasaron cosas... -tartamudeé- en mi familia, y...bueno...-me excusé con nerviosismo.

- Sé lo que les ha pasado a tus padres, pero no entiendo por qué me dejaste así – admitió con tranquilidad.

- Yo... lo siento, creí que era lo mejor en ese momento. – concluí agachando la cabeza y metiendo mis manos heladas en los bolsillos de mi pantalón.

- ¿Y ahora? –demandó, sin apartar sus ojos de mí.

- ¿Ahora qué? – pregunté con voz ronca.

- ¿Harías lo mismo? – insistió

- Clara, yo...Sinceramente, no lo sé. Lo mejor para ti es que lo dejáramos, quizás cambiaría la forma en que lo hice, pero sería un egoísta si siguiera contigo.

- Eres un cobarde – soltó enfadada.- Tendrías que haber contado conmigo, haber confiado en mí, es una mala racha Marcos, necesitas un apoyo, puedes contar conmigo, y si necesitas que te ayude... - dijo con ojos suplicantes-.

- ¡NO! –grité- Lo que menos quiero es dar pena, y mucho menos a mi novia.

- ¿Así que somos novios? – preguntó esperanzada.

- ¿Por qué lo haces tan difícil siempre? – Me acerqué a ella y la abracé con fuerza mientas le daba un beso en la coronilla. – No quiero que lo pases mal por mí, Clara.

- Entonces no me dejes –susurró.

Permanecimos abrazados unos segundos mientras buscaba con desesperación alguna salida, no quería terminar con ella pero tampoco buscaba arrastrarla al fango conmigo.

- No lo haré – dije en un impulso. Aunque en el fondo creía que podía conseguirlo, no iba a defraudarla de nuevo e iba a intentar por todos los medios salir de esa penosa situación. Tanto por mis padres como por ella. No volvería a alejarla.

- Eres mi mejor regalo – murmuré cerca de su oreja.

La joven pareja selló su promesa con un apasionado beso, sin percatarse del muérdago que pendía sobre la farola que iluminaba la escena.

Quince años después...

La navidad picaba a nuestras puertas como cada año, los festejos y buenos deseos era el pan de cada día en estas fechas. Algunos familiares queridos ahora ya no estaban, pero las jóvenes incorporaciones llenaban ese vacío en forma de risas desdentadas, gorjeos y balbuceos incomprensibles, que alegraban las veladas.

Mientras contemplaba a mis hijos, abriendo sus regalos y jugando con el árbol, rememoré aquella navidad del dos mil doce. A pesar de las circunstancias, era una de mis preferidas porque fue la primera vez en mi vida que fui valiente y decidí luchar por conseguir la felicidad. Miré a mi mujer, Clara, hablando con mi madre y quedé hechizado de nuevo, como aquel día que la vi con ese enorme gorro en la cabeza. Después de tantos años, aún seguía irremediablemente enamorado de mi mujer.

Estos últimos años han sido un duro recorrido de sonrisas y lágrimas que no habría superado sin mis padres y ella.

¡Feliz navidad! – grité alzando mi copa de cava.

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⏰ Last updated: Dec 22, 2017 ⏰

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