Se volvió a su habitación al ver que sus padres volvían a discutir. Quién diría que Gadwin y Fal, los mismísimos monarcas de Herdoria, estarían peleando otra vez frente a su hija en el Gran Salón. Dasa tomó el primer pasillo para ir a su alcoba. Las cortinas, verdes y floreadas, hacían ondas conforme la joven irradiaba furia a través de sus pasos. "¿Cómo es posible que nos vuelva a tratar así?" pensó, enojándose más y más con su padre. Dasa recordó la agresividad de su padre con la que le gritó. El ímpetu del rey se desató, revoleando las finas teteras de los muebles y platos de cerámica que había en la mesa. Pero esta vez no era ella quien recibía los gritos del tirano, sino su madre.El pasillo se le hacía eterno, más de lo que solía hacérsele de costumbre. Y sí, los pasillos del palacio eran largos. Larguísimos. Los suelos eran dorados, como casi todo allí dentro. Decorados con ornamentos en las paredes y amoblados a sus pies, plantas a su lado y un par de muebles sueltos. Siempre había el mismo olor mágico allí que a Dasa le fascinaba. Cuando por fin llegó al final del mismo, recogió su vestido y subió los escalones de la torre. Ya conocía de memoria cuántos eran: ochenta y siete. Dasa recordó como de pequeña los contaba, dando pequeños saltos mientras subía. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda otra vez. Al volver a darse cuenta ya estaba allí arriba, frente a la puerta de su habitación.
La princesa pasó a través del marco, casi agachándose, y abrió los ventanales para que entre aire dentro de la sala. Se quitó el vestido lo más rápido que pudo, dejándolo tirado sobre una silla. Se recostó en su cama. Era grande muy grande y espaciosa, también desprendía de sus sábanas un aroma peculiar al que le gustaba llamarlo simplemente como olor a naturaleza. Las hadas debían de acabar de lavarlas, fue lo que dedujo. Los bordes eran puntiagudos. extravagantes y de madera oscura, iguales a la de los troncos del bosque que se veía a lo lejos por su ventana. Procedió a sacarse los zapatos azules que le habían puesto ese día, ahora sentada al borde del colchón, quitándoselos con los pies. Al levantar la mirada se encontró exhausta frente al espejo. Con los ojos hinchadísimos, se desató el peinado horrendo que llevaba encima de mala gana; a los hombres de la corte parecía gustarle así, es lo que le decía Lix cuando se lo hacía. Los cabellos grisáceos se hicieron ver frente al vidrio, ocultando parte de su rostro pálido lleno de pecas. Acto seguido Dasa se levantó para tomar un poco de aire y calmarse ante la presencia de los aullidos de Gadwin en su mente. El viento golpeaba muy fuerte allí, con la cara completamente a la intemperie, trayendo consigo pequeños pedacitos de nieve que golpeaban el rostro de la chica. Le traían tranquilidad, paz, calma. Permaneció quieta, con la mirada fija en el puente que llevaba hacia Herdoria, iluminado simplemente por la luz de la luna. El pueblo pudo ser visto levantando un poco los ojos. Pequeños hogares con tejados blancos y marrones, chimeneas desprendiendo humo bajo la noche y un par de luces escondidas entre la nieve.
Cerró los ojos mientras se ocultaba tras los muros impenetrables de la torre. Ninguna nevada, tormenta ni ejército había podido contra las defensas del Bastión de la Nueva Luna. Jamás. A los ojos de Dasa era perfecto. Es curioso que lo único que le gustase en ese palacio fuera el palacio en sí. Bellísimo por fuera, más precioso aún por dentro. "¡Qué desgracia que sea esta gente quien lo ocupa!" reflexionó para sus adentros, llena de indignación. Siempre había repudiado a las personas de la corte, a los caballeros, a las hadas, a todos. Y el enojo que sentía por todos ellos juntos no se comparaba al que sentía con solo ver a su padre. No cabía lugar a dudas que no era la única, claro está. Hacía cuarenta y tantos años que Herdoria tenía un gobernante odioso e irracional, que hasta los más cercanos a él podían llegar a ser incluso sus peores enemigos. Todo parecía un juego de ajedrez dentro del palacio. Y ahora, la reina y el rey debían de estar jugando una larga, larga partida en el Gran Salón. Dasa se limpió las lágrimas. Haber vuelto a recordar como su padre las trataba a su madre y a ella la enloquecían. Se apretó el puño con fuerza, miró hacia la silla en la que el vestido se posaba y se lo puso rápidamente. Quería ir a hablar con su madre, para ver si todo estaba bien. Ellas eran las únicas que confiaban entre sí en aquél lugar que olía a mentiras. Bajó las escaleras, ahora en dos en dos, mientras pensaba en como consolar a Fal. La joven es hábil con las palabras, le había dicho una vez Lix a la reina. Muy hábil además, teniendo tan sólo catorce años. Se tropezó con el último escalón. Se reincorporó como pudo y escuchó, haciendo el menor ruido posible. No se escuchaba nada, solo el revoloteo de las cortinas con el entrar del viento.
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Lenguas pícaras y caretas firmes
FantasyNo puede negarse que todas las personas en Herdoria traman algo. Cada quien tiene bajo la manga aquella carta que nadie está esperando en ser jugada, y la realeza no es una excepción. Hadas, nobles, campesinos, ladrones, reyes... todos luchando por...