Pesadilla.

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Kenneth McCormick es un adulto promedio normal.

Vive con su gran amigo, Leopold Stotch, o Butters para los amigos.

Tiene un trabajo estable de Barman en un bar muy concurrido.

Esta estudiando ingeniería. 

A la vista, Kenneth no tiene nada malo, trabaja, estudia, sale los fines de semana, quizás consiga una compañera nocturna de vez en vez. Pero, lastimosamente, no todo es así.

Kenny odia profundamente a Butters. No es un odio pasajero, ni menos una rabieta por una disputa.

Lo odia por lo que le provoca. 

Kenny solo desea enterrar sus manos en su cuerpo, y no preferiblemente, de una forma romántica. 

Él desea abrir su estomago, revolver sus intestinos, provocarle un profundo dolor.

¿Y por qué, se preguntaran? Él tampoco tiene palabras para explicarlo. Pero desea hacerlo.

Ha estado así ya hace unos años, perdió la cuenta cuando las ansias le ganaban mas que la razón.

Pero en realidad, quiere cortar la piel de su amigo.

Ese día, Leopold había salido temprano del trabajo, tenía la esperanza de poder llegar y darle una sorpresa a su amigo, cocinar él la cena ese día, y ver la deslumbrante sonrisa de su mejor amigo.
Ese día, Kenny aviso en su trabajo que no iría a trabajar, que se sentía mal, y mañana acudiría a su puesto unas dos horas antes para compensar.

La puerta siendo  abierta sorprendió a Kenny, quien con calma estaba en el sofá. En su regazo estaba el cuchillo con el cual hace un rato cortaba la carne para la cena. 

 "Kenneth, venía a hacer la cena yo"— Mencionó Leopold, con su amplia sonrisa. Ignoraba el cuchillo.

El silencio de su amigo comenzó a incomodarlo. 

Kenneth solo cerró la puerta tras Butters, pasando lentamente a su lado. 

"Bienvenido." — Murmuró. Su diestra aún guardaba con recelo el cuchillo. — "Es temprano..."

"Si, pedí salir antes para darte una sorpresa."

"Hm, ya veo, que considerado. Pero yo también tenía una sorpresa para ti, ¿Sabes? Ahora has arruinado la sorpresa." — Kenneth empujó a Leopold al suelo. 

Ah, él quería jugar.

Ah, él quería poder escuchar mas lentamente sus gritos y chillidos. 


Y no se pudo, pues al ver los ojos de miedo en su amigo, se dio cuenta que debía asesinarlo. Ahí.


La sangre caliente resbalando por sus dedos fue casi un elixir para él, tan delicado, tan suave, tan adictivo. 
Y así, Kenneth fue a dormir, dejando las manchas en su ropa, que le ayudaron a conciliar el sueño.

"Buenos días Kenneth, ¿Dormiste bien? Espero que hoy te sientas mejor, ¡No olvides ir mas temprano a trabajar hoy!" — No, él no estaba ahí. Kenny abrió sus ojos con apuro. Su imagen estaba clara, lleno de alegría, con el café en la mano. — "¿Pasa algo? ¡Luces como si hubieses visto un fantasma!"


Y ahí, la insoportable risa de Butters, inundo el cuarto de Kenneth, quien no podía creer que estuviese ahí.

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