Corre

74 4 1
                                    


Me despierto con el cuerpo empapado de sudor, trato de levantarme, pero un dolor intenso recorre mi costado derecho obligándome a quedarme quieta. Paso mi mano cuidadosamente por todo mi costado hasta topar con un bulto que se alza por debajo de mi piel; me he roto la costilla.

Busco alguna rama con la cual apoyarme, mi mirada pasa de los árboles que se alzan sobre mí a las rocas en las que he aterrizado al caer, recorre todo el perímetro hasta dar con una rama que se ve lo bastante gruesa como para soportar todo mi peso, para mi desgracia la rama está a cinco pasos grandes de mí.

Respiro lo más hondo que mis pulmones me permiten; esto me va a doler. Mis brazos me impulsan y con toda la voluntad que tengo me arrastro de poco en poco hacia el palo que esta frente a mí.

Enfoco mi mirada en el palo y solo en eso, ya falta poco, muy poco.

Mis manos resbalan y caigo de bruces al suelo, mi abdomen se estrella contra el suelo arrancándome un alarido; miro desesperadamente en busca de alguna señal que me indique que ellos han escuchado mis gritos.

Vuelvo a impulsarme con los brazos y trato de ignorar las punzadas que empiezan a nacer desde donde se encuentra el bulto, no es fácil.

Mi mano topa con la rama y suelto un suspiro de alivio, la alzo y contengo el aire mientras me apoyo en ella para incorporarme, estiro lentamente los brazos y cuando llega el momento de apoyar los pies en el suelo algo truena dentro de mí y me provoca volver a gritar, las lágrimas caen por mis mejillas y tengo que mirar dentro de lo poco que queda de mí en busca de algo que me permita mantenerme en pie, algo que me impulse a seguir luchando en vez de aceptar la muerte que me espera, algo que no esté roto.

Mis manos temblorosas se aferran al palo y me obligo a ponerme en pie, gruño de dolor y me muerdo la lengua para no gritar, lo hago por ellos, por aquellos que se sacrificaron para que yo pudiera escapar, mi padre hubiera querido eso.

Me apoyo en la rama mientras doy pasos pequeños, las piernas me tiemblan y me es imposible confiar en que me van a mantener en pie.

Me muevo con cuidado entre la maleza y las rocas; tengo frio, y el bosque comienza a oscurecer.

Escucho las pisadas antes que los gruñidos; mi mente queda en blanco y mi cuerpo se vuelve un manojo de temblores. Trato de no gritar mientras camino lo más rápido que puedo. Se están acercando, las lágrimas empapan mis mejillas y mis piernas empiezan a tropezar con cada roca que se encuentra en el suelo; la costilla me está matando, pero no me paro a recuperar el aliento.

-Pequeña pequeña -escucho decir a una voz gutural y aguda.

-sal de donde quiera que estés. – agrega una segunda voz.

Mi cuerpo se tensa y ya no me importa el dolor que inunda mi torso, el olor putrefacto que emanan llega hasta mis fosas nasales seguido del pánico.

Me muevo, pero ellos como yo sabemos que no voy a llegar a ninguna parte, no así.

Algo me toma por el brazo y me jala, me muerdo el labio para no gritar, para morir como mi padre lo hizo, luchando.

Golpeo y rasguño las manos que me mantienen sujeta, pero una calidez humana hace que me detenga y contemple al muchacho que me está sosteniendo con fuerza, cuando ve que he dejado de forcejear me suelta, lentamente se lleva un dedo a los labios en señal de que guarde silencio.

-Sabes que te vamos a encontrar.

-Deja de luchar.

Reconozco al chico, venia en el mismo grupo de prisioneros que yo, tiene el número que le pusieron para reconocerlo marcado en la muñeca con una horrible cicatriz.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 30, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

CorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora