┊The girl with sad eyes.

One.

- Oh, mierda...-soltó Helena al escuchar el estruendoso sonido que provocó un trueno, una gran tormenta se acercaba y ella se encontraba sin paraguas. Genial.

El clima de Daegu siempre fue un completo desastre, llueve por días, luego sale el sol, nadie puede comprenderlo. Rió ante sus propios pensamientos, si esperaba que la lluvia cesara, se le haría tarde y su padre la esperaba en el hogar. O eso quería imaginar.

Tomó su mochila y comenzó a caminar bajo la helada lluvia, no había otra opción, de seguro cogería un resfriado, pero eso era lo de menos.

Helena no era amante de las tormentas que digamos, desde muy pequeña les temía y la única que lograba calmar sus nervios era su madre, Elizabeth.

Ella sin duda fue muy importante en la vida de Helena, fue la única que siempre estuvo allí, y cuando murió, se llevó consigo parte del alma de Helena. La herida aún esta abierta en el corazón de esta, y es entendible, sólo ha pasado un año. Cargar con la culpa de aquello no la ayuda demasiado, si tan solo hubiera llegado un poco antes.

La tormenta no se detenía, escasos kilómetros eran los que le faltaba para llegar a su destino. Caminaba distraída en las grandes gotas de agua que caían de aquel cielo apagado, mientras comenzaba a sentir aquella tristeza cotidiana, pero sintió como era empujada por una fuerza mayor. Alguien la había empujado, y Helena no dudaría en reclamarle.

Se volteó mientras se frotaba el hombro, le había dolido, sí. Abrió su boca, preparada para gritar un "¿Qué demonios le sucede?" Estaba segura que se trataba de un hombre, había sido un golpe muy fuerte. Pero sintió aquel dolor en su pecho, ese que le quitaba el habla y las escasas esperanzas de vida que tenía.

Helena solamente se acomodó la mochila en el hombro, y decidida a seguir con su trayecto a casa antes de largarse a llorar, retomó su camino nuevamente. O eso intentó, porque apenas avanzar unos pasos, sintió como tomaban su brazo haciéndola voltear de golpe.
Unos ojos oscuros como la noche misma la observaban, y al escuchar lo que murmuró el dueño de estos, Helena rió.