Estas son las chapas de las botellas de Scarpia’s Bitter Black Ale que tú y yo nos bebimos en el jardín
trasero de Al aquella noche. Recuerdo las estrellas brillando con destellos punzantes y nuestro aliento
condensado por el frío, tú vestido con la cazadora del equipo y yo, con esa chaqueta de punto de Al
que siempre cojo prestada en su casa. La tenía preparada, limpia y doblada cuando le acompañé al piso
de arriba para darle su regalo antes de que llegaran los invitados.
—Te dije que no quería ningún regalo —protestó Al—. Que la fiesta era suficiente, sin el
obligatorio…
—No es obligatorio —le aseguré repitiendo la palabra que ambos habíamos aprendido en primer
curso con las mismas tarjetas de vocabulario—. Encontré algo. Es perfecto. Ábrelo.
Tomó la bolsa que yo le alargaba, nervioso.
—Vamos, feliz cumpleaños.
—¿Qué es?
—Lo que más deseas. Eso espero. Ábrelo. Me estás volviendo loca.
Crujido de papel, crujido de papel, ras, y Al lanzó una especie de grito ahogado. Fue muy
satisfactorio.
—¿Dónde has encontrado esto?
—¿No se parece, mejor dicho, no es exacta a la que el chico lleva en la escena de la fiesta en Una
semana extraordinaria? —le pregunté.
Al sonrió mirando la delgada caja. Era una corbata, de color verde oscuro y con un moderno
bordado de diamantes en hilera. Llevaba meses en mi cajón de los calcetines, esperando.
—Sácala —le insté—. Póntela esta noche. ¿No es exacta?
—Cuando sale del Porcini XL10 —añadió él, pero mirándome a mí.
—Tu escena preferida de la película. Espero que te guste.
—Por supuesto, Min. Me encanta. ¿Dónde la has encontrado?
—Me fui de extranjis a Italia y seduje a Carlo Ronzi, y cuando se quedó dormido me colé en su
archivo de vestuario…
—Min.
—En un rastrillo. Déjame que te la ponga.
—Puedo anudarme yo mismo la corbata, Min.
—No en el día de tu cumpleaños —jugueteé con el cuello de su camisa—. Con esto puesto te van a
devorar.
—¿Quiénes?
—Las chicas, las mujeres. En la fiesta.
—Min, van a venir los mismos amigos de siempre.
—No estés tan seguro.
—Min.
—¿No estás preparado? Yo sí. Joe ha quedado totalmente atrás y aquel rollo del verano está
olvidado. Y tú. Lo de la chica de Los Ángeles parece que fue hace un millón de años…
—Fue el año pasado. En realidad, este año, pero el curso pasado.
—Sí, y hemos empezado el tercer curso del instituto, la primera cosa importante que nos pasa. ¿NoEstas son las chapas de las botellas de Scarpia’s Bitter Black Ale que tú y yo nos bebimos en el jardín
trasero de Al aquella noche. Recuerdo las estrellas brillando con destellos punzantes y nuestro aliento
condensado por el frío, tú vestido con la cazadora del equipo y yo, con esa chaqueta de punto de Al
que siempre cojo prestada en su casa. La tenía preparada, limpia y doblada cuando le acompañé al piso
de arriba para darle su regalo antes de que llegaran los invitados.
—Te dije que no quería ningún regalo —protestó Al—. Que la fiesta era suficiente, sin el
obligatorio…
—No es obligatorio —le aseguré repitiendo la palabra que ambos habíamos aprendido en primer
curso con las mismas tarjetas de vocabulario—. Encontré algo. Es perfecto. Ábrelo.
Tomó la bolsa que yo le alargaba, nervioso.
—Vamos, feliz cumpleaños.
—¿Qué es?
—Lo que más deseas. Eso espero. Ábrelo. Me estás volviendo loca.
Crujido de papel, crujido de papel, ras, y Al lanzó una especie de grito ahogado. Fue muy
satisfactorio.
—¿Dónde has encontrado esto?
—¿No se parece, mejor dicho, no es exacta a la que el chico lleva en la escena de la fiesta en Una
semana extraordinaria? —le pregunté.
Al sonrió mirando la delgada caja. Era una corbata, de color verde oscuro y con un moderno
bordado de diamantes en hilera. Llevaba meses en mi cajón de los calcetines, esperando.
—Sácala —le insté—. Póntela esta noche. ¿No es exacta?
—Cuando sale del Porcini XL10 —añadió él, pero mirándome a mí.
—Tu escena preferida de la película. Espero que te guste.
—Por supuesto, Min. Me encanta. ¿Dónde la has encontrado?
—Me fui de extranjis a Italia y seduje a Carlo Ronzi, y cuando se quedó dormido me colé en su
archivo de vestuario…
—Min.
—En un rastrillo. Déjame que te la ponga.
—Puedo anudarme yo mismo la corbata, Min.
—No en el día de tu cumpleaños —jugueteé con el cuello de su camisa—. Con esto puesto te van a
devorar.
—¿Quiénes?
—Las chicas, las mujeres. En la fiesta.
—Min, van a venir los mismos amigos de siempre.
—No estés tan seguro.
—Min.
—¿No estás preparado? Yo sí. Joe ha quedado totalmente atrás y aquel rollo del verano está
olvidado. Y tú. Lo de la chica de Los Ángeles parece que fue hace un millón de años…
—Fue el año pasado. En realidad, este año, pero el curso pasado.
—Sí, y hemos empezado el tercer curso del instituto, la primera cosa importante que nos pasa. ¿Noestás listo? ¿Para una fiesta y un romance y Una semana extraordinaria? ¿No tienes hambre, no sé,
de…?
—Tengo hambre de pesto.
—Al.
—Y de que la gente se divierta. Eso es todo. Es solo un cumpleaños.
—¡Son los amargos dieciséis! Me estás diciendo que si una chica se parara en un Porcini lo que
sea…
—Vale, de acuerdo, para el coche sí estoy preparado.
—Cuando cumplas veintiuno te compraré el coche —le dije—. Esta noche toca la corbata y algo…
Al suspiró, muy lentamente, mirándome.
—No puedes hacerlo, Min.
—Puedo encontrar lo que tu corazón desea. Mira, lo hice una vez.
—Es el nudo de la corbata lo que no puedes hacer. Parece que estás trenzando un cordón. Déjalo.
—Vale, vale.
—Pero gracias.
Le arreglé el pelo.
—Feliz cumpleaños —dije.
—La chaqueta está ahí para cuando tengas frío.
—Sí, porque yo estaré acurrucada en algún lugar ahí fuera mientras tú disfrutas de un mundo de
pasión y aventura.
—Y de pesto, Min. No te olvides del pesto.
En el piso de abajo, Jordan había colocado la amarga combinación en la que habíamos trabajado
como burros y Lauren se paseaba con una larga cerilla encendiendo velas. La sensación era de
«Silencio en el plató», apenas diez minutos en los que todo chisporroteaba pero nada sucedía. Y
entonces la puerta con mosquitera se abrió con un silbido y Mónica y su hermano y ese chico que
juega al tenis entraron con vino que habían birlado de la fiesta de inauguración de la casa de su madre
—aún envuelto en un estúpido papel de regalo—, subieron la música y la celebración dio comienzo.
Yo guardé silencio sobre mi misión, aunque continué buscando a alguien para Al. Pero aquella noche
las chicas no eran las adecuadas: con purpurina en las mejillas o demasiado nerviosas, sin ningún
conocimiento sobre películas o ya con novio. Y se hizo tarde y el hielo se había convertido casi todo
en agua en el gran recipiente de cristal, como los restos de los casquetes polares. Al no dejaba de decir
que no era el momento de la tarta y entonces, como una canción que ni siquiera recordábamos que
estuviera en la selección musical, irrumpiste en la casa y en mi vida.
Parecías fuerte, Ed. Supongo que siempre has sido así: los hombros, la mandíbula, los brazos
impulsándote a través de la habitación, tu cuello, donde ahora sé que te gusta recibir besos. Fuerte y
duchado, seguro de ti mismo, incluso amable, aunque no ansioso por agradar. Inmenso como un grito,
bien descansado, en buena forma física. He dicho duchado. Guapísimo, Ed, es a lo que me refiero.
Lancé un grito ahogado como el de Al cuando le di el regalo perfecto.
—Me encanta esta canción —dijo alguien.
Seguramente haces siempre lo mismo en las fiestas, Ed: un lento y desdeñoso recorrido de
habitación en habitación saludando a todo el mundo con un movimiento de cabeza y los ojos fijos en
tu siguiente destino. Algunas personas te lanzaron miradas desafiantes, varios chicos chocaron los
cinco contigo y Trevor y Christian estuvieron a punto de bloquearles el paso como guardaespaldas.
Trevor estaba realmente borracho y le seguiste cuando se escabulló por una puerta lejos de las
miradas; yo me obligué a esperar hasta que sonase de nuevo el estribillo de la canción antes de ir a
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Y Por Eso Rompimos
RandomQue pasaría , si la persona que amas es la misma a la que le arruinastes la vida?.