Prólogo

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 Mis cabellos, sucios, empapados por el sudor, volaban junto al viento en aquel puente, en el borde de aquel puente.

 Las olas golpeaban la pared de piedra, llamando por mi cuerpo y gritando que saltara.

El instinto me decía que lo hiciera, que me dejara caer, y, se esa forma, acabar por siempre la tortura que me atormentaba por dentro desde el principio de este laberinto sin fin. Pero estaba la otra parte, la que me decía que fuera fuerte, que no lo hiciera, que le demostrara a ella que nada es imposible, que todo se puede lograr, que debía seguir viviendo.

 Dí un pasó hacia adelante.

 Salté...

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