La estatua carmesí - Los cinco

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Al pie de una pequeña montaña aun descansaban los cinco caballos atados a cada uno a un árbol. Como siempre Siver, después de despertar, fumaba un cigarro liado y apagaba con tierra las pocas brasas de la fogata de la noche anterior, a continuación antes de llamar a sus compañeros de viaje para prender de nuevo la marcha se acercaba a su caballo para ofrecerle un poco de agua, este como todos los días no aceptaba beber absolutamente nada hasta que su dueño no hubiera bebido antes, la gente cuando observaba ese comportamiento quedaba extrañada, la mayoría pensaba que era un caballo desconfiado, que no estaba bien educado, su dueño sonreía cuando escuchaba murmurar y mirar con reticencia a su compañero de viaje. No era que Reus, su caballo desde hace años, desconfiara de su amo, era una cuestión muy distinta a esta por la cual el caballo nunca bebía o comía nada antes que su amo, la razón era sencillamente que el animal cuidaba a su amo tal y cual un buen jinete cuida a su caballo, el animal tanto por la mañana como por la noche estaba atento a que su amo bebiera o comiera lo suficiente para aguantar los largos viajes que andaban juntos, ellos tenían una relación más allá de lo normal, tenían una relación casi fraternal.

Dominic, el segundo hombre que había despertado esa mañana, se acerco a despertar a sus otros compañeros de viaje. De estatura media y ojos claros Dominic era el más calmado de sus compañeros, pensativo y a veces demasiado callado, tenía un aura especial que hacía que todas la mujeres quedaran prendidas por él al cabo de pocos minutos de conocerle. Vestía unas botas altas negras, unos pantalones marrones de una tela recia gastados por las rodillas, hace unos meses su cinturón se quedo enganchado a la montura de su caballo y al bajar de este se partió por la mitad, inservible ahora utilizaba una manga arrancada de su camisa para sujetar sus pantalones a la cintura, cubría su pecho con una fina camisa de algodón blanca sin mangas además de un chaleco negro sin botones, a parte de su típica ropa de primavera siempre llevaba consigo un colgante con forma de luna verde y dos muñequeras negras de cuero que le cubrían medio antebrazo.  Su pelo largo, negro y ondulado le caiga hasta los hombros dejando muchas veces sus ojos tapados al sol, su cara estaba cubierta siempre por una barba de pocos días pero, lo mas significativo de este hombre era sin duda un tatuaje de una pluma en el torso de su mano.

–Chicos ya es hora. Por favor, levantad. –  Dominic hablo sin ganas y pronto se volvió como si no quisiera ver algo que allí dormía con ellos.

– Me has recordado a mi madre cuando me levantaba para prácticas de lucha querido Dom, un despertar suave para un día horrible. – Murmuro el hombre más grande de los que allí reposaban.

Sirio era una persona particular, era capaz de ser el hombre más amable que hayas podido conocer pero al mismo tiempo un tipo bastante agresivo cuando la situación se tornaba peligrosa. Era el más tradicional de sus compañeros lo cual se hacía notar en su profunda fe y su costumbre de rezar cada día al esconderse el sol, ya estuviera a lomos de su caballo o incluso en una situación bastante comprometida como una pelea,  lo cual a sus compañeros les sacaba de sus casillas, especialmente a Siver le molestaba escuchar rezos mientras intentaba que no le rajaran el cuello con un cuchillo más grande que su brazo. En su cabeza rapada  un tatuaje en la nuca del símbolo familiar, un sol negro sostenido entre lo que parecía ser dos brazos de un gorila, demostraba el orgullo que sentía por su gran linaje e historia familiar. Vestía unos pantalones de cuero y las mismas botas que Dominic pero en vez de una camisa llevaba puesto un gran poncho verde oscuro con líneas blancas que le llegaba hasta las rodillas.

El siguiente hombre en despertar se apoyo rápidamente en sus codos y con solo un ojo abierto miro alrededor de él, luego de haber observado todo lo que le rodeaba fijo su mirada ya con los dos ojos abiertos al gran hombre corpulento y con una sonrisa le hizo un pequeño gesto con la cabeza como queriendo decir que recordaba esos días con mucha claridad. Balad, de raza negra, tendía a ser bastante empático con todas las personas, tenía un gran corazón y no era raro encontrarle curando a un perro callejero o dando de comer a ardillas o pájaros en el bosque, mucho menos raro era descubrir que su mayor afición fuera estudiar y practicar medicina. Con un pelo largo hecho trenzas y unos ojos verdes amarillentos Balad sorprendía siempre a los aldeanos que no habían visto nunca a un hombre de su raza, él, siempre amablemente, se ofrecía a las niñas de esas pequeñas aldeas hacerles alguna trenza en el pelo para relajar el impacto que suponía ver una persona tan distinta a lo que ellos habían conocido. Vestía siempre una chilaba cortada por las rodillas para cabalgar mejor, solo en su familia utilizaban esos ropajes, además de unos pantalones muy anchos de una fina lana blanca y unos zapatos negros de cuero que dejaban al descubierto sus dedos de los pies. Era extraño verle sin su mochila de una sola asa colgada al hombro donde procuraba llevar toda clase de medicinas o antídotos para infecciones además de vendajes y pequeños alfileres.

Ya despiertos y en pie cuatro de los cinco hombres se reunieron a unos quince metros de donde reposaba el quinto hombre. Con expresión preocupada y seria todos ellos contemplaban el sol que nacía en el Este. El aire aun se respiraba frio, no calentaba todavía el Sol temprano de la mañana, eso hacia el despertar siempre un poco más lento de lo normal.

–Al final lo vamos a hacer ¿verdad?. – Rompió así el silencio Sirio. Su voz parecía romperse a cada vocal que salía de sus labios.

–Es nuestro deber, ya lo sabes Sirio.  El siempre supo el destino que nos esperaba a todos y lo acepto como cada uno de nosotros. – Siver no parpadeo ni un segundo al decir palabras que apuñalaban los corazones de sus compañeros.

– ¡Chicos! Debemos partir ya. – Gritó el quinto hombre sentado con las piernas entrecruzadas. Miraba a los otros cuatro jóvenes hombres con una media sonrisa y con unos ojos bien despiertos. Lucia una mirada tranquila y poco preocupada, nadie hubiera dicho que sus tobillos y muñecas relucían unas esposas de oro impidiéndole así moverse con soltura.

Mer, el más joven de todos, rubio y con una sonrisa que en pocas personas se pueden encontrar, una de esas sonrisas que ves una o dos veces en tu vida, que relajan, que hacen pensar que todo puede esperar un poco más, que todo irá bien. Solo llevaba puesta una camisa blanca y unos pantalones vaqueros azules estrechos, no iba calzado, tenía las plantas de los pies negras de andar con los pies desnudos pero no se observaba ni una sola herida, quizás porque en sus años mas jóvenes siempre andaba descalzo por todos sitios.

Todos menos Siver miraron a aquel muchacho y su sincera sonrisa, como había dicho Sirio, aquel día seria terriblemente horrible. Siver cerró sus ojos con fuerza durante unos segundos y volvió su mirada hacia el joven esposado y hablo con voz firme y estricta

 –Comed algo y luego dadle de comer a él, no lo soltéis, no tiene ese beneficio.

–Pero Siver él es… – comenzó a hablar Balad pero pronto se dio cuenta de la mirada de Siver se estaba clavando en sus ojos.

Mer bajo la cabeza al oír a Siver decir esas palabras, solo hizo ese gesto, ni apretó los puños ni regaño esa decisión. Sabía que no tenía ningún derecho ni beneficio, no tras sus acciones pasadas y las consecuencias que estas habían reportado a sus actuales alguaciles. Con todo no se arrepentía, sentía pena si, por lo que les había hecho pasar a ellos pero, no se arrepentía de su decisión. Habían sido los dos mejores años de su vida, los dos únicos años de su vida propia, de una libertad que ahora le costaría cara.

Con esas palabras los cinco hombres de veintitrés años terminaron la conversación de esa mañana. Comieron un poco de pan algo duro de la última aldea que habían visitado y unas frutas que Dom había recogido sorprendentemente rápido, se le daba bien buscar árboles frutales, raíces y rastrear animales salvajes para cazar.

Cuando terminaron ensillaron los caballos con cuidado, recogieron sus mantas y todo lo que habían utilizado para la comida y lo guardaron en bolsas atadas a los caballos. Cuando terminaron de recoger ayudaron a Mer a subir al caballo con mucho cuidado Sirio y Balad, fijándose este con gran preocupación en las heridas que le causaban las esposas de oro que ataban a su amigo. Cabalgaron todos juntos a un buen paso durante tres horas, no demasiado rápido ya que el caballo de Mer iba atado al caballo de Dom pero, tampoco demasiado lento ya que eran caballos bien entrenados para cabalgar en cualquier terreno y situación. Cuando los latidos de los corazones de los caballos eran más rápidos de lo a ellos les gustaba sentir pararon y les dieron de beber.

Mer solo hacia mirar el cielo y las nubes, sonriente y soñador como siempre. A Siver siempre le había relajado su comportamiento, como si el sosiego de Mer le contagiara a este, ahora en cambio su sensación al mirarlo era bien diferente. No entendía su tranquilidad sabiendo el destino que le esperaba cuando llegaran a Bastione.

El día paso lento y silencioso, solo escucharon a los pájaros cantar y el viento soplar, juntos pero en soledad, cada uno en sus pensamientos, fue un día horrible, especialmente para Siver.

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⏰ Última actualización: May 24, 2014 ⏰

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