Una anciana desposeída descendió desde las alturas de la laguna Conococha. Entre campos de cebada y maíz avanzó sosteniéndose en su callado. Llegó al atardecer a un pueblo floreciente por la minería ubicado en la quebrada del río Santa. Mientras el alumbrado público se encendía, los comercios alrededor de la plaza principal bullían de clientes. Los hostales de una noche habían encendido sus letreros. A su paso, la anciana era observada de reojo y a una distancia prudente. El pueblo había cambiado radicalmente desde que lo visitó por última vez. Las casas de cal y canto ahora solo eran propias de las zonas periféricas y pobres. El puente sobre el Santa era nuevo. La carretera a Huaraz había sido finalmente asfaltada, pero ya presentaba desperfectos en tramos prolongados. La remozada berma central de la avenida que pasaba frente a la municipalidad contenía atractivas orquídeas que sobrevivían entre tantas otras muertas. Sus muros se habían quebrado y se filtraba el agua de riego. La anciana avanzó por el pueblo tocando puertas en busca de comida y refugio. Llegó a una casa suntuosa. Golpeó con su callado y permaneció expectante. Una joven se asomó por la ventana y rápidamente desapareció. La anciana volvió a tocar, pero nadie la atendió. La escena se repitió frente a otras casas del barrio más acomodado. Llegó a la plaza y se acercó a la iglesia local. El padre tardó en abrir, pero no pudo ayudarla. Tras unas palabras de conmiseración y una bendición, la despachó. La anciana continuó hasta la zona más humilde. Al acercarse a una de las casas, los perros ladraron y no la dejaron atravesar la cerca de entrada. Una mujer salió para ver de quién se trataba. "¡Mamay!", suplicó la anciana extendiendo las manos. No hizo falta más. La mujer fue hasta la cerca, la tomó del brazo y la hizo pasar pacientemente. En su cocina cenaron en relativo silencio. Al terminar, la mujer improvisó un colchón de paja bajo unas mantas. La anciana descansó en la parte más cálida de la casa: junto al fogón de la cocina. La mañana siguiente, despertó sintiendo hasta los huesos el viento helado que descendía desde la puna. Estaba completamente mojada, tendida a la orilla de una inmensa laguna que discurría turbulenta por la quebrada. Se levantó apoyándose en su callado y observó que era alimentada por un descomunal huayco desde las alturas. La anciana escurrió sus ropas, dio media vuelta y ascendió al Qiwllarahu.
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La visita
Short StoryUna pobre anciana baja desde las alturas a un pueblo de mezquinos, codiciosos y autoridades corruptas. Pareciera la típica historia con moraleja, pero el final te deja desorientado y sin aliento: se llevará todo consigo.