Su respiración se hizo más profunda cuando el reloj marcaba las doce y cuarto. Estaba sumida en un sueño intranquilo. El dolor en el cuello que le había dificultado quedarse dormida ya no estaba, y dejó de percibir la incomodidad del asiento de plástico en el que estaba sentada.
Ahora se encontraba en un lugar lejano, donde el sol brillaba a lo alto de su cabeza; sintió su calor. La brisa le acariciaba la piel, se veía como un hermoso día de primavera. Unas cuantas flores de algún yuyo le hacían cosquillas en los tobillos desnudos. Alzó la vista para ver alrededor, cubriéndose con la mano del resplandor del sol. Divisó a su izquierda algunas casitas de madera, todas con las persianas bajas, excepto por una de ellas. Aunque ésta estuviera bastante lejos, podía ver claramente su interior a través de una ventana pequeña con el marco roto, a un lado de la puerta de atrás. Se asomaba allí una figura, como observándola. No podía distinguir qué era aquello, tal vez por la distancia, o porque se parecía más bien a una mancha amorfa. De lo único que estaba segura era que no podía despegar la vista de esa cosa, sea lo que fuera. Se sentía petrificada.
Sintió que una gota recorría su mejilla. Estaba lloviendo, tal vez, pero el cielo estaba totalmente descubierto. Detrás de ella surgió un ruido que le provocó un sobresalto. Abrió los ojos e hizo una mueca al sentir de nuevo el dolor en el cuello. Limpió el hilo de saliva que había bajado hasta su barbilla, mientras miraba a su alrededor. Se había quedado dormida en la terminal de autobuses, en un rincón donde habían unos pocos asientos viejos. Miró el reloj: las doce y veintitrés. Había una menor cantidad de personas que hacía unos minutos. Supuso que estarían embarcando en los autobuses que salían a las doce y media, e iba a perder el suyo si continuaba dormitando. Bostezó y juntó fuerzas para ponerse de pie. Le hacían falta unas cuantas horas de sueño. Y algo de comer, su estómago rugía de hambre. Antes de dirigirse a donde su autobús, volteó la vista hacia una mujer de un aspecto tan malo como el suyo, que al parecer la observaba hacía un buen rato. Se sintió un poco avergonzada de que la haya visto babearse como un bebé mientras dormía, e incluso tal vez había roncado. Se colgó la mochila en los hombros, apartando la mirada, y se encaminó hacia la salida 22.