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Mira hacia el cielo gris. Es frío y oscuro. Anuncia tormenta.

Sus pies están sobre la arena, pero se curvan y comienzan a dar pasos directo al mar, que lo aguarda con paciencia.

Los pantalones arremangados, comienzan a impregnarse de las olas. El marrón claro comienza a oscurecerse. La piel se vuelve de gallina a cada lametazo de la gélida agua.

Pero no importa.

Sigue adentrándose, las manos líquidas le acarician. El agua cada vez más arriba le abraza, saludándolo.

Bienvenido.

Cada vez más profundo.

Sus ojos no paran de ver al cielo.

¿Acaso él podrá verlo desde allá arriba?

Perdóname, por favor, perdóname, perdóname.

La oscuridad dibuja las curvas de su cuello, trazando los músculos, acentuando las venas de su piel bronceada. Está cubierto por sombras desde el  cuello, la espalda que se esconde del cielo, hasta acabar en sus ojos y su alma.

Envuelto en un huracán.

Está dejando de sentir la arena en sus pies, su cuerpo adormeciéndose. 

Sigue buscándolo entre las nubes grises y negras. Lo necesita. Necesita ver una última vez su sonrisa tranquilizadora, su porte amable, la luz cariñosa de sus ojos.

Su pecho está hueco, hace días le sacaron de cuajo un pedazo y los jirones de carne cuelgan. Ya no sangra, pero le duele. Es ese dolor que lo tienes todo el tiempo, y que no desaparece, que es apenas y soportable pero que que convive contigo permanentemente, sin descanso.

Es el dolor de perder a un ser querido.

Esta vida es un infierno.

Él mismo es el culpable.

Todavía es capaz de escuchar el ruido de la máquina en medio del quirófano. El cuerpo abierto. Los gritos pidiendo el desfibrilador.

Los ojos opacos de su hermano.

―...ed. ¡Alfred! ― Gira lentamente, encontrándose con Arthur, quien corre directo hacia él. Sus ojos verdes destacaban entre todo ese gris.

― Oh, Arthur.

― ¡Qué tienes en la mente como para meterte al mar! ¡Va a haber tormenta, tarado! ― Le grita cuando llega a su lado. Alfred parece ni siquiera darse cuenta que se estaba congelando.

― Te vas a resfriar ― Le dijo. Arthur bufó.

― ¡Eso mismo va para ti! ¿Qué  te pasó por la cabeza  para...?

Alfred fija su mirada a una esquina de la camisa mojada de Arthur.

― Me pregunto que estaría haciendo Matthew si estuviera en estos momentos con vida ― Interrumpe suavemente. Arthur cambia su expresión al instante.

Alfred solo siente un tirón y unos brazos tibios alrededor de él. Esconde su cabeza en el cuello, pálido y suave, del contrario. Su mejilla acaricia la piel siempre fría del mayor y los párpados se cierran para no llorar.

― ¿Qué dices Arthur? ¿Crees que Mattie me perdonaría?

La mano del inglés se posó sobre el cabello miel, acariciándolo. Algo que jamás hubiera hecho antes.

― Oh, Alfred... Shh, shh... ― Los ojos azules de Alfred antes brillaban tanto como el cielo de verano, pero ahora eran tan pálidos y tristes como la cúpula que los cubría.

TormentaWhere stories live. Discover now