Pégame

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VI

¿Qué había pasado?

De repente, se halla acorralado contra el gran ventanal al costado izquierdo del escritorio con la camisa tirada a un costado de su cuerpo, la cremallera abajo y una mano rozando su miembro. Y a su mente se vienen las sesiones de masturbación que leyó en su celular las noches, desde hace un mes que había empezado con el libro.

Sentía besos húmedos intercalados con lamidas impúdicas a todo su cuello, para cómo se encontraban las cosas, la extensión de sus hombros ya llevaban un cardinal de chupetones de una gama colorida entre rojizas y moradas. Podía sentir cómo un pecho aún vestido estaba presionado contra su espalda y más aún el bulto al recto de su trasero. Todo estaba tan mal, alguien podía ver, pero él se sentía exquisitamente bien.

-¿Cómo negarse al placer del dolor si no se experimenta antes?- Las palabras en barítona nota se esparcieron acariciando cada célula de su humanidad, entonces se dio cuenta de que había firmado su propio contrato de tortura el momento en que se dejó besar después de la charla sobre el libro.

Pero no se iba a negar, definitivamente estaba decidido en acabar. Pase lo que pase.

-Pégame, pégame fuerte que me gusta- Le susurró a su maestro mientras le veía el rostro por encima de su hombro, éste solo se limitó a sonreír.

Al contrario con el cuento de Enrique Ánderson Imbert "Sadismo y Masoquismo", sabía que él no le iba a negar su petición.

La mano que tenía en su miembro fue ascendiendo nuevamente por el vientre lampiño que poseía, y mientras recorría su camino iba dejando pellizcos pequeños hechos con mucha fuerza, seguramente algunos habían creado lastimados por las uñas largas del mayor. Él, por su parte, tenía la cabeza apoyada en el hombro a su espalda, con la zurda acariciando el muslo del mismo lado y de vez en cuando yendo y viniendo en caza por el miembro del su maestro.

Entonces fue apoyado en el escritorio con el trasero a la vista, aún llevaba pantalones pero el doctor se encargó de deshacerse de ellos de un solo tirón. Su trasero cubierto únicamente por la tela del bóxer blanco era algo realmente tentador. Recordó una parte de la lectura, su maestro hacía exactamente lo mismo, sin tocar su entrada, por debajo de los testículos, entre las piernas, iba y venía su miembro, rozando la piel delicada aún con la tela puesta, golpeando su propio glande contra el filo frío de la mesa de madera. Y no hubo cosa más morbosa en la existencia de ambos que los gemidos que más que eso parecían ronroneos del menor, el muchacho iba transformándose paulatimante en un minino blanco, puro y casto que sería pervertido hasta la saciedad.

Sus yemas estaban blancas de la fuerza con la que se sostenía en la ahora caliente superficie, tenía su miembro desnudo aplastado entre la madera y su cuerpo, no sabía qué era más delicioso, la fricción de su hombría contra la mesa o que su maestro de literatura le recitara fragmentos de la novela de Sade mientras con sus finos dedos le desgajaba el trasero a bofetadas.

Literatura Universal: Marqués de SadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora