Un fantasma en pleno roce

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-Oh Dios mío.–Dijo placentera.– ¿Cómo eres tan bueno en esto?

No podia responder, pero tenía dos respuestas, una en mi mente, y otra en la punta de mi lengua.

Ella tenía sus manos puestas en mi cabeza, sosteniéndola, con firmeza, casi de la misma forma que un marinero trata de tomar el timón de su nave, evitando que a babor se desvíe.

De ella escapaban gemidos, tan pausados, y notablemente involuntarios... No cabe duda de que allí se encontraba el placer.

Escuchar su voz, causaba una gran combustión dentro de mi pecho, mi cuerpo y mi mente. No había que traducir esos gritos para saber que me pedía más, y más. Y yo continuaba, su placer era mi placer, las llamas que desprendía su cuerpo eran mayores, mientras más tiempo éramos uno.

Hasta que empezó a temblar un poco, y dejó escapar un pequeño suspiro. Me asusté, pero supuse que todo iba por buen camino, y ella me lo afirmó.

Unos momentos después empecé a avanzar, a subir por sus caderas de forma tan elegante y convincente, como serpiente en estrecho camino, con cuidado, suavidad, y tranquilidad.
Paseando por sus paisajes, subiendo sus montañas, bajando sus colinas.

Mientras ella pasaba sus manos por mi espalda, conociendo mis lunares, y rasguñando un poco, tan suave que no era dolor, de hecho era reconfortante, el dolor ya era placer.

Me acerqué a sus labios, tan jugosos, y lo eran aún más, habiendo esperado tanto tiempo para hacerlo, para bailar con ellos, y para enseñarles a bailar. Empecé a besarla suavemente, mientras ella me seguía acariciando, sintiendo un cosquilleo. No quería parar de besarla, no quería separarme de ellos, de esos hermosos labios que tanto esperaba saborear.

Pero lo hice, le di un pequeño beso y con eso ya había saciado un poco mi sed de su boca.

Bajé por su cuello, lentamente, dejando mi lengua patinar un poco por sus zonas mas débiles, y seguí besándola de manera muy juguetona, luego debajo de su barbilla, las orejas. Se notaba la sensibilidad, estoy seguro.

Yo estaba tan excitado, con tocarla, antes de todo aquello, estaba tan obsesionado con su cuerpo, nunca me había pasado, pero era una verdadera obra de arte, no era de gigantes proporciones, o sobresaliente, como piensan que a nosotros nos "encanta", no. Era perfecto, y ya, y lo admito, estaba realmente obsesionado. Era como bañarme en el pozo de la juventud, imaginen que se siente, saciar un deseo tan profundo, de manera tan profunda.

Ella estaba obsesionada con mi forma de escribir, me lo había confesado, y bueno, no sé mucho de eso, pero me dijo que nunca se había sentido atraída por la forma de escribir de alguien... Nunca se había enamorado de un escritor. Y sé que no soy muy apuesto, tal vez me habría mentido también al decir que le atraía bastante fisicamente. Lo que ayudaba a hacer de nuestro momento, algo un poco más mutuo y místico.

Pues bien, ¿Donde me quedé? Ah si.

Ella seguía haciendo gemidos, y susurrándome cosas al oído, mientras yo seguía admirando su cuello, y haciendo un balance perfecto entre su cuerpo y el mío.

De repente sucedió de nuevo, vibró un poco, se sostuvo un poco de las sabanas, y dejo escapar otro suspiro, como una pequeña muerte. Supuse que estaba sobre convencida, bueno, yo estaba disfrutando, y se veía que ella también.

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