Parte 8

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Seúl, Corea a Septiembre 19. 11:27 HRS



-Entonces dices que quieres ojos robóticos. –asintió el moreno con un deje divertido en el tono de su voz. Las charlas con Karam eran tan entretenidas, en algún momento, lo dejaba que lo llevase por el mundo ingenioso del menor importándole poco si aquello tenía coherencia o no.

-Ajá, ¿ha leído comics? Bueno, igual puede investigar sobre un personaje que se llama Cyborg, sale en los comics de DC. La historia es algo trágica pero se ve genial con partes robóticas en su cuerpo. Claro está que yo no poseeré super poderes, pero los ojos robóticos son apenas un primer escalón.

Karam era tan parlanchín como un perico, sólo que éste no repetía palabras, siempre era un tema de conversación nuevo. En cierto punto apreciaba estar con él, la aflicción de tener a Jaejoong sin responder a estímulos verbales o sensoriales lo estaba absorbiendo en un abismo sin fin, como si estuviese caminando en línea recta hasta un túnel carente de luz, de emociones, de todo. El joven paciente de la habitación 302 era la fuerza que lo sacaba de la pesadez diaria.

-¿Cómo perdiste la vista, Karam? –Era una duda que surgía tan pronto abandonada la habitación, pero que no exponía por temor a lo que seguiría después. Ese día, sin pensarlo demasiado, dejó fluir las palabras.

El rostro del menor se limitó a sonreír. No era una sonrisa al que el doctor estuviese acostumbrado, más bien era la clase de sonrisa vacía que intentaba proteger con alguna pared imaginaria lo que habría detrás. Deseó revertir el tiempo a esos escasos minutos para impedir que la pregunta fuese realizada, pero no existía ninguna máquina del tiempo. –Le contaré la historia, preste atención para no perder detalle. Preguntas al final.

El joven carraspeó la garganta, aliviando un poco la pena que sentía Yunho en sus entrañas, acomodó su cuerpo en la silla de visitas aguardando por el relato.

"¿Recuerda que le dije acerca de la maldición de la galleta? Vale, aparte de eso, mi gran apetito se debe al restaurante de ramen que tienen mis padres. Tengo diecisiete años, así que después de la escuela solía ayudar a mis papás a atender las mesas en el local. Hace unos días, recuerdo bien que no había mucha clientela en el horario nocturno, así que después de despedir al último cliente me dispuse a terminar la tarea en una de las mesas. Mis padres junto con otro cocinero están en la cocina. Pasó muy rápido todo. Sólo sé que había un olor fuerte a quemado, como soy curioso, fui a la cocina y lo último que recuerdo fue ver un destello muy deslumbrante. . –tragó saliva, borrando la sonrisa de sus labios.- Recobré conocimiento en el hospital. Escuchaba voces, pero no distinguía nada, todo era tan borroso y oscuro como cuando un miope sin gafas va manejado en plena noche. Lo único que "veía" eran siluetas malformadas... poco a poco esas siluetas fueron perdiendo el color hasta quedar negras.

Karam jugueteó con los pulgares, girándolos uno encima del otro. Luego acomodó los mechones de su cabello negro que caían desordenadamente sobre su frente. Se mantuvo en silencio por unos momentos hasta que decidió darle continuidad a su relato.

"Le diré otro secreto, doctor. Yo sé que mis padres murieron ese día, escuché a las enfermeras decirlo después de darme mi medicina para dormir, es que les dí mucha guerra el día que perdí la vista. Ellas no saben que me he enterado, mejor así porque sé la lástima que les da mi caso: el chico perdió a sus padres y el sentido de la vista. Pero dicen que puedo recuperarla si recibo un donante de córneas.

En fin, aún si me quedo ciego por los siglos de los siglos, continúo con vida. No importa cómo, conservo ese regalo que me han dado mis padres y planeo hacer uso de ello; donde quiera que estén, si pueden verme, deseo hacerlos sentir orgullosos porque ambos siempre fueron y siempre serán mi mayor orgullo.

Cada palabra pronunciada por el menor traspasaba cual daga por el pecho de Yunho. Había un hueco tan profundo carcomiéndolo internamente que podría jurar sentir sus adentros en un ardor insoportable. Se levantó del asiento, rodeando la delicada silueta del chico entre sus brazos mientras las manos ajenas se aferraban a su bata, como si aquello fuese una manera de evitar que las lágrimas comenzaran a correr.

Lo sostuvo por unos momentos que le parecieron eternos, dejándolo a solas con un pensamiento: no deseaba dejarlo solo nunca.

Through your eyesWhere stories live. Discover now