Me despierto antes que Shanon y agarro una toalla junto con un jabón. Camino sin prisa hasta las duchas con el tiempo aprendí que si quiero tomar una ducha tranquila sin que esté atestado de gente y sin alguien que cronometra el tiempo para que lleguen a bañarse todas con agua caliente, la solución era levantarse a más temprano antes que todos eso es a las seis de la mañana por suerte no soy una chica perezosa y tengo el sueño ligero.Abro la ducha y coloco mi nueva muda de ropa sobre un banco alargado junto con el toallon, me despojo de mis prendas y con cuidado desato el vendaje de mis nudillos, todavía les falta para que se curen por completo. Cuando comienza a emanar vapor entro a la ducha, mis nudillos arden ante el contacto con el agua tibia muerdo el interior de mi mejilla para ahora un chillido. Apoyo mi frente contra los azulejos fríos y permito que el agua recorra toda mi espalda, con el jabón limpio cada parte de mi cuerpo y el olor a Jazmín se impregna en el.
Una vez cambiada; con un jean y una campera que dobla mi talle, me coloco un reloj que encontré en un basurero y gracias a un amigo logro que funcione, busco mi mochila y salgo del orfanato. Mientras camino cuento los billetes y monedas que tengo para poder tomarme un subte. Me acuerdo que hoy es un día muy especial y ya sé en donde pasarlo, una sonrisa cruza mi rostro.
El olor a pochoclos me envuelve, apenas empujo la puerta y me adentro en el cine. Un chico protesta, mientras barre la alfombra azul repleta de envoltorios de dulces. Una vez terminado su trabajo, suelta los elementos de limpieza para acercarse rápido a un cliente furioso y escuchar su queja.
En ese momento veo pasar a una chica que lleva un balde lleno hasta el tope de pochoclos. Al encontrarse inmersa en la conversación que mantiene con su amiga no le presta atención a la escoba que descansa sobre el suelo. Tropieza con ella e intenta mantener el equilibrio pero falla y cae de bruces llevando consigo el balde, solo que ahora los pochoclos no se encuentran en su interior sino dispersos sobre la reluciente alfombra.
Observo con gracia la reacción del empleado al ver aquel semejante desastre. Se lleva las manos a la cabeza y maldice luego se disculpa con el cliente, que lo mira incrédulo, por las palabras inadecuadas y resignado se dirige a limpiar.
Zigzagueo y me pierdo entre las personas hasta llegar a una puerta alejada de la multitud. Miro mi reloj, son las 8:00 hs. Genial, es el cambio de turno, tengo cinco minutos. Me pongo la capucha para que la cámara de seguridad no me identifique.
Me escurro por la puerta que tiene pegado un cartel donde se puede leer "Exclusivo para empleado". Dejo atrás el barullo de la multitud que es reemplazado por el silencio sepulcral de aquel pasillo oscuro. Corro, no necesito luz para reconocer las puertas que voy pasando, y me detengo frente a una que me lleva a las salas del cine.
Miro que no haya nadie para poder salir y saco mi lista, en donde escribí todas las películas que quiero ver, y me dirijo a la sala que está resaltada con un fibrón amarillo. La película ya comenzó, las personas se encuentran inmersa en ella y cómodos en sus lugares mientras comentan acerca de lo que está sucediendo. Subo los escalones cubiertos por una alfombra y tomo asiento en una de las últimas butacas.
Desde que era pequeña venía al cine con mi papá; él me enseñó el mundo de las películas. Hoy es el aniversario de su muerte. El dolor se instala en mi pecho. Vine a su lugar favorito, a nuestro, lugar favorito.
Cuando quede huérfana comencé a meterme a hurtadillas en el cine porque no tenía el dinero suficiente como para darme aquel lujo. Tuve algunos problemas con unos empleado que me reconocieron y alertaron a los demás, por eso, me aprendí los cambios de turno para ser más precavida.
Unos minutos antes de que termine la película, salgo de la sala sin llamar la atención. Devuelta en el pasillo, busco una cortina roja que descansa sobre una pared y al levantarla dejo al descubierto una puerta, esta me lleva a un depósito abandonado; el lugar está casi vacío, salvo por algunas máquinas rotas, butacas y cajas registradoras.
El golpe de la puerta al cerrarse detrás de mí, hace eco entre las paredes, un escaso haz de luz sale por la ranura e ilumina apenas los escalones de madera. Una vez abajo, a mis ojos les toma unos segundos acostumbrarse a la oscuridad del lugar.
Enciendo la linterna del celular robado y rodeo estanterías repletas de objetos. Dejo que mi memoria me guíe hasta la salida cuando el chirrido de la puerta me detiene. De inmediato Apago la linterna y me escondo detrás de un tarro. Las lámparas, parpadean, y en instantes la habitación es iluminada.
Escucho pisadas aplastando las bolsas de plástico que están dispersas por todo el suelo. De a poco, se van acercando a mi escondite.
Con el corazón en la garganta y la adrenalina haciendo palpitar cada parte de mi cuerpo, contengo la respiración y aprieto mi espalda contra la estantería, así el tarro cubre mi cuerpo por completo. Visualizo donde me encuentro. Faltan dos estanterías para llegar a la salida pero la persona está a unos pocos metros.
Si no soy demasiado rápida, me atrapará.
Desde donde me encuentro, puedo observar la espalda ancha del chico y al tomar objetos de la estantería, sus músculos se contraen debajo de la fina camisa blanca. Tararea una melodía que solo él puede descifrar.
Sin darme tiempo a reaccionar. Sus ojos grises se topan con los míos y su expresión tranquila cambia.
Largo a correr con sus gritos a mi espalda:
—¡No podés estar acá! ¡No corras!
Mientras corro, me ajusto la capucha a la altura de mis ojos para que no salga volando y así no pueda divisar mi rostro. Me abalanzo contra la puerta, trastabillo, pero vuelvo mantener el equilibrio. Entro a un callejón vacío.
Su cuerpo me derriba, caigo de bruces y las hojas del suelo se elevan. A mis pulmones les cuesta recuperar el aire arrebatado por el impacto, mi mejilla arde por culpa del cemento y mi espalda duele junto con punzadas que se instalan en la parte baja.
Me da vuelta, con una pierna a cada lado de mi cuerpo, me impide escapar. Me quita la capucha y quedo expuesta. Su rostro contraído delata que lo tome por sorpresa y a través de sus ojos puedo divisar cierta incertidumbre. Abre la boca para hablar pero inmediatamente la cierra. Vacila, como si buscara las palabras adecuadas. Parece un pez fuera del agua, me aguanto la risa, hasta que finalmente pude formular unas palabras:
—Creí que eras un chico
—Está mal juzgar a las personas por su aspecto—agrego con voz rasposa por el golpe.
Una pequeña sonrisa simpática se asoma por el costado de su rostro y acomoda su cabello castaño que en un momento el viento se encargó de despeinar.
Se incorpora y me ofrece su mano, me levanta de un tirón. Intento soltarme de su agarre pero es inútil ya que me tiene aferrada a él.
—¿En serio crees que te voy a dejar Ir?— me quedo petrificada ante su pregunta tajante—. Te vimos entrar a través de las cámaras de seguridad—prosigue—. No es la primera vez. Llamamos a la policía, llegará en cualquier momento.
Las sirenas se escuchan a lo lejos, su sonido ensordecedor se va acercando. Cierro los ojos, mis oídos palpitan y el pánico me apresa. Intento mantener la calma. Escondo aquel temor en un rincón de mi cabeza, luego me encargaré de lidiar con el pero este no es el momento. Tengo que escapar.
Estoy dispuesta a asentar el primer golpe y soltarme cuando siento que su agarre se debilita hasta dejarme libre.
Abro los ojos y lo observo confundida mientras las preguntas asaltan mi mente.
¿Por qué me soltó? ¿Debió haber visto el terror en mi rostro?
—Andate—suelta—. Voy a decir que nunca te ví.
Me da la espalda para volver al depositó y seguir con su trabajo.
—Gracias.
Se detiene y se fija en mi.
—No vuelvas. La próxima no tendrás la misma suerte—dice y me guiña un ojo.
La puerta se cierra. Me concentro en las sirenas y echó a correr, sin mirar atrás, en la dirección opuesta.
Devuelta en la calle, veo que está anocheciendo, apresuro mi paso para llegar al orfanato antes de que cierren sus puertas.
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Legado de sangre
Teen FictionEva, es huérfana y carterista. Pasó la mayor parte de su adolescencia en la calle y en un orfanato. Se encuentra cerca de cumplir dieciocho años y es capaz de aceptar cualquier trabajo con tal de no caer en manos de la policía. Consigue un empleo qu...