Charlando con mi reflejo

16 0 0
                                    

--3/1/18--

Son las 2:12. Me encuentro en mi cama, tumbado. Eso físicamente hablando. Mentalmente estoy cansado, mañana madrugo, voy a ir a Madrid con un amigo. Debería ir a dormir, el tiempo se agota mientras corre el reloj y cada minuto que pasa es un minuto menos que voy a poder dormir. Pero no puedo dormir. Mejor dicho, no quiero dormir. No quiero cerrar los ojos y ver la oscuridad que siento en mi interior. No quiero que mis pensamientos nublen mi mente. Pero es inevitable. Ni siquiera la música que ahora escucho tan alta penetrando mis oídos, taladrando mis tímpanos, desvía esos pensamientos de mi mente. Al contrario, los aumenta, provoca que crezcan, como sombras proyectadas por una potente luz. Pero en mí no creo que quede luz alguna, esa es la única pega a la metáfora que acabo de escribir. Pues sí, en efecto, tal y como he dicho antes, físicamente hablando estoy tumbado; mentalmente, cansado; pero emocionalmente... Emocionalmente me siento derrotado, devastado.

El nudo que se me forma en mi garganta me impide respirar. Las lágrimas que corren por mis mejillas parecen no tener fin. Y aunque trato de apagar mis pueriles sollozos, eso incrementa el caudal de los ríos que corren por mi rostro. Mis ojos, anegados de las que ya he comentado, provocan que se me nuble la vista. Mis sentimientos provocan que se me nublen los pensamientos. Y me siento como en una noche del verano de este año ya pasado.

Quisiera gritar con todas mis fuerzas, para apagar esta voz mía, que en otros momentos de mi vida ha salido en forma de risa. Ahora parece que se le ha olvidado ese sonido totalmente. Emite tan solo gimoteos, lloros, gemidos, lamentos, quejidos, suspiros... Mientras mi cuerpo convulsiona y se estremece.

Tal vez, si pudiera verme desde fuera, con otros ojos, vería a un animal asustado. Asustado de perder otra parte de su corazón, asustado de quedarse ya sin una de tantas partes que le faltan. Ahora, me miro al espejo, ese tan grande que hay en mi cuarto. Ese en el que tantas fotos me he sacado, pensando: "¡Qué bien me veo hoy!" "Voy a sacarme una foto, que hoy me veo guapo y todo." Ahora, me miro al espejo, y tan solo observo con asco esa figura tan patética que se presenta delante de él: Mi reflejo.

La luz del ordenador tan solo alumbra una parte de mi semblante, y no muy bien. Pero ahora incluso me veo con más lucidez que nunca, tal vez. Me miro y veo a alguien feo, débil, estúpido, inútil, vulnerable, irritante e irritable; alguien raro, extraño, diferente, depresivo, triste, solitario, aburrido. Roto, derrotado. Una causa perdida. ¿Dónde está el Jaime que algunas personas definen como tan genial? ¿Adónde ha ido? ¿Quién es este monstruo que me devuelve una lastimera mirada desde el otro lado de mi espejo?

Y yo le susurro -pues gritarle no puedo-: Idiota, ¿por qué lloras? ¿Cómo has sido tan imbécil? Te ha pasado otra vez, ¿eh? Para de llorar. Esto te lo has buscado tú. Hace mucho tiempo, además. Te volviste a perder tratando de encontrar algo que sabías que jamás encontrarías. Y aún así buscaste y buscaste.

"Tiene que serlo" -seguro que pensaste. "Al fin y al cabo, me quiso como nadie. ¿Verdad?" Esas fueron las palabras que pasaban por tu cabeza una y otra vez. Palabras con las que intentabas auto-engañarte, una vez más. Una vez más. Porque no era suficiente una. Tú siempre quieres más.

Eres un pobre y estúpido niño, falto de amor, que necesita cariño para sentirse querido. Pero también eres un masoca. Un masoquista en cuanto al amor se refiere. Porque a ti no te duelen los flechazos del principio, a ti te duelen los del final. Esos que provocan tu desangramiento, que agujerean tu corazón, que ahora más bien se asemeja a un colador. Y te duelen hasta matar casi. Pero no. Te dejan con vida para que los sigas sufriendo. Para que veas como la máquina de latidos que hay en tu pecho, haciendo circular la sangre por todo tu organismo, se convierte en eso poco a poco, cada vez más en eso. Solo una máquina de latidos. Y aún así, a pesar del dolor que estás flechas, o tal vez estas espadas, estas dagas de hojas tan afiladas, que mejor llamaremos por su nombre: palabras, provocan en tu corazón. En tu desolado corazón. Porque si antes parecía un bosque, lleno de vida, de flora y de fauna, de color y de alegría. Ahora se asemeja más a un desierto, sin vida y seco. Y arde. Pero ya no arde de pasión, de amor, como en otros tiempos había ardido. La llama que hay dentro de mi corazón, ahora, en vez de embriagarme de calidez, me llena de una sensación helada. Es el dolor, es la pena, es la desolación; disfrazadas de ira y de rabia. Pues bien sé que no eres rencoroso y a veces pienso que deberías serlo. Pues a pesar de todos los comentarios infantiles, pero cargados de dolor que puedas pensar sobre una persona, solo te hace falta observarla, de un golpe de vista, para perdonarla. Para pensar en su dolor y su pena y olvidarte del tuyo.

Luchas Interiores y ReflexionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora