Capítulo VII. Haciendo las Paces y Saliendo

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Jim anduvo en la silla de ruedas lentamente por la calle, golpeándose con cada giro de las ruedas. Él había decidido no ir tras ella. Había decidido ser genial y obediente. Ariel podía elegir lo mejor para ella...

Pero, ¿Y qué es lo mejor para mí? Jim replicó brutalmente. Si su voz de la razón hubiera sido una persona real, habría retrocedido. ¿Cuándo esto entró en la ecuación? ¿Acaso debo mirar hacia adelante sin intentarlo? ¿Qué pasa si yo soy mejor para ella?

El chico negó con la cabeza. Pero él no lo era. No pertenecía a la Tierra, y mucho menos a este país. Ella sería feliz aquí, con una vida que sólo un príncipe podía ofrecer. Entonces, ¿por qué su corazón dolía tanto? Las lágrimas se deslizaron por su rostro espontáneamente y se las enjugó con indignación. Eso era infantil. Llorar por una casi completa desconocida.

Entonces, ¿qué iba a hacer ahora? Ariel iba a querer una explicación para su huida. Eso era bastante fácil... si podía mirarla de nuevo. Jim siempre había sido de ver la esperanza en cualquier situación, pero a menos que Ariel mostrara algún indicio de devolver sus afectos, no sabía si podría. De repente, unos brazos color rosa rodearon su cuello y se cerraron en un puño, Jim se paró en seco. Sintió algo apoyándose en su hombro y un cosquilleo en la oreja, por el cabello.

"¿A-Ariel?" Tartamudeó, levantando una mano para acariciar la cabeza. "¿ E- estás bien?" Ella sacudió la cabeza en su hombro y agarró la mano en su pelo, lo tomó de la muñeca con la mano izquierda y comenzó a escribir con la derecha;

"¿El vestido es feo?... ¿Yo soy fea?"

Jim frunció el ceño. ¿Le estaba preguntando esto a él sólo porque le preocupaba lo que Eric pudiera pensar? Entonces sintió sus lágrimas empapar su camisa, y su corazón dio un vuelco. Sabía que no era el caso.

"Estás enojado conmigo, ¿verdad?" Sus manos temblaban mientras ella escribía. Jim negó con la cabeza en respuesta, maldiciéndose en silencio.

Había sido demasiado duro al dejarla así. Además, sólo les quedaba un tiempo corto juntos, al menos, de esta manera feliz. Él no debía mancharlo con celos.

"¿Cómo puede alguien... odiar ese vestido..." empezó a decir, con la boca seca, "... cuando tú estás en él?" Sintió la sonrisa de ella en la tela de su camisa, y él no pudo reprimir una pequeña.

"Yo también te quiero". Ella contestó, aunque no podía decir si estaba siendo sarcástica.

"¡Ariel!" Sebastián gritó bruscamente. Jim quería gruñirle por arruinar el momento. "¡Aún estás en la búsqueda de príncipe! Debes regresar y cambiarte" Ariel asintió a regañadientes y se soltó de Jim.

Ella miró con incertidumbre la ropa de hombre que había caído en el suelo.

"¡Oh, lo tengo cubierto!" Jim recordaba, desenganchando una gran bolsa de la parte posterior de la silla. "Ese vestido está muy bien", le entregó la bolsa a su compañera, "pero éste te queda mejor".

Ariel miró dentro de la bolsa. Se quedó sin aliento y le mostró a Jim una sonrisa que hizo que su corazón diera un golpe tan fuerte que pensó que debía de haberlo oído.

Era el vestido de color azul claro que había estado mirando en la tienda.

La chica corrió hacia la parte de atrás de la tienda a cambiarse, y su amigo se quedó detrás con satisfacción.

"Esto queda de último, ¿lo sabes?". Sebastián dijo de repente desde el apoyabrazos izquierdo de Jim.

El chico no intentó ignorarlo. "Lo sé. Y sé que ella se merece algo mejor que yo." Por último, miró a su compañero crustáceo, sonriendo débilmente. "¿No puedo hacerla feliz y disfrutarlo mientras pueda?" Sebastián lo miró con desconfianza.

"¿No estas tratando de convencerla de quedarse aquí?"

Jim miró hacia otro lado. "¿No se quedará aquí de todos modos?"

El cangrejo se suavizó en ese instante. Jim verdaderamente amaba a Ariel, lo supiera él mismo o no. Ése es el verdadero amor, pensó con remordimiento. Sacrificio por el bien del otro. Tal vez, si hubiera sido un tritón... pero Sebastián sabía que, incluso entonces, Ariel habría elegido al candidato más imposible y romántico. El compositor concluyó este pensamiento girando sus grandes ojos. En serio, esa chica nunca considera que sus acciones... miró a Jim y suspiró... afectan a las personas a su alrededor.

Se sentaron en silencio durante unos momentos y Jim se quedó tan estoico como siempre, sus ojos apenas mostraban su decepción. Finalmente, Sebastián no pudo soportarlo más.

"No es porque no le agrades muchacho." Dijo abruptamente. "Es... ammm un... contrato, entre las dos familias reales de nuestros países, Ariel se siente obligada a cumplir el... uhh... contrato, y... bueno, ya sabes cómo es ella"

Jim asintió con la cabeza, aunque estaba confundido completamente. Sebastián vio el escepticismo en el rostro del ser humano. "¡Puedes preguntarle a Ariel si no me crees!" Aseguró, "Ella ha sido prometida al príncipe por tanto tiempo que no puede ver a nadie más como marido, pero tú..." Tocó el brazo de Jim con una pinza.

"Ella se preocupa por ti, y se da cuenta de tus sentimientos. Ella no lo había hecho por nadie antes".

La cara de Jim cambió de estoica, a en blanco.

"Ella... se da cuenta..." Miró a la puerta de la tienda a través de la cual había desaparecido. Sebastián se rió roncamente, pero no dijo nada. En realidad, no debería haberle animado en primer lugar.

Jim continuó mirando a la puerta, silencioso y meditabundo, hasta que saliera. Y entonces ella salió y si Jim no hubiese estado sentado, habría caído de rodillas.
El vestido brillaba en la luz del atardecer, lanzando arco iris anaranjado de la tela azul. El azul contrastaba delicadamente contra su piel y el vestido se agitaba alegremente sobre sus espinillas. Lo más radiante a su alrededor, sin embargo, era la enorme sonrisa en su rostro.

¿Las chicas solo se ven de esa manera cuando reciben regalos? Quiso sonreír, pero su boca no funcionó de esa manera.

Era la viva imagen de la inocencia y la belleza al mismo tiempo, causando un efecto en Jim diez veces más fuerte que el vestido rosa que colgaba de la percha a su lado. No estaba seguro de lo que quería hacer, pero sabía que no era posible mientras estuviera confinado a la silla de ruedas. Pero estaba bien. Él se limitó a mirarla.

"Tengo hambre", dijo Ariel al fin, y Jim saltó. Ahora estaba a sólo un metro de distancia de él. ¿Cuándo se había acercado tanto?

Se dio cuenta de la mirada desconcertada en su cara y volvió a sonreír. "¿A la taberna de nuevo?" Le preguntó, moviendo el vestido por encima de su hombro, recordando Jim de un pistolero regresa a su territorio. Él se rió, finalmente y Ariel soltó un suspiro de alivio.

"No" dijo sin aliento, "no iremos a la taberna. Especialmente contigo en ese vestido."

Ariel le lanzó una mirada inquisitiva, y sonrió más ampliamente.

"Conozco un lugar. Creo que te va a gustar".

Landlocked (Ariel y Jim Hawkins)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora