Capítulo 3.

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El ojigris despertó aun de madrugada. Se encontraba sólo en su habitación, de manera que se sentó en la orilla de la cama mientras sujetaba su cabeza con frustración. ¿Qué diablos acababa de pasar?

Se había acostado con Zoro de una manera que nunca había hecho. Se había entregado a él, a sus caprichos, a su dulzura, a su merced... Había dejado que lo viera vulnerable y descubriera que ocultaba un oscuro secreto que le impedía disfrutar realmente del sexo que tanto le gustaba. Zoro lo había desnudado en cuerpo y alma, había encontrado una de sus heridas más profundas y sin cuestionar su razón de ser se había esmerado por remendarla, con una dulzura insospechada, con una pasión desenfrenada...

Cada beso, cada caricia, cada respiración... todo seguía impregnado en su cuerpo, erizándole la piel, hirviéndole la sangre, hinchándole el corazón.

Miró su cama vacía y no pudo evitar sentirse usado. Rio para sus adentros, siempre era él quien se desaparecía antes del amanecer y sin dar explicaciones, probablemente al fin le había tocado pagar una de las que debía...

—Te desperté.

Law levantó la mirada para encontrarse con un recién duchado Zoro en el umbral del baño—. No —respondió sin apartar la vista de él, no porque no quisiera, más bien se había quedado hipnotizado con el atractivo cuerpo del espadachín cubierto aun de perlas de agua y cubierto sólo con una toalla en la cintura. Se puso de pie y caminó hasta él a paso rápido, cómo quien ve una visión que no quiere que se desvanezca delante suyo, pero Zoro no desapareció, ni cuando se acercó hasta rozarlo con su aliento, ni cuando le atrapo el rostro entre las manos, ni siquiera cuando se fundió con él en un beso inesperado.

No, Zoro no se desvaneció, sólo abrió muy grandes sus ojos a causa de la sorpresa, sólo sintió como la sangre comenzaba a hervirle desde las entrañas, sólo sintió cómo cada vello de su cuerpo se erizaba, y se dejó besar por esos labios expertos, por ese hombre perfecto, dejándose arrastrar en un vórtice del que sabía que no iba a poder salir.

Law se separó de él lentamente, cómo quien no quiere terminar pero sabe que debe hacerlo—. Creí que te habías ido —confesó aun sujetándole el rostro, acariciando sus mejillas.

El peliverde le sonrió antes de acariciar su rostro también—. No te desharás de mí tan fácilmente.

El ojigris rio con una suavidad y sinceridad que no recordaba haber sentido—. Quién dijo que esa era mi intención —susurró con voz sensual—, aún tengo mucho que enseñarte.

El espadachín levantó el mentón con suficiencia y le sujetó la barbilla—. A menos que sea cómo usas esa boquita impertinente —le sonrió relamiéndose los labios—, no creo que haya nada más que puedas mostrarme.

Law se lamió los labios de forma seductora, aquella sugerencia no le desagradaba en absoluto. Lentamente acarició su rostro, su mentón y sus labios, bajando de a poco por su cuello hasta su pecho desnudo, rozando cada centímetro de piel a penas con las yemas de sus dedos, seduciéndolo con sutileza, calentándolo con lentitud. 

Llegó hasta su cintura, disfrutando de la respiración entrecortada y los jadeos candentes de su compañero. Recorrió aquella circunferencia con lentitud, por el borde de la tela que lo cubría atrayéndolo más cerca de su piel—. Oh, Zoro-ya —la voz le salió cadenciosa—, no tienes ni idea de todo lo que puedo mostrarte —respiró sobre su boca, dejando salir su aliento sobre la piel del espadachín lentamente, el rostro, hasta su cintura. Tenía aún las manos sobre las caderas del más joven y besó su abdomen al tiempo que retiraba la toalla que cubría su virilidad. Su firme, palpitante y caliente virilidad.

Se permitió una grata sonrisa al saber lo fácil que lo ponía así. Lamió la punta, degustando el líquido que ya había comenzado a escurrir, disfrutando su salado sabor. Miró las piernas del otro flaquear y una sonrisa maliciosa se dibujó en su cara. Volvió a lamer, en esta ocasión el extenso pedazo de carne, desde la base hasta la punta, donde se esmeró en ensañar la lengua para deleitarse con los gemidos incontrolables que comenzaba a emitir el otro con su ronca, sensual y varonil voz. Sujetó sus genitales con una mano, disfrutando de su suave laxitud mientras veía como sus rodillas flaqueaban, mientras lo escuchaba gemir su nombre una y otra vez entre jadeos.

Veneno.Where stories live. Discover now