(Una periodista está realizando un reportaje en recuerdo a los asesinados en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Margarita, quién lo vivió en su propia carne, es invitada a compartir su testimonio sobre ese día)
Margarita: Pues fíjate que ya ni uno sabe cómo librarse de todo esto. Ya no hay forma de borrar lo que a uno se le ha quedado impregnado de sangre en la memoria. Yo sigo viendo a los chiquillos correr de acá para allá tomados de las manos, a los jóvenes como en estado de shock, ¿ves?, sin saber ni qué andaba pasando. Sigo escuchando las voces de mis compañeros al micrófono: ¡No se espanten, compañeros, no se vayan! Es que no se lo imagina...yo desde ese día ya no he vuelto a ser la misma. Me acuerdo perfectito de andar corriendo entre el gentío con los volantes todavía en las manos, el ruido de las balas, los gritos de mis compañeras detrás mío...pero yo no podía dejar de correr. Sentía cómo las balas me rozaban por los mechones de cabello, por las orejas, por el vestido de flores que traía puesto ese día...por todo. Luego una de las balas fue a incrustarse en mi pierna derecha, pero yo no sentía dolor, sólo el hilillo de sangre corriendo por mi piel. Ya después correr con la misma fuerza se me empezaba a dificultar, y luego otra bala me dio en el brazo, y yo sólo pensaba: ¡por favor, que ya pare!, pero seguía la matanza como una tormenta furiosa. Entonces como de milagro que oigo una voz llamándome: ¡Margarita, Margarita, por acá! Y sin pensarlo entré por la puerta. Era un localito como con otras veinte personas más. “Hay que deshacernos de esos volantes como podamos, Margarita, que si nos descubren aquí con ellos nos va ir que ya ni les cuento.” Ya ni me acordaba que los llevaba en las manos.
Y luego que me voy acordando de mi hermano Alfredo de 15 años, que también había ido ese día. ¡Alfredito!, ¿dónde está Alfredito?, gritaba yo. ¿Cómo podía haber sido tan egoísta y olvidarme de él? Me hicieron sentarme para vendarme las heridas, pero por más que me esforzaba no podía dejar de moverme, estaba desesperada. Mi hermano murió ese miércoles 2 de octubre, al igual que muchos otros inocentes. Como si el expresarse fuera un crimen. ¡Qué las Olimpiadas, ni qué ocho cuartos! Ningún estudiante merecía la pena ser asesinado sólo para mantener las apariencias de un gobierno que nunca llegarán a ser. Yo Tlatelolco no se los perdono.
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Monologando
Non-FictionMonólogos originales que esperan ser leídos por alguien o...quién sabe, quizás también actuados. Nota: el uso de estos escritos es completamente gratuito, sólo pido que se me den créditos por mi trabajo. Gracias :D