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La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo. Curioso. Primeras palabras que leo en este cuaderno y se refiere a la muerte... que ironía. Recién en el decimocuarto día me animo siquiera a sostener este gastado cuero. Un pequeño aviso: si esperaban una muerte romanticista lamento decepcionarlos, yo voy más por el barroco. Supongo que a esta altura la mayoría estará muy confundida. ¿Que esperaban de un niño de 12 años? Pero intentaré organizar mis ideas lo más claro posible...
Todo sucedió una calurosa tarde de domingo. Estuvimos atascados durante horas en un embotellamiento: bocinazos, gritos, choques y puteadas. Cuando recién pudimos avanzar un milímetro, un celular empezó a sonar. En cuestión de segundos el aire se colmó de una tensión extraña. Silencio incómodo. Madre -a mí me gusta llamarla así- comienza a llorar de una forma terrorífica y mi padre, luego de frenar el auto fuera de la ruta, la contiene. Parece que é,l mágicamente, entendió algo que yo no... Detrás de ellos yace un niño muy confundido y completamente asustado, quién está por tener su primer encuentro con la muerte. ''Uxio... acompañame por favor'' -dijo mi padre. Salí del auto. Sentía que mi sangre lentamente era reemplazada por un veneno paralizante. Una mano se apoyó sobre mi hombro derecho. ''Tu... el abuelo Hector falleció hijo. Recién se enteró tu mamá''. Mis ojos eran una represa de lágrimas... pues por más que quisiera, no podìa llorar. Estaba como... trabado. Mi padre se alejó rápidamente para estar con mi madre y en mi cabeza se comenzó a manifestar un sentimiento de culpa o vergüenza... o una mezcla de ámbos. No sé. Me torturaba mentalmente por no estar llorando como cualquier persona sana estaría o por no sentir pena, o estar angustiado. Literalmente no sentía nada... maldito sociópata.
Silenciosamente ingresé al auto y, acurrucandome en una esquina, abrazándome a mí mismo, lloré finalmente. Pero no por la razón correcta. Lloraba porque, en ese instante, por primera vez, comprobé lo desalmado que era. La crudeza de mi insensibilidad. Padre arrancó el auto y, por fin, llegamos a casa. Yo me quedé un rato en el auto. Inmóvil. Tomé coraje, crucé las pesadas puertas de madera, subí las escaleras -pasando el doloroso llanto de mi madre- y silencié mi mente de la única forma que sabía: durmiendo. Los hermanos de madre se encargaron de organizar el funeral en la semana. Que suerte. Desde el domingo no se había levantado de la cama y no planeaba hacerlo. Mi padre tuvo que básicamente arrastrarla al funeral. Esta vez me convencí mentalmente: ''por favor, llora. Te lo ruego.'' y cosas así me decía a mi mismo pero, como fue esperado, no lloré. Ni cuando vi su foto. O su ataúd. O cuando el sacerdote anunció mi nombre y me entregó un gastado cuaderno de cuero. Sentí las miradas. Sentí como mis padres deseaban que, por lo menos, caiga de mi una lágrima. No pasó. Uxio el muy jodido no lloró. Luego de un montón de pésames, besos y abrazos, saludamos por última vez al abuelo y, devastados, regresamos a casa.
Cualquiera pensaría que madre estaría muy intrigada por mi nuevo libro, pero no. No quería saber nada con el. Y yo tampoco. Supongo que no estaba listo, no tengo idea. Lo puse en una vieja caja de madera, le coloqué un candado y lo arrojé a lo más profundo del ático.
La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo. - Isabel Allende
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Uxio Brown y el libro que cambió su vida
Teen FictionA la segunda semana del fallecimiento de su abuelo, el pequeño Brown se topa con un antiguo cuaderno de cuero escrito a mano. Restándole importancia en el momento, pronto descubre que en el viejo cuaderno yacen las respuestas a la infinitas pregunta...