EL SECRETO DE LOS DETALLES
Toni Parisi
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Aquella noche se había levantado la luna algo agitada, algunas de las nubes se entr lazaban e con ella dándole, si cabe, algo más de misterio de lo que normalmente ya irradia. Bob descansaba tranquilamente en su sillón de relax abatido al máximo. Con las manos en la cabeza y la mirada perdida en la inmensidad del blanco del techo podía casi dibujar sus pensamientos. No tuvo nunca una vida complicada pero ciertos acontecimientos habían marcado para siempre su forma de ver y entender la vida, que a veces le colocaban fuera del umbral normal de la sociedad. Ya de muy pequeño era diferente a los demás. Su paso por el colegio no fue ni mucho menos ningún trauma. Se relacionaba bien con todos sus compañeros, jugaban juntos en el descanso de las clases, se reían, lloraban, se peleaban incluso, como cualquier niño de esas edades. Sin embargo algo en su interior le hacía acercarse más a las chicas. Y no es que fuera síntoma de que no se sintiera chico ni mucho menos. Estaba en la antesala de la pauta que
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marcaría para siempre el camino de sus sentimientos.
Bob prefería una sonrisa o una palmadita en la espalda que un premio por ser el primero de la clase, o un diez en lengua, e incluso cualquier mención positiva del rector hacia su familia por su comportamiento. Con doce años sus padres se empeñaron en apuntarlo a un grupo de scouts que era bastante conocido en su pueblo, S. Anthony. S. Anthony era un bonito pueblo situado al noreste del estado de Idaho, a escasos kilómetros del parque natural de Yellowstone. El pueblo en sí era un rincón de tranquilidad que hacía que la gente viviera sumida en un mar de calma. Casi no había delincuencia, se podía correr por las calles sin temor a ser atropellado, ir en bicicleta a pasear por las sendas que se ofrecían generosamente desde el bosque de Storm. El bosque de Storm era un rincón especial. Desde cualquier punto podías sentarte junto a un árbol, cerrar los ojos y dejar que la suave brisa de primavera danzara al son de los
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recuerdos con tu pelo. Estirando los brazos conseguías abrazar la ternura de tan bello lugar, los colibrís te cantaban al oído como debías de ser y amar a los demás. Al fondo del bosque de Stor se encontraba el m acantilado de Great Valley, sin duda, uno de los lugares que marcaría para siempre la vida de Bob. Desde el acantilado se podía divisar el cauce del rio Silver desde varios kilómetros antes, sobre fijando la vista en su sinuoso recorrido era fácil observar figuras de cuerpos entrelazados. Sin duda alguna era uno de los lugares más bellos de la zona, solamente le quitaba ese gran honor el enorme parque natural de Yellowstone. El viento del norte era un visitante común del acantilado, molesto en invierno hasta llegar a cortarte la piel, pero tremendamente apetecible en verano con las altas temperaturas. Bob empezó a frecuentar el acantilado desde su incursión en los scouts, per no por el o hecho de formar parte del grupo sino por ciertos acontecimientos concretos.
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Era 14 de abril, en una mañana fría pero con un sol radiante. Bob estaba ese peculiarmente alterado como si notase que alguna cosa especial iba a suceder. En la reunión del almuerzo de los scouts se observó como los jefes de cuadrilla hacían gestos para r unirlos e a todos en el parque. Allí estaban todos algo atónitos pero intrigados de tan sorpresiva situación. Bob pensó que seguramente alguien se había pasado con los juegos y que la bronca sería monumental. Pero nada más lejos de la realidad. Por el camino que lleva al parque se vio aparecer a unas niñas que caminaban con paso entrenado. Todas vestían igual, pero había una que destacaba por encima de las demás, por lo menos a los ojos de Bob. Era rubia, no muy delgada, pero tenía unos ojos azules preciosos como si llevara encima el reflejo del agua del mar. Bob se quedó prendado, era la primera vez que sentía algo extraño en su interior. Empezó a sentirse como sin fuerzas, nervioso; miraba continuamente a derechas e izquierdas sin saber muy bien el porqué. Su corazón latía