Capítulo 1

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Mis manos temblaban, incluso podría lavarme las manos con mi propio sudor. Asqueroso.

—Niños, de pie — ordenó mi nueva profesora. Todos tenían los ojos puestos en mí, lo cuál no ayudaba en nada. Mi profesora tenía su mano firme en mi espalda como muestra de apoyo —. Ella es su nueva compañera, Kayra Price, espero que la reciban bien y sean amables.

Algunos me observaban con burla, y otros, con simple curiosidad o indiferencia.

—¿De dónde vienes, cariño?

—Manchester — respondí en voz baja, jugando con mis manos.

—Pues bienvenida a Los Ángeles. Puedes sentarte.

Con mis ojos rápidamente busqué un puesto vacío, sin hacer contacto visual con nadie. Al final de la sala, se encontraba una chica que estaba pendiente de cualquier otra cosa, excepto de mí. Perfecto. Caminé hasta al fondo y me senté sacando mis materiales escolares ordenadamente. Ella ni se dio cuenta de mi presencia. Y si lo hizo, pues claramente no le importó.

La profesora pasó repartiendo caricaturas para pintar y pegar a la libreta. Me vi en una incómoda situación. Decidí no ser rara por primera vez en mi vida.

—Hola — murmuré. La niña de ojos pequeños café y de coleta alta hacia un lado, me miró atenta. Su peinado me parecía horrible, pero no hice ningún comentario al respecto —. ¿Tienes barra de pegamento?

—Claro —sacó de su bolso escolar una barra de pegamento nueva. Y cuando estaba apunto de tomarla entre mis manos, hizo algo asquerosamente anti-higiénico que no olvidaré nunca en la vida.

Abrió el pegamento y lo lamió. Todo. Con la lengua. Después me sonrió.

—Es para que pegue mejor — forcé una sonrisa tan falsa como la suya.

—Gracias.

Y de ahí empezó mi mini rivalidad con Natalie. En mi opinión, en ningún momento hice algo fuera de lugar que la hiciera molestar o cualquier otra cosa para comportarse de esa manera. Con el paso del tiempo, me hice amigos de casi todos, pero llegaba a sentir que muchos me rechazaban solo por tener sobrepeso a mi corta edad de diez años.

Pero aún así, me encargaba de hacerle saber a Natalie que la detestaba, a pesar de que éramos unas crías y no tenía un buen argumento ante por qué mi desagrado por ella. O puede ser que sí, ya que creía que se veía bellísima con ese peinado tan pasado de moda y naco. Creía que, porque al ser la única con un buen trasero en la sala y bailar un tipo de música tan vulgar y de mal gusto como ella, tenía a todos los chicos de nuestro grado en la palma de su mano, y además que eso le daba el poder de ser una auténtica perra y la reina de Inglaterra. Aunque claro, hubo un tiempo en el como tenía cierta popularidad en la escuela, quise hacerme su amiga. Admito que fue por interés, y en parte porque cuando le contestaba a algún profesor de mala manera, me causaba gracia.

Pero, de todas formas, los rechazos llegaron a lastimarme algunas veces, sólo porque yo ya dije, era gorda. Pero desde luego yo podía grabarla con sus amigas cuando bailaba, o comprarle su almuerzo, o ayudarla con la tarea, que básicamente era, hacerle completamente la tarea. Sí, ser su sombra.

Llegué a meterme en muchísimos aprietos por complacerla y finalmente ser de su grupo. Pero no, sólo era su sombra, y yo no quería darme cuenta.

Luego no la vi por años enteros, ya que mis padres decidieron cambiarme de escuela después de una traumática escena de bullying. Yo estaba cuidando la puerta de nuestra sala, como siempre lo hacía, ya que la profesora dice que si dejo entrar a los chicos, probablemente robarían, como ya lo hicieron anteriormente. Un grupo de amigos estaba a unos metros de mí riendo y haciendo mucha bulla, eran mucho mayores que yo. Y mientras yo estaba en mi mundo, no me había dado cuenta de que se estaban acercando hacia mí.

—¡Vamos, hijo mío! ¡Hazte hombre de una vez por todas y besa a esa gorda! —gritó alguien. Luego les siguió un coro entero.

—¡Beso, beso, beso!

Sentí unas manos en mis brazos, en mi espalda y mis caderas, incluso casi en mi trasero. Me habían rodeado y acercaban de la misma forma a un chico bajo, moreno y muy asustadizo que en todo su rostro estaba la clara expresión de repugnancia. De la pura impotencia y miedo comencé a llorar mientras intentaba zafarme y el grupo se alejó de una vez por todas, pero volviendo a reír. Mis compañeros y las personas que estaban alrededor, estaban asombrados y divertidos. Pero para mí nada había sido divertido. Ese día no fui a ninguna clase más, y la inspectora me había buscado por cada parte de la escuela hasta dar conmigo llorando en el baño de niñas.

Me calmó un poco y luego me pidió explicaciones de lo sucedido, al acordarme de todo, las ganas de llorar volvieron, pero me contuve. Me llevó hasta su despacho y me exigió que les diera los nombres de los jóvenes que habían estado en esa escena, y solo pude reconocer a algunos.

En el momento, por miedo no hice mucho detalles de lo que había sucedido. Minutos después, le dijo a mi profesora que fuera a buscar a esos chicos a sus salas y los trajera. Llegaron más de diez, y al ver sus rostros comencé a llorar de nuevo. Más de alguno había mentido, porque faltaban más, pero no conocía ni a la mitad de la escuela para mi mala suerte. La directora e inspectora decidieron expulsarlos por una semana.

Y yo no fui nunca más a esa escuela luego de ese día.

En búsqueda del amor // Editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora