Sigo Respirando

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Dedicado a todas las personas que viven la Navidad intensamente y que se reúnen con sus seres queridos. Para que durante estos días el espíritu de la Navidad nos contagie.

Por fin acabo mi guardia, ¡Dios que larga se me ha hecho! Pasar esta noche sin Amanda y los niños ha sido una verdadera putada. Además, es Nochebuena, la noche más jodida para estar de guardia. Hoy hemos tenido de todo; borrachos, accidentes, intento de suicidio... y hasta nos han llamado pidiendo nuestra presencia en una pelea familiar que comenzó por si era mejor beber Cava o Champagne. Y aquí estoy, perdiéndome la primera navidad con Manuel y encima patrullando solo, sin Maribel y sin Sam. Aún no entiendo por qué ha tenido que hacerse cucaracho. Bueno, sí lo entiendo, la rubia lo trastornó. Siempre me hago la misma pregunta, ¿qué hubiera pasado si su elección hubiera sido Maribel?

Mientras me cambio no dejo de pensar en Amanda, sé que cuando llegue la encontraré dormida. Mi mariposa últimamente está exhausta, Irene es un verdadero terremoto, no para quieta un instante; habla, canta, baila y entre medias hace alguna trastada. Creo sinceramente que ha sacado mucho de mí. Y Manuel, con solo tres meses, no para de comer y llorar, así que últimamente nuestras sesiones de amor y sexo se han convertido en un; «Amor, pásame el biberón. Cariño, ¿dónde están los pañales?»

Monto en el coche y conecto la radio, conduzco mientras escucho un programa típico de estas fechas. Le dedico mi atención cuando la canción que suena en la radio trae a mi mente un recuerdo intenso con mi hermano Manuel. No puedo evitar sonreír al recordar las borracheras del quince que junto a Sam nos pillábamos, cómo desfasábamos bailando esta canción de Seguridad Social, Come Ranas. ¡Joder!, me doy cuenta de cómo lo extraño, de lo solo que su partida me dejó, ojalá estuviera aquí, viendo a Hugo crecer, jugando con sus sobrinos. Que diferente sería todo si él aún estuviera aquí. No quiero ponerme triste, hoy no, sé que él siempre estará conmigo, que vive en cada uno de nuestros corazones y que eso nada ni nadie lo cambiará.

Noto mi corazón acelerar, una sonrisa enamorada se escapa de mis labios mientras a mis oídos llegan los primeros acordes de esa canción que marcó nuestras vidas. La tarareo y viene a mi memoria aquel mágico momento en el que la vi bailar en medio de la pista y sin pensarlo dos veces, me armé de valor y me lancé hacia a ella temeroso, pero seguro de lo que quería. Sabía que quería oxígeno para respirar y ella era ese oxígeno. Por eso cuando la apreté hacia mí cogido de su cintura lo supe, supe que ese era mi lugar en el mundo. El lugar que siempre había esperado. Ella era la playa donde mi corazón se quedaría varado, allí en su arena, para siempre, no dejaría que tempestades me llevaran de allí.

Entro en casa con los regalos que he recogido del trastero. Al llegar al comedor me llevo una sorpresa, Amanda me lo había explicado, pero no lo imaginaba así. En el centro de la sala encuentro una enorme flor roja con unos pétalos largos que recorren el suelo. Tal y como me dijo, cojo los paquetes y los meto escondidos debajo de los pétalos. Todos menos uno, uno muy especial que guardo conmigo. Me dirijo a la cocina, todo está recogido y en su lugar, miro la hora, son las cinco, hora del biberón de Manuel, lo preparo y me encamino hacia su cuarto. Al entrar enciendo la luz tenue que da una pequeña lamparita, me asomo a su cuna y allí encuentro a mi pequeño, moviéndose, es un reloj y su hora de tomar se acerca. Lo tomo entre mis brazos, un mundo de sensaciones y sentimientos acuden a mí. Recuerdo lo que mi hermano me decía; «Da, coger a tu hijo en brazos es un orgullo y una ternura infinita. El día que lo coges por primera vez sabes que tu vida ha cambiado para siempre». Y qué razón tenía, además, Manuel es más especial todavía, genéticamente es la reencarnación de mi hermano. Y eso me hace sentir orgulloso. Mientras le doy el biberón, acerco mi nariz a la tierna cabecita y aspiro ese olor a vida, a ternura, a necesidad. Sin darme cuenta comienzo a tararear una nana, mientras sentado en la mecedora mi hijo toma su alimento y yo me alimento de él. Dejo a Manuel en su cuna, dormidito y en silencio me acerco a la habitación de Irene. Ahí está mi princesa, mi terremoto, dormida plácida mientras se abraza a su osito Tedy, soñando con la mañana mágica del día de Navidad. Me enternece verla, es tan viva, tan vital que llena cada estancia donde se encuentra. Me gusta cuando estoy en el sofá leyendo y entra corriendo con sus dos coletas y aterriza encima mío. Yo me hago el enfadado y entonces ella me come a besos y me pide perdón. Los dos sabemos que solo hay una manera posible de conceder el perdón. Ella sonríe y entonces llamamos al Juez de las cosquillas. Acabamos los dos rodando por la alfombra hasta que yo finjo mi derrota y ella sonríe victoriosa. Después, como ganadora de la batalla, elige juego y me toca ser su invitado para tomar el té con Tedy y la Señora Araña Patas Largas. Es incansable. Pero la adoro, me conquistó desde la primera vez que la vi y como dice Amanda, me tiene pillado y bien pillado. Más vale que encuentre una poción mágica para que no se haga mayor porque sé que lo pasaré muy mal cuando algún pagafantas se acerque a ella. Me agacho y le doy un tierno beso en su frente.

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⏰ Última actualización: Jan 08, 2018 ⏰

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Sigo respirando. ( relato navideño)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora