Platónico

2.

Desde ese día Robert comenzó a evitarlo. Tanto como podía ser posible grabando 10 horas diarias en el mismo set, más los ensayos ocasionales y las actividades fuera del horario de trabajo que significaban esparcimiento y socializaciones varias para apalear el estrés. Robert ya no almorzaba con él y los demás, tampoco lo buscaba para beber té durante el descanso o para ir al supermercado de alimentos orgánicos donde se abastecian ambos para poder seguir la rigurosa dieta. No le mostraba los adorables videos de las travesuras de sus hijos y definitivamente no dormían juntos siestas en el camarin de alguno de los dos.

Lo extrañaba, tanto que el dolor reemplazaba la agonía continúa de saber que sus sentimientos no eran correspondidos. ¿Sus arrebatos valían la pena? No. Perder a su mentor... No se lo perdonaría.

Lo soportó durante dos días y al tercero, a primera hora de la mañana, cuando Mark hizo notar la extraña distancia de Robert decidió tomar cartas en el asunto. Porque sí, había sido un gran imbécil con el hombre. Sus sentimientos por él no tenían que llevarlo a su actitud de capricho. Había sido enfermiza su forma de comportarse, irrespetuosa y miserable. Robert era un hombre casado, padre de familia y su mejor amigo.

Chris compró un entremés basado en frutas y cereales de la estación y atravesó las instalaciones que usaban para grabar, buscó el camarin de Downey y en cuanto entró dejó salir las palabras, sin filtro —Lo siento.

—Déjanos solos por favor, Sofia —Le pidió Robert a la maquilladora luego de darle a Chris una corta mirada de reproche  — Nada sutil, Dorito.

—Estoy muy arrepentido.

—Lo sé —Robert terminó el mismo de quitarse los restos de maquillaje que simulaban heridas en su rostro y se colocó una toalla limpia en los hombros, detrás de su cabeza, cuando hubo terminado.

Chris cerró la puerta tras él y contempló bien a Robert. Se le veían las ojeras y las arrugas lucían encantadoras sin las capas de polvo maquillador, su mirada se notaba cansada y aquello le hizo sentir empatia y ganas de abrazarlo. Pero se contuvo.

—Me traes la merienda, eso lo hace un hombre en verdad arrepentido.

—Mi madre dice que los hombres arrepentidos compran flores.

—No eres ese tipo de persona que compra flores muertas y en definitiva yo no soy de ese tipo que las recibe. A mí regalenme comida, gatitos, o camisetas de gatitos.

Chris se permitió una sonrisa en lo que colocó el envoltorio reciclable con la merienda adentro, sobre la mesa dispuesta para que Robert pudiera comer. Se sintió tonto, pudo ir antes, no debió tener miedo de la reacción de Rob, porque la relación de amistad entre ambos siempre fluía como si nada, como si se hubieran conocido de toda la vida.

—Y tampoco soy de los que come donde se supone que debería comer —juguetón como sólo él podía, Robert tomó el envase y se derritió en el sofá con un tenedor en la mano, dispuesto a disfrutar de su descanso —Por cierto, hablé con Susan.

La espalda de Chris se heló —¿Sobre qué? —se atrevió a preguntar, tratando de fingir que no tenía ganas de vomitar por lo que significaba la repentina frase.

—Sobre mi cumpleaños, por supuesto. Organizamos todo, será algo íntimo en su mayoría, ya sabes, familiares, compañeros de trabajo y tú, pequeño acosador.

—Oh bueno, es cierto, faltan algunas semanas —el alma le regresó al cuerpo y el rubor lo molestó en las orejas.
—Dos semanas. Así que si no te venias a disculpar dentro de ese periodo de tiempo te ibas a perder de mi fabuloso pastel y de mi disfraz.
—¿Disfraz?

El guiño de Robert asustó a Chris.

—Será una fiesta de disfraces, así que si quieres mi perdón absoluto espero que uses lo que escogí para ti.
—¿Qué es?
—Miralo tu mismo. 

El hombre abrió su guardarropa y Chris negó.

—Entonces no hay perdón ni pastel.

—Es chantaje...

—El traje de Dorito o nada.

Y Chris supo con esa sonrisa en el rostro del mayor que aunque no usara ese ridículo vestuario, Robert lo había perdonado desde el momento en que entró en la habitación.