Nada iba bien. Salí a la calle para ordenar las ideas.
Me puse a andar sin rumbo. El cielo antes sereno ahora anunciaba un chaparrón. Pero a mí no me importaba la lluvia.
Cuando ya llevaba unos miles de pasos detrás la espalda cayó la primera gota. Y seguida de esta, otras muchas. Caían suavemente como no queriedo despertar a nadie.
Notaba como caían por mi rostro, se llevaban todo con ellas. Cada pequeño proyectil que impactaba en mi piel, me hacía sentir viva. Como si nada hubiese cambiado en realidad.
Pero al rato, poca cosa se podía ver que no fuera una cortina de agua.
Cerraba los ojos, olía el agua y volvía a ser esa niña pequeña, innocente. Feliz.
Notaba el peso de mi vestido, antes ligero y suave, ahora pegado a mi cuerpo. Pero no me importaba.
Se oía el ruido de la lluvia de fondo, como una bella melodía que lo cura todo, acompañada de truenos pícaros.
Me aparté los cabellos pegados a la cara y me sequé inútilmente los ojos, para abrirlos y descubrir un precioso cielo gris llorando.
¿Por qué lloraba? Nadie lo sabía. Pero tampoco iban a preguntar.
Estuve bajo el abrazo de la lluvia, dejando que el tiempo transcurriera a su merced. Me gustaba.
Era como una película sin sonido. No hacía falta.
Aun así, tenía que llegar a casa.
Delante del porche pude distinguir una figura alta. ¿Pero quién?
Era él.
El mismo chico que me dijo que me amaba y luego me mintió.
El que me engañó y luego lo negó.
El que me rompió el corazón.
El que estaba en mi porche, completamente empapado con un ramo de flores en su mano.
"Te quiero".
El que ahora me estaba besando con sus brazos en mi cintura. Y yo los míos en su cuello.
Al que yo amaba y temía perder.
Mi vida.
"Yo también te quiero".
